Parte 7

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Esa noche los Ardlay recibieron la visita de Georges Villers, era algo común que fuera a la casa de Hyde Park a visitar a Albert y a sus sobrinas, sólo que en la primera visita de Terence no había coincidido con él, porque no estaba en la ciudad. El timbre de la puerta sonó, y Annie siempre tan vivaz se levantó para abrir la puerta.

—Es tío Georges —le explicó Candy a Terry, ambos seguían sentados en el sofá, ella había cubierto las piernas de los dos con una manta, era una noche muy fría en Chicago.

Cuando llegaron a la sala, Annie volvió a sentarse en la alfombra, a los pies del sillón de Albert quien se levantó brevemente para saludar a su hermano con un abrazo. Luego Georges se dirigió a Candice, ella se levantó junto con Terry para hacer las presentarlos.

—Me imaginó que tú eres el famoso Terry —dijo el caballero de ojos marrones y cabellera cana.

—Sí Tío Georges él es Terry —dijo Candy con una sonrisa.

—Mucho gusto, Terence Granchester, es un placer señor Georges, Candice me ha hablado mucho de usted —contestó Terry con un apretón de manos.

—Solo Georges, o Tío Georges o como quieras hijo —le respondió mientras se sentaba en el sillón que estaba vacío cerca de Albert.

Candy se levantó para ofrecerle un té a su tío, preguntó a los demás si querían un poco más, y todos aceptaron.

Mientras los observaba en silencio, Terry pensaba en la "excentricidad" de los Ardlay. Una familia eminentemente rica con una sencillez en el trato, en la forma de ver la vida. Incluso ese hombre tan alto como él, de maneras elegantes, que manejaba los negocios era de un trato tan amable, nada cercano a las maneras inglesas, al menos a la de los Granchester, siempre suprimiendo las emociones positivas y negativas, donde el estoicismo es la regla.

—Terry debe ser difícil viajar tanto, tantas horas en los aeropuertos, en las salas de espera, algo que parece interminable, sin mencionar la comida de los aviones —expresó Georges.

—Sí, la verdad es bastante agotador, aunque ya estoy acostumbrado, ya llevo varios años en esto —contestó el británico.

Candy llegó con una bandeja llena de tazas humeantes para todos. Terry al verla entrar a la sala se levantó para ayudarla.

—¡Hice chocolate de mamá! —dijo con una expresión de alegría en el rostro — es una ocasión especial.

—Qué maravilla — dijo Albert mientras también se levantaba para recibir su taza y servirle una a Georges.

—Guao cuanto tiempo sin tomar el chocolate de Olivia —manifestó Georges complacido.

Cuando Candy volvió al sofá con Terry, volviendo a colocar la manta sobre sus piernas, él se acercó a ella para comentarle: Gracias amor, por el chocolate y por todo.

—Ella le sonrió con picardía.

La velada se extendió hasta casi la medianoche, las horas pasaron desapercibidas para todos, inmersos en una charla muy variopinta y amena. Annie fue la primera en irse a dormir. Un rato más tarde, Candy le pidió a Terry que le acompañará a su habitación, se despidieron de los hermanos que se quedaron por unos minutos más conversando de negocios.

Candy y Terry se recostaron en la cama de ella, descansando el peso de sus cuerpos sobre uno de sus codos, con una mano en la mejilla, ambos frente a frente.

—Le hablé de ti a mi madre, cuando estuve en Londres, quiere conocerte, también Charlotte, le comentó Terry recostándose completamente en la cama, colocando sus manos bajo la nuca.

Un (Des) afortunado amor en ParísDonde viven las historias. Descúbrelo ahora