CAPÍTULO 6

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Tres días después de aquello, Megan estaba arrodillada junto a su cama sacando todo lo restante de su maleta. Ahora que lo pensaba, no recordaba mucho haberla preparado antes.

Aquel día todo fue muy rápido, tenía que apresurarse porque la esperaban para llevarla al orfanato; y entre lágrimas, alcanzó a coger toda la ropa posible incluyendo algunos objetos de valor. No valor de dinero; sino el valor que tenía para ella algunos objetos significativos como regalos de sus padres o cosas así. 

Sacó ropa interior, escarbando detrás de ella hasta que encontró su celular. Lo revisó rápidamente notando que muchos que prácticamente no le hablaron en su vida, o incluso los que alguna vez se burlaron de ella, les daban el pésame por lo que pasó. Había recibido miles de mensajes de texto.

Malditos hipócritas.

Siguió escarbando en la maleta y envuelto en una manta había un llavero. Pero no uno cualquiera. Ese llavero tenía como colgante un sol.

Mi Megan, mi sol.

Escuchó la voz de su padre en su mente. Eso amenazó con hacerla decaer una vez más, con ahogarla. Le daba la sensación que se quedaba sin aire cada vez que recordaba momentos así.

Cruzó las piernas en el suelo en posición de indio pero Mary abrió la puerta de su habitación deteniendo lo que hacía.

—Querida, ya casi es la hora del almuerzo. ¿Vienes? —le habló en un tono suave. Megan le hizo caso y la siguió hasta el comedor.

¿Cómo puedes superar algo que ni siquiera te ha dado tiempo digerir por completo?

Era la verdad. Megan se sentía como en una realidad alterna, aún sin creer del todo que eso le estuviese sucediendo. O tal vez sí, pero todavía no sentía ese dolor permanente y desgarrador en el pecho. No sentía nada. No sabía si esperar o no a que ese botón fuera presionado e hiciera explotar todo.

Tampoco le gustaba en absoluto la idea de que el tiempo lo curaba todo. Bien decían eso y muchas veces, alegando que algún día podrás decir: soy feliz y ya no queda nada por lo que sufrir. El problema es que el camino a esa felicidad, a esa paz mental contigo mismo, es extremadamente tortuoso y muchos no logran sobrevivir.

Mary la dejó en la fila para coger la comida y se fue diciendo algo sobre atender a un alumno. Megan no estaba escuchando nada. Tenía la mente tan vacía, en ese tipo de trance en el que pareces un fantasma.

Estaba tratando de contener aquellas lágrimas que salían sin permiso, pero por más que hiciera su mayor esfuerzo, Tayson sí lo notó ya que se encontraba cerca de ella casualmente.

Ya era su turno y cogió la bandeja con las manos temblorosas. Eso era una muy mala señal. Sin embargo, sus propios pies se enredaron y terminó chocando con el chico a su lado, la bandeja se deslizó de sus manos cayendo al piso con un estruendo. Ella temblaba de pies a cabeza y lo único que se le ocurrió fue echarse a correr, ya sin poder aguantar más las lágrimas reprimidas.

Sus pies se movían de manera casi automática, a toda velocidad por el ancho pasillo, su corazón a la misma velocidad que sus piernas. Y en vez de terminar en el exterior como siempre lo hacía, terminó en su habitación sin molestarse en cerrar la puerta.

Cayó de rodillas delante de ésta y se agarró el pelo con las manos. No sabía qué le pasaba. Seguro era un ataque de pánico y ella nunca había pasado por eso. Así que no lo reconocía.

Estuvo ahí en el suelo por un rato, no supo cuánto. Sintió una presión tan grande en el pecho que pensó que en cualquier momento moriría ahí mismo por falta de aire. Su respiración estaba acelerada, no dejaba de jadear y los bordes de su vista empezaron a oscurecerse.

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