𝑀𝑜𝓂𝑒𝓃𝓉𝑜 𝒹𝑜𝓈

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Petunia Evans era una persona completamente normal. Siempre lo decía y siempre sacaba a Lily de sus casillas, porque su hermana no era normal, ni mucho menos. Empezando por esa obsesión suya por la normalidad y por decir que ella era el bicho raro por hacer magia. ¡No era su culpa tener deberes! Y, la verdad, era bastante divertido transformar las tazas de té en ratas cuando ella estaba delante por los gritos que siempre daba. Luego estaba el tema de Vernon. ¿Qué demonios veía su hermana en él? Esperaba que Petunia no se hubiera fijado en él por el horrible bigote que llevaba encima, porque Lily iba a acabar riendo a carcajadas si eso era lo que a su hermana más le gustaba.

—Mi novio va a venir a cenar y quiero que te comportes —dice Petunia una tarde de julio, mientras Lily estaba en la hamaca del jardín, leyendo distraída.

—Sí, Tuney —responde Lily, con voz monótona mientras pasa la página de Corazón de Bruja. ¿A quién le importan los quince trucos de limpieza de hornos cuando puedes agitar la varita? Al menos la sección de Adivinación parece algo más realista ese mes... ¿Por qué siendo magos no son capaces de tomarse en serio esta parte?

—¡No me estás escuchando!

—La verdad es que no.

—¡Mamá!

Petunia podía tener tres años más que Lily, pero en algunos momentos —como ese— parecía que tenía tres años menos. Y todo porque Lily no le estaba haciendo caso cuando volvía a decirla que se comportara. ¡Todavía no había hechizado a Vernon! Y podía haberlo hecho, le había dado motivos suficientes con esos estúpidos taladros.

—Lily, no molestes a tu hermana —dice Susan, la madre ambas, pero más que regañarla parece estar cansada—. Petunia, la mesa.

—¡Pero Lily...!

—Es tu novio el que viene, ¿no? Cuando venga el de tu hermana pondrá ella la mesa.

Sí, la pondrá, con magia. A sus padres les encanta ver lo bien que se le da y a Petunia eso le pone de los nervios. Pero vamos, todo es mucho más sencillo con magia. Lleva a penas una semana en su casa y ya echa de menos Hogwarts, incluso ese último vómito en el patio por la broma de Potter y sus amigos. Fíjate, ahora hasta agradecería que estuvieran por allí porque seguro que hacían la cena mucho más amena. También le encantaría ver como Vernon reaccionaría ante Black y Remus. Y si ya llevara a Dorcas y a Marlene... además, siempre podría coger la mano de Mary y seguro que a Vernon le daba un infarto.

De pronto Lily Evans tenía unas ganas enormes de llamar a sus amigas y a sus claramente no amigos para estropear la cena de su hermana. Tuney se merecía algo mucho mejor que ese Vernon, la verdad.

—Lily, cielo, ¿te importaría limpiar un poco el tejado y pasar el cortacésped? —su padre, Robert, había sacado la cabeza por la ventana de la cocina y le guiñó un ojo cuando lo hizo. Estaba claro qué quería su padre que hiciera.

Lily levantó la varita y pronto una de las escobas estaba tranquilamente limpiando el tejado mientras que el cortacésped pasaba bajo la hamaca. Y Petunia estaba mirando, malhumorada, desde el salón de la casa. Así que Lily agitó de nuevo la varita y las cortinas de la puerta del salón que daban al jardín se cerraron. Mucho mejor.

Aunque la venganza de su hermana fue durante la cena. No podía usar la magia delante de Vernon, conocía el Secreto Mágico, pero tuvo tantas ganas de romperlo esa noche que se extrañó de no haber usado algo de magia accidental. Y, de nuevo, volvió a echar de menos Hogwarts.

El castillo era como un refugio para ella y lo fue notando cada vez más según iba avanzando el verano e iban llegando las entregas de El Profeta. La guerra mágica iba empeorando cada día y Lily se sorprendía de que hubieran podido volver todos a casa sin ningún tipo de problema por parte de los llamados mortifagos. Pero los ataques seguían todos los días, tanto en el mundo mágico como en el muggle y cada vez era más peligroso ir a algo tan sencillo como el Callejón Diagon.

[1] Doce momentos y un te quiero [Jily]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora