Parte 5

1K 107 33
                                    

Ya en su habitación en Chicago, Candy deshizo las maletas, haciendo un inventario mental de lo que había empacado, sacó unas serigrafías de París y no pudo evitar pensar en él, las había comprado la tarde en la que juntos recorrieron el margen del río Sena tomados de la mano, lo extrañaba a morir. Dejó de lado las serigrafías y miró su mochila sobre el escritorio, fue directamente hasta ella para buscar el libro de Romeo y Julieta, lo estrechó contra su pecho y luego se lo llevó a la nariz para olerlo una vez más. En el avión había descubierto que tenía su olor. Aspiró profundamente, se dejó caer sobre la silla, acariciando la bella encuadernación, como si lo acariciará nuevamente a él, recordó lo ocurrido la noche antes de su partida:

Tomando como excusa la leve lluvia que caía sobre París, ella le dijo a Terry que subiera al departamento. Hacerse a la idea de no volverlo a ver por un largo tiempo creaba un marasmo en su cabeza, y las mariposas en su estómago no ayudaban a sosegar.

Cuando subían las escaleras colocó sus manos entrelazadas en su espalda, él que iba siguiéndola, las acarició con un ligero roce, y ella reaccionó apretando los dedos de él por unos segundos, y girando sobre sí misma para besarlo porque ya lo adoraba irremediablemente.

La visión de ella sobre él en el sillón la descolocan, siente un calor recorriendo su cuerpo.

Comenzaron a desvestirse apenas entraron al departamento de Candy. Toda prenda de vestir quedó desparramada en el piso. Mientras se besaban y se desnudaban alocadamente el atino a sentarse en el sillón. En ella se encendió una especie de "diosa interior" que solo pensaba en devorar los labios carnosos de Terry Granchester, sobre él, dominándolo, haciéndolo pagar, saboreando cada rincón de su boca. Era un hombre exquisito y ella lo tenía ahí, debajo de sus piernas, tomándolo con fuerza, mientras las punzadas de deseo en su vientre se convierten en corrientazos que piden más y más. Arde, enajenada por la necesidad de quererlo dentro de sus piernas. Pujante y salvaje.

Terry la mira con sus ojos azules muy abiertos, destellantes, iluminando toda la habitación con su lujuria. Sus manos desabrochan el sostén, y sus senos quedan libres, expuestos como dos jugosas manzanas que él comienza a saborear con la lengua, succionando y mordisqueando cada pezón, duro y erguido. Ella gime con cada roce de su lengua, y sus caderas se aprisionan en un movimiento involuntario, contra su erección.

—Sujétate fuerte de mí, te llevare a la cama —le ordenó suavemente, y de un impulso la levantó, dio unos pocos pasos y la depositó en la cama, mientras se miraban fijamente — no sé de qué se trata todo esto, pero no quiero dejar de tocarte, ni de tenerte así —le susurra en la oreja.

Comienza a recorrer su cuerpo con su lengua, hasta llegar al ombligo, allí se detiene y engancha sus dedos el blumer, comenzando a deslizarlo hacia abajo lentamente, para dejarla desnuda, sin apartar sus ojos de ella, una de sus manos acaricia su pubis y luego su botón de placer, estimulándola con delicadeza, sintiendo como su mano se impregna de su humedad.

Terry coloca las piernas de ella entre sus caderas, Candy las entrelaza sobre su espalda, y jadea fuerte, casi un grito al sentir su estocada, está dentro de ella, de forma profunda, empujando y empujando en su interior febril, cuyos espasmos producen una sensación de succión en el miembro de él, que siente glorioso. Mientras se mueve una y otra vez, él ha enterrado su rostro en el hombro de la rubia, entre sus cabellos.

En un gesto más osado él le pide que levante más sus piernas —oh es más profundo así, le dice jadeante. De pronto los dos comienzan a moverse frenéticamente, puede sentir como ella se estremece y se contrae de placer. Ambos se dejan ir, y se liberan dulcemente en un orgasmo agonizante e intenso. Agotados él se deja caer sobre ella, recostando su rostro entre los pechos de Candy.

Un (Des) afortunado amor en ParísDonde viven las historias. Descúbrelo ahora