Todo por ti (Cuarta Parte)

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Larry

1

Montimer se había dado cuenta demasiado tarde de lo que hizo. Sus impulsos y sentimientos lo dominaron por completo. Cuando sus labios se separaron de los de Larry, este solo pudo enmarcar un rostro de sorpresa. Temió que Larry le recriminara algo, de haberle asustado, que él simplemente... pero no. Aunque el rostro del ratón reflejaba sorpresa, no vio en sus ojos ningún atisbo de miedo, eran tan brillantes que incluso podría verse a sí mismo reflejado en ellos, estaban llenos de vida.

La débil mano de Larry se dirigió al rostro de Montimer, le acarició la mejía con una ternura que hizo que todo el cuerpo del murciélago se estremeciera por la sensación.

Larry sonrió. Él mismo sonrió. Entonces se exteriorizó, se vio avanzando despacio, se vio acercándose otra vez al rostro de Larry, se vio otra vez besándolo, en esta ocasión con más ternura, con más ahínco que antes, disfrutando cada momento, experimentando las sensaciones, los latidos de corazón acelerado de los dos, las respiraciones azarosas, el suave gimoteo de las manos en cada una de sus mejías.

¿Qué era esto que sentían? ¿La felicidad? Quizás. No pensaron mucho en eso, al fin y al cabo, reflexionando, la felicidad es tácita, nunca se sabe que se tiene, pero se disfruta.

Se separaron. Larry vio que Montimer estaba llorando, con sus manos escurrió esas delicadas gotas de humor vítreo.

De la boca de Larry salió una expresión sincera, una oración que, para los dos, significaba todo:

—Nunca me separaré de ti.

2

A veces las pesadillas llegaban. En sus sueños vividos, Larry veía a su abuela, a sus padres. Los momentos que pasaban juntos iban desapareciendo como una neblina disipada por el viento. Empezaba a tener miedo. El estado de su mente era caótico. No sabía qué hacer. Entonces alguien lo abrazaba desde atrás, era un abrazo cálido y cariñoso. Se quedaban así por un momento, luego volteaba su rostro y era Montimer.

Montimer. Su Montimer. El motivo de su vida. La razón de su existencia.

Se separaba poco a poco. Se iba alejando. Larry corría para alcanzarlo. Corría lo más rápido que podía pero no lo alcanzaba. Lloraba en ese sueño. Su vida se le escapaba y no podía hacer nada para impedirlo. De repente todo se tornaba oscuro, era una oscuridad completa, inequívocamente mórbida, como si tuviera vida propia. Seguía viendo la silueta de Montimer alejándose, cada vez más lejos, inalcanzable, la oscuridad seguía sus pasos hasta que lo alcanzaba...

Larry despertaba aturdido y agitado. Era el mismo sueño siempre. A su costado se encontraba Montimer, seguía dormido. Prácticamente no se separaba de él.

Sonrió. Con su mano le acarició la sien. Era una pesadilla... solo una pesadilla. Las tuvo muy seguido cuando estuvo solo, pero esta vez tenía a Montimer a su lado.

—¿Te encuentras bien? —preguntó Lucas.

Larry se sorprendió. Lucas se encontraba sentado frente a la fogata. En su mano había una vasito con una infusión.

—¿Eh? Si... sí. Estoy bien... creo que estoy bien —dijo Larry con un tono de voz bajo.

—Ya veo. Puedes seguir durmiendo. Recuerda que debes descansar.

Larry lo observó. Desde que estaba libre Lucas se mostraba pensativo. Se levantó con algo de dificultad procurando no despertar a Montimer. Se sentó al lado de Lucas.

—¿Puedo acompañarte?

—Adelante. Creo que me haría bien, además ya estás sentado.

—Supongo que debí preguntarte primero...

—Me gusta mucho tu compañía.

—¿No puedes dormir? —le preguntó Larry.

—No. Supongo que no.

Hubo silencio.

—Yo... yo sé que amas a Montimer, pero no debes seguir torturándote de esta forma.

Lucas no se inmutó. De nuevo otro momento de silencio.

—Precisamente porque lo amo sé que su lugar es al lado tuyo. Eso ya lo tengo claro. Eres muy valioso para él, por lo tanto lo eres para mí y si tuviera la oportunidad de hacerlo de nuevo, lo haría sin pensarlo.

Lucas dio un sorbo a su vasito.

—Gracias.

—No tienes por qué agradecerme. Solo procura hacerlo feliz.

Larry sonrió.

—¿En qué piensas? —preguntó el ratón.

Silencio una vez más.

—En qué haré después.

—Creo que eso es algo que solo tú puedes responder.

Lucas levantó la vista y vio a Larry. Le sonrió. Su sonrisa fue acompañada de un suspiro. Luego un gemido. Una gruesa lágrima se resbalaba de los ojos de Lucas. Su respiración se agitó y, como si fuera un niño pequeño, empezó a llorar apoyando sus codos sobre sus rodillas y apretando el vasito con fuerza. Sus manos temblaban.

Larry se enterneció. Estaba viendo al verdadero Lucas, a ese pequeño niño que se ocultaba dentro de él. Se aproximó y, con delicadeza, llevó su mano a la cabeza del murciélago, entonces este llevó su cara al pecho de Larry y lo abrazó al momento en que soltaba el recipiente que cayó generando un sonido apagado, como un niño herido que abraza a su padre teniendo la seguridad que lo ayudará a eliminar el dolor.

Lucas lloró en silencio. Era un llanto desahogado, libertador.

El ratón no dijo nada. Estuvieron así por un largo rato, hasta que Lucas se hubo calmado y separado de él. Se limpió las lágrimas y bajó la mirada.

—Lo siento —dijo él en voz baja.

—No hay problema...

—Tienes que descansar, así que lo mejor es que vayas a dormir. Me quedaré un rato más despierto.

—Está bien.

Larry se fue a acostar al lado de Montimer, pensado en muchas cosas.

3

Larry se preguntaba si esa felicidad que sentía en los momentos que estaba con Montimer era real. Todo parecía una ilusión.

Pero él estaba allí. Abrazándolo. Hundiendo su cabeza en su pecho. Sintiendo su respiración, sus latidos. Percibiendo su nerviosismo, su aroma... era real.

No sabía qué era lo que sucedería de allí en adelante. Su vida, ahora con propósito, ya no le pertenecía solo a él, le pertenecía a Montimer también. Lo seguiría a todos lados. No renunciaría a él nunca y viviría solo para él.

Lo amaba.

Cuando ese sentimiento afloró, dejó que lo dominara, que rellenara cada parte de su ser, cada intersticio de su corazón. Aunque, acompañando ese sentimiento, vino otro... el miedo. El miedo de perderlo, el miedo de que se fuera de su lado para siempre, el miedo de no estar a su lado, de no dormir con él, de no despertar a su lado, de no compartir su felicidad, de no caminar junto a él...

Bien valía la pena afrentarse a esos miedos si con ellos lograba compartir su vida con ese murciélago negro que logró salvarlo de una muerte segura, que logró salvarlo de algo todavía peor que la muerte: la soledad. La maldita soledad.

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