Tu y yo, juntos (parte 3)

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Aun en la oscuridad Hunter empezó a recordar. ¿Qué hizo? Cuando la nieve negra dejó de caer, se refugió en una cueva. Tenía frío, lo recordaba bien porque todo su cuerpo temblaba, sus pies estaban mojados por la nieve que penetraba entre su pelaje y que se derretía al contacto con su piel y también sus orejas estaban a punto de congelarse, podía, incluso, sentir como los carámbanos se formaban en ellas y en sus extrañas extremidades que no eran más que estorbo para él, extremidades que deseó jamás tener.

¿Qué pasó después? Lo recordó bastante bien. Salió de la cueva en la que había pasado un par de días y, empujado por el hambre, vagó sin rumbo sobre un sendero apelmazado por el recorrido de los caminantes. En algunas ocasiones, debido al hambre, se atrevió a comer follaje de algunos árboles que al poco tiempo regurgitaba ya que su estómago no lo toleraba, en otras arrancó brotes de hojas que se miraban apetecibles, pero que eran amargos y ni siquiera lograba que pasaran a través de su garganta.

Le dolían sus piernas de tanto caminar y tenía algunas heridas en la planta de sus pies que no tenían pinta de querer curarse. Notó que sus dedos estaban perdiendo el pelaje y que, poco a poco, se volvían de un color oscuro antinatural.

Su cansancio era demasiado. Trató de pedir ayuda a un par de animales que, al él acercarse, salieron corriendo despavoridos sin siquiera darle la oportunidad a él de decir una palabra. Pensó que en realidad era un monstro. Era casi seguro que moriría en ese bosque en donde la pureza de lo blanco significaba la muerte, ese último color que él miraría antes de morir y que sin duda estaba grabado en la mente de todos los animales como sinónimo del óbito.

Pero había algo más en sus recuerdos. ¿Qué era? Alguien de pie frente a él, proyectando su sombra sobre todo su cuerpo y su rostro en contraste con la luz dorada del atardecer.

«¿Qué más?», pensó el murciélago.

Hunter siguió escarbando en sus recuerdos tratando de averiguar que más era lo que tenía que recordar. Ese alguien, silente, lo observaba con mucha atención, tenía algo en su mano, y temblaba. Despedía un olor dulce y joven, a diferencia del viejo que vivió con él. Hundido casi por completo en la inconciencia —recordó Hunter— él sonrió. Al parecer no moriría viendo la blancura del bosque. Era un buen final para alguien como él.

Después de eso todo fue negro, pero la oscuridad no era densa a como él suponía, si no que era como una delgada y fina tela que él podía tocar con sus manos, era tan suave que podía escurrírsele entre sus manos y... escuchó la madera crujir. Escuchó pasos y de fondo un racheo del viento, perenne.

Entreabrió los ojos. Vio el techo del cubil en el que estaba. Volvió su rostro hacia un lado en la misma dirección de donde provenía una deliciosa fuente de calor y luego dirigió la vista hacia donde creyó, provenía el racheó del viento. Le pareció que nevaba.

Escuchó más pasos.

Alguien estaba con él. Cuando sus ojos pudieron enfocar bien, ese Alguien se aproximaba. Hunter se sobresaltó y... sin él mismo darse cuenta, dio un respingo hacia atrás de donde estaba, arrinconándose él mismo contra una pared. Todo su cuerpo le empezó a doler terriblemente haciendo que casi se desmayara del dolor.

—¿Quién eres? —preguntó con una voz queda y temblorosa sin sobreponerse aún del dolor.

No escuchó respuesta. Ese alguien seguía acercándose.

—¿Quién eres? ¿Qué quieres de mí? —preguntó de nuevo el murciélago casi con la voz quebrada.

De nuevo silencio.

Con la luz de la fogata, ese alguien que estaba cerca, pudo verse mejor. Tenía facciones de ser hembra, un rostro muy joven que bien podía ser una niña y, hasta cierto punto un poco repulsivo, se parecía a su abuelo.

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⏰ Última actualización: Nov 10, 2021 ⏰

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