Capítulo 9: Estrategías

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Cuando las chicas se levantaron de la mesa después de cenar, Viviam subió a visitar a su hermana y al ver que estaba bien abrigada la acompañó al salón, donde su amiga le dio la bienvenida con grandes demostraciones de contento. Viviam nunca la había visto tan amable.


Hablaron de todo. Describieron la fiesta con todo detalle, contaron anécdotas con mucha gracia y se burlaron de sus conocidos con humor. Pero en cuanto entraron los chicos, Mary dejó de ser el primer objeto de atención. Los ojos de Charlotte se volvieron instantáneamente hacia Edward y no había dado cuatro pasos cuando ya tenía algo que decirle. Él se dirigió directamente a Mary y la felicitó cortésmente. Pero la efusión y el calor quedaron reservados para el saludo de Lucas, que estaba muy contento y lleno de atenciones para con ella. Luego se sentó junto a ella y ya casi no habló con nadie más. Viviam y Jane, enfrente, contemplaban la escena con satisfacción. Edward cogió un libro, Charlotte cogió otro, y de vez en cuando se unían a la conversación de Lucas con Mary.


Charlotte prestaba más atención a la lectura de Edward que a la suya propia. No paraba de hacerle preguntas o mirar la página que él tenía delante. Sin embargo, no consiguió sacarle ninguna conversación; se limitaba a contestar y seguía leyendo. Finalmente, angustiada con la idea de tener que entretenerse con su libro que había elegido solamente porque era el segundo tomo del que leía Edward, bostezó largamente y exclamó:


––¡Qué agradable es pasar una velada así! Bien mirado, creo que no hay nada tan divertido como leer. Cualquier otra cosa en seguida te cansa, pero un libro, nunca. Cuando tenga una casa propia seré desgraciadísima si no tengo una gran biblioteca.


Nadie dijo nada. Entonces volvió a bostezar, cerró el libro y paseó la vista alrededor de la habitación buscando en qué ocupar el tiempo; cuando al oír a su hermano mencionarle un baile a Mary, se volvió de repente hacia él y dijo: 


––¿Piensas seriamente en dar una fiesta Lucas? Antes de decidirte te aconsejaría que consultases con los presentes, pues o mucho me engaño o hay entre nosotros alguien a quien los bailes le parecería, más que una diversión, un castigo.

––Si te refieres a Edward ––le contestó su hermano––, puede irse a la cama antes de que empiece, si lo prefiere; pero en cuanto a la fiesta, es cosa hecha, y tan pronto como lo haya dispuesto todo, enviaré las invitaciones.


Viviam los miro en silencio. Charlotte no contestó; se levantó poco después y se puso a pasear por el salón. Su figura era elegante y sus andares airosos; pero Edward, ha quien iba dirigido todo, siguió enfrascado en la lectura. Ella, desesperada, decidió hacer un esfuerzo más, y, volviéndose a Viviam, dijo:


––Viviam querida mía, déjame convencerte para dar una vuelta por el salón. Te aseguro que viene muy bien después de estar tanto tiempo sentada en la misma postura.


Jane se quedó sorprendida y Viviam no le extrañaba esa conducta porque sabía lo desesperada que estaba, pero accedió inmediatamente. Charlotte logró que Edward levantara la vista. Estaba tan extrañado de la novedad de esa invitación como podía estarlo la misma Jane; inconscientemente, cerró su libro. Seguidamente, le invitaron a pasear con ellas, a lo que se negó, explicando que sólo podía haber dos motivos para que paseasen por el salón juntas, y si se uniese a ellas interferiría en los dos. 


-- ¿Que quieres decir con eso? --pregunto Viviam algo confundida--.

-- Ustedes eligen este modo de pasar el tiempo o porque tienen que hacerse alguna confidencia o para hablar de sus asuntos secretos, o porque saben que paseando lucen mejor su figura; si es por lo primero, al ir con ustedes no haría más que importunarlas; y si es por lo segundo, las puedo admirar mucho mejor sentado junto al fuego.

-- ¿Como podríamos  darle su merecido? --le pregunto Charlotte a Viviam--.

 ––Nada tan fácil, si está dispuesta a ello ––dijo Viviam––. Todos sabemos fastidiar y mortificarnos unos a otros. Búrlate, ríete de él. Siendo tan íntima amiga suya, sabrá muy bien cómo hacerlo.

––No sé, te doy mi palabra. Te aseguro que mi gran amistad con él no me ha enseñado cuáles son sus puntos débiles. No hay forma de reírse de él.

––¡Que no podemos reírnos de Edward! ––exclamó Viviam––. Es una pena porque me encanta reirme --dijo con cierto aire de picardia--.

––Charlotte––respondió Edward–– me ha dado más importancia de la que merezco.


Elizabeth tuvo que voltearse para disimular una sonrisa.


––Supongo que habrás acabado de examinar a Edward––dijo Charlotte-- y te ruego que me digas qué has sacado en conclusión.

––Estoy plenamente convencida de que Edward no tiene defectos. Él mismo lo reconoce claramente.

––No ––dijo Edward––, no he pretendido mostrar eso. Tengo muchos defectos, pero no tienen que ver con la inteligencia. No puedo olvidar tan pronto como debería las insensateces, ni las ofensas que contra mí se hacen. Mis sentimientos no se borran por muchos esfuerzos que haga para cambiarlos. Quizá se me pueda acusar de rencoroso. Cuando pierdo la buena opinión que tengo sobre alguien, es para siempre.

––Ése es realmente un defecto ––replicó Viviam––. El rencor implacable es verdaderamente una sombra en un carácter. Pero ha elegido usted muy bien su defecto. No puedo reírme de él. Por mi parte, está usted a salvo.

––Creo que en todo individuo hay cierta tendencia a un determinado mal, a un defecto innato, que ni siquiera la mejor educación puede vencer.

––Y ese defecto es la propensión a odiar a todo el mundo.

––Y el suyo --respondió él con una sonrisa–– es el interpretar mal a todo el mundo intencionadamente.

––Oigamos un poco de música ––propuso Charlotte, cansada de una conversación en la que no tomaba parte––.


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⏰ Última actualización: Nov 13, 2021 ⏰

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