FERMÍN Y LA TEMPESTAD

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Cordelia fue paciente, miraba al viejo hombre y el trayecto para atravesar aquel patio parecía ser infinito. Entre una puerta y la otra, parecía como si existiera un universo mientras la banqueta sobre la que esperaba la mujer se hacía más ancha, más grande, más distante, como un continente que primero hay que recorrer a extremos y hasta el final para avistar el mar,  y ella sentía como si nunca fueran a coincidir con el habitante de aquella morada lejana y casi invisible para los demás.

De sus huesos, el tiempo  había labrado faena y se predecía que no quedaba mucho para aquel hombre, su cuerpo cansado se debatía entre la voluntad de lograrlo y la fatiga de un esfuerzo enorme por mantener la marcha sin perder el equilibrio hasta llegar a la entrada. 

Los ojos del viejo hombre se hallaban casi velados por una niebla que le impedía conocer los detalles del mundo.  

Ella tenía miedo. Pero esperó paciente y por fin estuvieron frente a frente.

-Si? -dijo Fermín-

Buenas tardes señor-

-Buenas tardes- contestó el anciano.

-Es usted acaso el señor Fermín?- -preguntó la mujer-

Quién me pregunta? contestó el hombre.

Soy Cordelia. Vengo en su búsqueda por petición de Julián. Le traigo un mensaje muy importante de él.

De pronto, Fermín endureció su rostro aún más de lo que el tiempo ya lo había hecho. Se sostuvo con una mano de la reja y con la otra el corazón. Frunció el seño y pareció perderse de la realidad por un momento. Su boca parecía balbucear alguna cosa que no se llega a comprender mientras sacudía su cabeza en señal de sorpresa, de asombro...  de amargura.

Quién dices que eres? -preguntó de nuevo el hombre.

Soy Cordelia, he venido de lejos para avisarle que Julián está solicitando verle por vida suya. 

Fermín hizo un gesto de negación con el rostro y con el cuerpo. Negándose de momento a la petición de la mujer. -Yo no tengo nada que hablar con Julián. Es mejor que te vayas muchacha, has hecho un largo viaje en vano.

Pero Cordelia era paciente y tenaz en su misión. -No puedo irme sin antes decirle lo que he venido a hablar. Si usted me permite... podemos tomar un café, hay uno no muy lejos de aquí.

El pobre anciano no quería escuchar, pero fue educado. La impresión en Fermín ya para ese momento lo había puesto muy descompensado. Cordelia sintió una pena grande y pidió que le dejara ayudarlo. 

Fermín entonces giró la llave en el cerrojo y le permitió el paso a la mujer. -Con permiso don Fermín.... -dijo la muchacha tomándolo del brazo.

Gentilmente esperó a que el hombre indicara con un gesto si quería ser llevado adentro o salir con ella, pero Fermín alargando el brazo le indicó a ella que entraran.

Los ojos de Fermín ya estaban muy cansados, casi no podía divisar los rasgos del rostro de la mujer, pero advertía por su tono de voz y el modo de hablar que la muchacha decía verdad y llevaba angustia por cumplir con algo que parecía ser una cuestión de valores de vida para ella.

Dentro, la casa era muy triste y solitaria. Las cosas que habían eran muy viejas ya, parecían haberse acomodado al punto de no distinguirse dentro de aquel lugar. Pero también notó que las cosas estaban limpias y que no había rastro de dejadez ni perezas. Todo era humilde, sencillo.

Ella pidió permiso para alcanzarle un vaso con agua de la cocina y el anciano le indicó que trajera un para ella también. -Acá tiene don Fermín- dijo la muchacha, poniendo el vaso en las manos del anciano. Éste agradeció y sorbió pequeños tragos mientras ella se atragantaba medio vaso de un solo jalón.

Fermín empezó: Ahora, después de tanto tiempo, cuando estoy a punto de acabar mi vida en esta tierra, cuando las hojas de mi primavera han caído una a una en este otoño agreste hasta que ya nada me queda, por qué?, cuando mi resignación solamente esperaba a fundirse con la muerte. 

Fermín se agita, se estremece.

Cordelia se siente impotente ante el sufrimiento del anciano.

 -Lo siento don Fermín, lo siento. No quería traerle angustias, ni molestar su vida, pero es una situación que no puedo evadir. Es una cuestión de principios para mí. Y si usted me permite....

Entonces Fermín la interrumpe.

 -Tú? Qué eres de Julián?

-Soy su hija.... don Fermín.

Por las mejillas de Fermín ruedan dos lágrimas tempestuosas. No lo puede evitar. Se avergüenza y se tapa el rostro con las manos.

-Ahhhhhh! perdona todo este bochorno muchacha. No sé ni como es que está pasando esto. Y ahora estás en mi casa, tú, una pequeña... de Julián... eres fruto del amor.... 

No logra terminar la frase y su garganta se amontona con dolor...

-Qué deseas muchacha?-

-Su compañía hacia las campiñas, porque Julián está en su lecho.... (la voz se le corta)... y su última voluntad es verlo.

Al escuchar estas palabras Fermín se tambalea. Se empieza a acomodar los cabellos, largos... un poco quizá, descuidados por el tiempo,  se arregla la camisa, con pena de cómo se verá. Se levanta lentamente de la silla en que está y nerviosamente camina a una pequeña puerta de habitación...

-Espera acá muchacha, solo un momento. 

Cordelia se sienta y espera en el comedor. Mira todo a su alrededor, intenta grabar aquellas imágenes. Arma piezas de un rompecabezas que, además de ella, no comprendería ninguna otra persona más, excepto por Fermín y Julián.

Finalmente Fermín sale cambiado, se ha acicalado un poco de prisa, no tiene ni un solo espejo, hace tiempo que dejó de mirar.

Toma un sombrero, un bastón viejo, su billetera gastada, su saco modesto y le pide a Cordelia que se vayan pronto.

Cordelia siente alivio por haberlo encontrado, porque accediera sin tanto pensarlo y pedía al cielo que Julián aún la esperara a llegar. 

Finalmente las puertas de la 59 quedaban atrás, Cordelia y Fermín se dirigían a la estación y la Calle del Olvido cerraba un capitulo en el tiempo que por poco y no tiene final.

Una balada se conjetura con el viento que se arremolina tras los pasos de Fermín y Cordelia... parecen despedirlo a él al verle librado de las cadenas del tiempo que lo ataron con el peso de la soledad y el dolor, tal cual el nombre del lugar, silbando su partida, como si supieran que jamás ha de regresar.

-Si me permite... le ayudo don Fermín.

-Gracias. Dame tu brazo muchacha, soy muy viejo ya, pero mi fatiga no es a causa de mis años sino de lo que cargo como pesar.

Ciudad Solares, Calle del Olvido no me recuerdes nunca más!



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