Capítulo 8: Música Francesa

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El día pasó igual que el anterior. Charlotte había estado por la mañana unas horas al lado de la enferma, que seguía mejorando, aunque lentamente. Por la tarde Viviam se reunió con ella en el salón. Edward hablaba con su hermana por vía telefónica y Charlotte, sentada a su lado, escuchaba la conversación, interrumpiéndole repetidas veces con mensajes para su hermana.


Viviam se dedicó a leer, entreteniéndose con lo que pasaba entre Edward y su compañía. Edward finalizo su llamada y Charlotte continuo con sus elogios.

––¡Qué dicha debe ser tener un hermano como usted! -Él no contestó-.

––¡Cuántas llamadas debe hacer usted al cabo del año! Incluidas las de negocios. ¡Cómo las detesto! –dijo envista de no tener una respuesta satisfactoria-.

––Es una suerte, pues, que sea yo y no tú, el que tenga que hacerlas –dijo sin mirarla-.

––¡Oh! Que torpe soy, se me ha olvidado pedirle que le diga a su hermana que deseo mucho verla.

––Ya se lo he dicho, por petición tuya.

––Dile a tu hermana que me alegro de saber que ha hecho muchos progresos con el arpa; y te ruego que también le digas que estoy entusiasmada con el diseño de mesa que hizo, y que creo que es infinitamente superior a muchas jóvenes que conozco –dijo mirando a Viviam-.

–– Podría entregarte su número, son demasiados elogios para una simple llamada. 

 ––¡Oh!, no tiene importancia. La veré en enero. Pero, ¿siempre haces llamadas tan largas y encantadoras, Edward?

––Generalmente son largas; pero si son encantadoras o no, no soy yo quien debe juzgarlo.

––¡Oh! ––exclamó Charlotte––. Lucas habla sin ningún cuidado. Se come la mitad de las palabras y emborrona el resto.

––Las ideas me vienen tan rápido que no tengo tiempo de expresarlas; de manera que, a veces, mis palabras no comunican ninguna idea al que las recibe.

Concluida la conversación, Edward se dirigió a Charlotte y a Viviam para avisarles que tocaría algo de música. Charlotte se apresuró al piano para acompañar su tonada, pero antes de sentarse invitó cortésmente a Viviam a que la acompañara; ésta, con igual cortesía y con toda sinceridad rechazó la invitación; entonces, Charlotte se sentó y comenzó el concierto. Charlotte canto y, mientras se empleaban en esta actividad, Viviam no podía evitar darse cuenta, que varias veces su mira y la de Edward se encontraban más de lo que ambos desearían. Le era difícil suponer que fuese objeto de admiración ante un hombre de tal categoría. Le gustaba tan poco, que la opinión que tuviese sobre ella, no le preocupaba. Después de tocar algunas canciones italianas, Charlotte y Edward variaron el repertorio con un aire francés más alegre; y al momento él dejo de tocar para acercarse a Viviam y le dijo:


 ––¿Te apetecería, Viviam, aprovechar esta oportunidad para bailar? -Ella sonrió y no contestó-.


Él, algo sorprendido por su silencio, repitió la pregunta.


––¡Oh! ––Dijo ella––, enserio lo lamento, pero yo no bailo Edward, ya se lo había comentado –dijo un poco apenada, él comprendió y volvió a tocar su instrumento junto con Charlotte-.


Ella, que creyó haberle ofendido, se quedó asombrada de su galantería. Pero había tal mezcla de dulzura y malicia en los modales de Viviam, que era difícil que pudiese ofender a nadie; y Edward nunca había estado tan ensimismado con una mujer como lo estaba con ella. Creía realmente que si no fuera por la inferioridad de su familia, se vería en peligro. 


Charlotte vio o sospechó lo bastante como para ponerse celosa, y su ansiedad porque se restableciese su querida amiga Mary se incrementó con el deseo de librarse de Viviam. Intentaba provocar a Edward para que se desilusionase de la joven, hablándole de su supuesto matrimonio con ella y de la felicidad que esa alianza le traería.


––Espero ––le dijo al día siguiente mientras paseaban por el jardín –– que cuando ese deseado acontecimiento tenga lugar, harás a tu suegra unas cuantas advertencias para que modere su lengua; y si puedes conseguirlo, evita que Catherine ande detrás de los hombres.

––¿Tienes algo más que proponerme para mi felicidad doméstica? –dijo algo irritado-.

––¡Oh, sí! En cuanto al retrato de tu querida, no debes permitir que se lo hagan, porque ¿qué pintor podría hacer justicia a sus hermosos ojos?

––Desde luego, no sería fácil captar su expresión, pero el color, la forma y sus bonitas pestañas podrían ser reproducidos.


En ese momento, por otro sendero del jardín, salieron a su paso Jane y Viviam.


––No sabía que estaban paseando ––dijo Charlotte un poco confusa al pensar que pudiesen haberles oído.


Pero Jane recibió una llamada importante y tuvo que dejar a Viviam pasear sola. En el camino sólo cabían 2. Edward se dio cuenta de tal descortesía y dijo inmediatamente:


––Este paseo no es lo bastante ancho para los 3, salgamos a la avenida. 


Pero Viviam, que no tenía la menor intención de continuar con ellos, contestó muy sonriente:


––No, no; quédense donde están. Está mucho mejor así. Una tercera persona lo echaría a perder. Adiós.


Se fue alegremente regocijándose al pensar, mientras caminaba, que dentro de 1 o 2 días más estaría en su casa; pero, dentro de ella debía admitir que disfrutaba un poco aquellos encuentros con Edward. Mary se encontraba ya tan bien, que aquella misma tarde tenía la intención de salir un par de horas de su cuarto.

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