Tengo un poema en la garganta que me impide escupir las cinco letras de su nombre.
Esto de que duela debe ser costumbre
porque me estoy cansando
de sentirme funambulista por sus curvas,
del sabor a hierro al rozar sus labios.
Me estoy cansando
de lanzar inseguridades y esperar que las coja,
de dormir en charcos de otros,
de no poder evitar mirarle el culo cada vez que vuelve
a irse,
de no querer evitarlo.
Voy a dejar de escribir poesía.
Todavía estoy a tiempo de fingir
que ha sido una etapa,
que ella nunca atravesó mi vida,
que estoy bien
y no me duele
absolutamente nada.
Fue un placer verla deshacer mi cama
sin darse cuenta,
ya estaba deshecha antes de que llegara.
Ojalá mis heridas se sigan viendo al cicatrizar,
ni ella puede negar que le quedaba preciosa encima.