CAPÍTULO 5

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Era por la tarde cuando casi todos los del orfanato Warmell se hallaban sentados a las afueras del edificio. Hacía un buen día y Megan aprovechó la oportunidad para respirar aire fresco y tomar un descanso de su mente.

Se sentó en uno de las bancas cerca de la entrada, sintiendo el viento batir con fuerza haciendo revolotear su cabello castaño hacia atrás. Cerró los ojos y tragó saliva cuando recordó que las cosas que antes disfrutaba tanto ahora no tenían relevancia para ella.

Era muy amante de eso que no todos podían notar, o al menos no le prestaban atención en su vida diaria. Era amante de cómo las personas sonreían porque habían alcanzado su sueño. No importaba si era una mujer desconocida quien al pasar por la calle viste que ha logrado obtener el empleo que tanto deseaba.

Nunca lo quiso admitir, pero Megan amaba ver a las personas felices y que tuviesen una motivación para serlo.

En cambio, ella se sentía cansada. Le costaba tanto notar la felicidad de los demás en medio de su destruida alma. Quería dejar de ver oscuro y recuperar la vista; presenciar de nuevo al mundo como algo... fascinante y sorpresivo.

Sí, sorpresivo. Nunca sabes cuándo cosas malas te pueden suceder, convirtiendo tu corazón, sin darte cuenta siquiera, en una pieza más de tu cuerpo no tan imprescindible. Una pieza teñida de oscuridad; cosa que puede dolerte o no con el paso del tiempo.

O bien la vida puede tomarte por sorpresa y regalarte la suerte y el éxito que no esperabas. Todo depende del destino, de tus propias acciones o de lo que tú quieras creer.

—¿Lista? —Mary apareció a su lado. No respondió, pero de todos modos se levantó y siguió a Mary dentro del edificio.

Mary quiso preparar la primera cita de Megan con su psicólogo. Y no estaba lista. Ni siquiera sabía si tenía el valor para hablar.

Subieron las escaleras en dirección al tercer piso y caminaron unos pasos más hasta llegar a una puerta color crema un poco diferente a las demás. En una placa al lado de ésta decía: Psicología.

Mary dio dos golpecitos en la puerta y ésta se abrió mostrando a un hombre en una bata blanca. De cabello rubio un poco canoso y ojos oscuros. Les dio una sonrisa cordial invitándolas a pasar.

Las paredes eran blancas en su totalidad, con la excepción de algunos cuadros de flores no muy llamativos. Lo demás era un sofá de cuero con una pequeña mesa en frente y un escritorio al otro lado de la habitación. Megan nunca había entrado a una consulta de psicología; ni siquiera sabía muy bien cómo funcionaban esas cosas.

—... Mary, puedes estar tranquila. En media hora o menos ya habré terminado. —dijo el hombre. Megan no estaba escuchando mucho lo que decían.

La mujer rubia le sonrió a Megan con tranquilidad y salió de allí.

—Buenas tardes, Megan. —saludó el hombre. Megan asintió con la cabeza una sola vez como saludo. —Siéntate y ponte cómoda. —ofreció el sofá y la chica se sentó. En la mesita había un tarro con caramelos y agarró uno metiéndolo en su boca con confianza. —De acuerdo, primero que todo. Siempre le hago esta pregunta a mis pacientes: ¿Te comprometes a asistir a todas tus sesiones y recibir ayuda de buena manera? Estoy aquí para ayudarte en lo necesario.

Megan asintió para salir de él. Mientras más rápido terminaba, mejor.

El hombre tomó una silla y la colocó en frente de Megan a una distancia prudente.

—Me llamo Erick Skard. —eso lo pudo ver en la placa de su bata y en la de su escritorio. —Pero puedes llamarme Erick o como más gustes. —hizo una pausa, carraspeando. —¿Cómo estás, Megan?

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