Parte 8

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Candy entró al departamento, a pesar de que era ya de noche, tenía visibilidad gracias a la luz que se filtraba por las ventanas desde la calle, por eso no encendió la lámpara de la sala. Dejó la maleta a un lado de la puerta y caminó directo a la habitación. Se sentó en la cama por unos segundos, luego se recostó apretando con fuerza la almohada y trayéndola hasta su rostro. Comenzó a llorar, estaba devastada, preguntándose en su mente cómo es que habían llegado a ese punto, cómo es que todo había terminado.

La imagen de Terry en medio de la calle, viéndola como se alejaba en el taxi, le partía el corazón, pero ella solo sentía ganas de huir, de alejarse, de escapar... Se consoló así misma diciéndose que por fin ese frenético año de idas y venidas, en aeropuertos y largas esperas en el set de grabación había también llegó a su fin.

—Ya no más viajes, ni más aeropuertos, ni habitaciones de hotel, ni tu maldito departamento en París, ni tu maldita película, ni el maldito Armani, ni más Susana Marlow en mi vida, dijo en voz alta mientras descubría bajo la almohada la última camiseta que Terry había usado para dormir en esa cama, a la que apretó contra su pecho, como si lo abrazará a él.

Después de unos minutos, se limpió las lágrimas con ésta y sacó del bolsillo de su chaqueta el celular para llamar a Albert.

Al otro lado del teléfono, el rubio contestó con su habitual alegre tono de voz.

—Candy ¿Cómo estás cariño?

—Hola Papá, estoy en Chicago en mi departamento.

—Pequeña, pero ¿Qué haces aquí, no deberías estar en París con Terry?

—No papá, regresé, se terminó. Sólo te llamaba para avisar que estoy en casa, nos veneremos mañana.

—¿Quieres que vaya a verte? ¿Estás bien?

—No es necesario que vengas, estoy bien, hablaremos mañana. Adiós papá, te amo.

—Yo también te amo pequeña.

No pasaron más que segundos después de colgar con su padre, cuándo Candy recibió una llamada de Patricia.

—Hola Patty.

—Candice, qué ha pasado ¿A dónde estás? hemos intentado comunicarnos contigo todo el día —le dijo Patricia denotando preocupación.

—Estoy en Chicago, mi avión llegó hace como una hora, acabo de entrar a mi departamento.

—Terence vino a buscarte, ha venido está mañana y también me ha llamado muchas veces, está desesperado. No entiendo nada, no te ibas a quedar con él unas semanas e iban a Londres.

—No quiero saber nada de él. Me marche ayer de su casa, a un hotel. Sabía que iría a buscarme allí, por eso no quise ir a pasar la noche con ustedes, fui al aeropuerto muy temprano, por suerte conseguí un asiento. No te preocupes por mí, estoy bien, me iré a dormir ahora después de darme una ducha. En serio amiga estoy bien.

—Sabes que Stear y yo te queremos amiga. Sea lo que sea que haya pasado, cuentas con nosotros — le contesto Patty en un gesto de solidaridad.

—Lo sé yo también los quiero, no pasa nada, luego te contaré qué sucedió, por favor si lo vuelves a ver no le digas que has hablado conmigo. ¡Y ve a dormir es de madrugada en París!

—Está bien, descansa tú también —se despidió Patricia.

Candy miró la pantalla del teléfono y vio que tenía mensajes en el buzón de voz. No era difícil adivinar que eran de él. Respiró profundo y exhaló el aire dando un resoplido. Cerró los ojos y las imágenes de aquella tarde volvieron a su mente de forma nítida, provocándole un nudo en el estómago y una punzada en el corazón. Se dio varios golpecitos con el aparato en la frente. Finalmente creyó reunir el valor suficiente para oír su voz y entró al buzón para escuchar el primer mensaje.

Un (Des) afortunado amor en ParísDonde viven las historias. Descúbrelo ahora