CIUDAD SOLARES NO AMANECE

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Después de poco más de cuarenta minutos de viaje a través de las agujas del reloj dentro del túnel temporal en medio de un bus repleto de rostros desconocidos, Cordelia había descendió en Ciudad Solares... ubicó la quinta zona y caminó unos pequeños pasos y vió como todo a su alrededor era ajeno, nuevo e inmenso.

Retomó la lectura del pedazo amarillento de papel: avenida de los árboles, "Calle del Olvido", casa número 59, de la quinta zona de la ciudad Solares; y mientras sus manos sostenían el destino incierto, su cuerpo pequeño y sus cabellos morenos se soltaban al capricho de la expectativa y del miedo... algo recorría su cuerpo y sentía que probablemente no hallaría nada en el lugar que allí se había anotado... -una corazonada?- 

Escuchaba en su mente la agitación de Julián, como olas decadentes que pierden fuerza al arrastrarse con furia sobre la arena, mientras se acerca a la orilla y se adentra en la tierra; quien delirante en medio de una súplica sin destinatario murmuraba aquella misma madrugada con persistencia el nombre de Fermín.

Parecía como si el sonido de aquellas agitadas olas en la angustia de Julián no tuvieran más la fuerza para resistir, Cordelia temía su partida antes de encontrar a Fermín, esto  también hacía que ella y su corazón sofocado parecieran flotar, su frágil cuerpo empezó a olvidar el hambre mientras el frío la desenfocaba un poco, hacía un esfuerzo más allá de su pequeña humanidad para poder hallar el camino que la reuniera con Fermín.

Se cruzaba por las avenidas de aquella ciudad, preguntando a otros si sabían cuál sería Avenida de los árboles, pero como trenes presurosos algunos ni siquiera detenían la mirada en la pequeña mujer... empezó a leer los nombres de las avenidas y eran tantas que por un momento pensó que todo aquello era una locura. 

Finalmente entró en un pequeño café, preguntó a uno de los dependientes por la dirección. El empleado amablemente le sonrió y dijo: -Lleva mucho buscando esa dirección?- Cordelia se veía angustiada, y asintió con la mirada y un poco de desesperación. -No se preocupe!-- 

 Y entonces el semblante de la mujer se relajó un poco...

En realidad usted está bastante cerca, pero la Avenida de los árboles es una manera en que casi ya nadie conoce ese lugar... hace mucho que no se le llama así. Hace bastante que su nombre no es acorde a su realidad. Los árboles de esa avenida, por algún extraño motivo murieron juntos sin que nada pudiera hacerse por ellos, la gente intentó salvarlos pero todo fue inútil. Ahora solo es una avenida, sin verde que recuerde vida y sin viento que alegre con su música al tomarse de la mano con las copas de los viejos árboles. En fin! -dijo el empleado, mientras acomodaba tazas blancas en una repisa ordenada luego de secarlas con una fina y limpia manta.-

Cordelia esbozó una pequeña sonrisa.

Siga hacia el norte tres cuadras... esa es la avenida.

Y la Calle del Olvido... quinta zona, aún existe? -preguntó Cordelia-

El empleado se puso serio y entonces contestó: -es tan triste lo que me pregunta... encontrará pronto el lugar, una vez llegue a la avenida desvíe su camino a mano izquierda, pasará por tres calles y al cuarto bloque encontrará un pequeño callejón. Es allí-

Gracias señor! -dijo ella, dirigiéndose a toda prisa hacia el lugar.-

Ciudad Solares era más bien un lugar frío, parecía indolente al entorno y la gente que la habitaba parecía haber perdido el sol.

Pero Cordelia continuó su camino. Rápidamente y gracias a las indicaciones del hombre del Café, encontró el callejón. 

"Calle del Olvido", apenas visible se leía en la pared de una pequeña vivienda. Cordelia sintió un vuelco en el corazón, su piel se erizaba. La Calle del Olvido lloraba a plena vista de todos, gritando por salvación, pero parecía que había sido en vano, que sus lágrimas estaban derramadas en el silencio mientras la realidad le había dado la espalda.

La casa 59, era la única que quedaba, apenas visible su número casi fantasmagórico de una vieja pintura que se aferraba a una muy antigua pared casi en ruina que se resiste a caer sin ser antes reconocida, como soldado en batalla que detiene por un instante el tiempo, justo al momento en que cae con su último aliento y decide contemplar el instante exacto en que todo el sufrimiento y la tortura de los horrores de la guerra y la soledad se detienen por fin y ya no le harán sufrir más, así atrincherada en la resistencia, la 59 seguía en pie, en esa fracción de tiempo que en medio de la tragedia nos otorga la satisfacción del cese de la resistencia y el cansancio como gloria que acaba con un descanso final.

Y ahí, de una pieza, inmóvil, Cordelia sentía como un mar de dudas la envolvían y le arrebataban la esperanza de cumplir con una petición de última voluntad. Observó a los lados,  elevó la mirada al cielo, aún quedaban los cadáveres de la arboleda que ni siquiera el tiempo quería llevar, seguían como testigos mudos de una vida que alguna vez fue. 

La mujer lloró. La pared de la 59 era larga, recorrió su longitud y encontró un portón de rejas muy viejas. Observó hacia dentro de la propiedad y notó algo inusual, pero no sabía si estaba soñando despierta y sus deseos de no fracasar en la misión eran tan grandes que había empezado a alucinar, o era un sueño hecho realidad, un regalo del mismísimo cielo que pretendía reivindicar la lealtad de la palabra hecha en juramento desde su corazón en silencio al deseo de un moribundo que dejaba escapar de su hogar secreto el sentir oprimido de una fuerza poderosa mientras que la vida se le va.

Adentro, pasando un patio, había aún una pequeña morada con apenas algunas flores sedientas y mal cuidadas, parecía que alguien se había quedado en la espera, acorazado en aquel lugar triste de melancolía.

El enrejado permitía descubrir todo aquello dentro. Tomó unas llaves de su bolso y tocó en las rejas con insistencia. Pasó un par de minutos y parecía no haber nadie. Pensó en volver después, porque el día avanzaba y ella debía encontrar una respuesta o una posada. No estaba dispuesta a irse sin cumplir su cometido.

Justo por marcharse estaba, cuando un sonido en la casa pareció delatar el abrir de la principal puerta. Cordelia se alegró, saludando un poco a los gritos, dirigió un buenas tardes.

Finalmente una figura se asomaba por el umbral de aquella vieja puerta, indeciso de su visión, tardó un poco en asomarse bien. 

Era Fermín!

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