Capítulo #2

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Mi madre, Helena Alcalá, una mujer joven y sabia sobre las cosas de la vida, dispuesta a dar todo por ella y por los suyos, con un fuerte carácter y un corazón gigante un día me dijo que las cosas no son siempre son como las pintamos.

Ella un día me dijo que muchas veces no somos lo que creemos y que también creemos conocer a quiénes ni siquiera ellos mismos se conocen.

También me dijo que un día ella ya no estaría conmigo ni con nadie y no sabía a lo que se refería.
Yo era muy pequeña como para entender muchas cosas que me decía, pero la escuchaba y guardaba sus consejos en lo más profundo de mí, pues algún día necesitaría de ellos.

Una noche ella enfermó, yo me quedé muy triste y en compañía de mi soledad me pregunté si ella se refería a esto pero después deseché esa idea porqué estaba segura que mi mamá no lo sabía.

Pensaba que su enfermedad era algo ligero y que pronto todo estaría bien, pero no fue así.

Mi mamá tenía cáncer y entonces pensé en lo peor que nos podía pasar en la vida a mi familia y a mí.

Era una niña pero no era tonta. Sabía que esta enfermedad es cruel y muy agobiante.

Pasaron tres duros y largos años desde la enfermedad de mi madre y ella aún seguía conmigo, con mi familia batallando una guerra contra el cáncer que parecia infinita.

Mi madre hacía todo lo que podía por seguir viviendo, gastó todas sus fuerzas en empeñarse a ganar la batalla, a seguir con sus hijos y darles los mejores consejos que podía.
Gastó sus últimas fuerzas por hacernos felices pero por más que lo quiso y lo quisimos ella ya no pudo seguir más, tanto así que un día le faltaron las fuerzas y ya no pudo seguir sosteniendo nuestras manos para quedarse con las nuestras.

Mi mamá se fue y yo seguía siendo una niña pero ya no tan chiquita.

Mi mamá se fue de nuestro lado cuando tan sólo yo tenía once años y desde entonces batallo con mi propia mente para mantenerme viva.

Mi mamá se había ido de mi lado y entonces le renegué a Dios.
Le reproché por habersela llevado, por no dejar que estuviese más tiempo con nosotros.
Le renegué una y mil veces por quitarme a la perosna que más había amado y siempre amaría mientras siga en este mundo.

Me dije a mi misma que mi vida había acabo si ella ya no estaba y con ese pensamiento todo se acabó.

Mi familia se estaba destruyendo.
Mi padre, Manuel Cardona, un hombre fuerte que demostraba firmeza ya no supo como seguir, no supo como orientarnos y no lo culpo.
Nos habíamos quedado solos, el se había quedado solo.
Ya yo no sabía cómo seguir asistiendo a la escuela, no sabía cómo seguir mi vida.
No sabía que hacer cuando estuviese creciendo y viendo cambios en mi cuerpo.

No sabía cómo decirle a alguien lo que me sucedia y aunque tuviese la compañía de mi hermana Luciana lo único que quería era tener los brazos de mi madre esperándome siempre.

Entonces entendí lo que me había dicho "ya no estaría conmigo ni con nadie" se refería a esto,  pero no creí que fuese tan pronto. Así que me tocó seguir creciendo sin mi mamá, al lado de mis hermanos Camilo, Luciana y Cesar viendo como cada vez más las cosas se volvían difíciles.

Mi padre buscaba consuelo en el alcohol y así pasó un corto tiempo hasta que supongo sanó la herida, Cesar no quería graduar de bachiller y cuando lo hizo se consoló en soledad y no quiso hacer más nada por su vida.
Camilo había graduado un año antes de la muerte de nuestra madre, el buscaba consuelo en si mismo mientras encontraba   compañía en sus amigos y olvidar un poco la realidad.
Mientras tanto Luciana y yo dejamos de asistir a la escuela durante un mes y en ese tiempo nos fuimos de casa para tratar de despejar nuestras mentes y que la herida no doliera tanto.

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