Avisé al principio a todo el que quiso escuchar, pero tú tenías los oídos tapados, estabas ciego, enamorado, y decidiste no hacerme caso; yo tampoco me lo hice y me quedé dormida soñando un contigo que acababa en nuestro y moría en mío.
Juré que iba a ser.
Sin más
ni pronombre
ni posesión.
Libre.
Prometí que el café me gustaba frío, sólo y amargo y que la taza de las mañanas podía saber igual que el sexo si la bebías rápido. Aseguré mis sentimientos altos para que no los alcanzases ni con besos pero empezaste a lazar piedras. Grité por los dos al salir de fiesta limpiando mi cama de penas mientras yo dormía en la de otros. Bailé tus llamadas perdidas y mensajes sin contestar. Dije que nunca iba a llevar velo blanco y reí que vestido tampoco. Recordé mis mil citas fallidas, mis errores con fecha, nombre y sábanas sucias. Vacié mi cabeza de pájaros dejando sólo los que repetían tu nombre.
Juré la República Independiente de mi corazón.
Mentí amor propio
cuando
en realidad
era yo
enamorándome
de ti.