Lhoki

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Dos cuerpos cayeron en el lodo con un sonido hueco y sangre mezclándose con la que ya corría por aquel campo de batalla. Los últimos dos caras pálidas en morir, permitiendo que los guerreros lanzaran un grito de victoria al unísono, con sus espadas en alto y mirando hacia la figura que se erguía entre ellos con los cadáveres cual ofrenda a su alrededor. Un Alfa alto, de fuertes brazos sujetando una espada en uno y otro un pesado martillo bañado con la sangre de esos salvajes que se habían atrevido a pisar la Nación Asgard mientras él era honrado en su palacio. Tor de los Odinson, Relámpago del Norte, sonrió a sus guerreros fieles como a sus Señores de la Guerra no lejos de él. No había más peligro para su reino, y una vez más se había deleitado con la sangre y vida de quienes osaban poner en duda su dominio.

—¡TOR! ¡TOR! ¡TOR!

Hubo caídos, que honraron en piras funerarias una vez que comenzaron a retirarse de aquel nevado campo donde habían emboscado a las caras pálidas luego de que invadieran villas cercanas a la frontera. Tor entró en su tienda, amplia y cálida para sentarse en un largo banco cubierto de pieles con Heimdall acompañándole. El guardián de Asgard como le llamaban a ese Señor de la Guerra.

—¿Cómo sigue tu cabeza, Gran Khatun?

Tor rio al recordar la causa. —Ha sanado, mi buen amigo.

—Me parece inaudito que hayas pasado por alto semejante ofensa de ese Omega extranjero.

—Estaba defendiéndose, así que tenía razón en agredirme.

—¿Defendiéndose? De haber tenido un cuchillo a la mano, te lo hubiera enterrado en el pecho.

—Si me lo merecía, entonces era una herida justa.

Heimdall frunció su ceño. —Jotunheim nos ha ofendido enviándonos ese Omega.

—Posiblemente —Tor bebió una copa ancha de vino— La pregunta sería, ¿dejaremos que eso nos afecte?

—No comprendo, gran señor.

—Es obvio que la intención es alterarnos, que declare la guerra para que ellos digan que nosotros somos los agresores cuando han ofrecido ricos tributos y si no mal recuerdo las palabras de Fandral, su más preciada luna de invierno.

—¿Así que no hacer nada es la estrategia?

—Jamás dije no hacer nada —el Gran Khatun guiñó un ojo.

—Descansa, gran señor, llamaré a los sacerdotes para que atiendan tus heridas.

—Luego llama a mis guerreros de confianza. Hay más por hacer.

—Sí, Gran Khatun.

Aquella pequeña campaña lo había distraído de su plan inicial para emprender el viaje hacia la lejana nación de Mirabile en el Oeste, donde su gran amigo de la infancia estaba por celebrar otra primavera como el Gran Khatun, enviándole la invitación para estar presente en el banquete. Tor hubiera partido de no ser por aquella bota de vino estrellada en su cabeza por el Omega de Jotunheim de cabellos negros y ojos verdes como las esmeraldas. Feroz como solo los de su pueblo pueden ser, altivo, con una lengua bastante astuta igual que ponzoñosa si bien recordaba su escasa conversación. Sus consejeros le dijeron que ese joven era el hijo bastardo del Señor de Jotunheim, un territorio que ahora era parte de Asgard luego de que Tor lo conquistara con ayuda de Fandral.

En lugar de enviarle un Omega de sangre noble e hijo legítimo, estaba ese engreído bastardo que se había enfurecido porque el Gran Khatun había querido tocarlo. A Tor eso le había hecho mucha gracia, estaba desconsoladamente acostumbrado a que los Omegas que le presentaban para formar un harén solían ser dóciles, temblando al menor roce y con pocas palabras que no varían de un "sí, gran señor" o "lo que usted ordene, Alfa" cosa que fastidiaba al rubio. No le agradaban ese tipo de actitudes, vivía de las peleas, las victorias, los peligros ofrecidos en la tierra de lo desconocido. Los obstáculos que entre más difíciles mejor para él. Desafíos que tomaba en cada oportunidad. Y así también deseaba que fueran sus parejas si iba a estar retozando por el bien de la Nación.

QUIDAMDonde viven las historias. Descúbrelo ahora