TARDE DE ABRIL

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Desde la especial ceremonia de Julián y Fermín pasaron unos pocos meses. La vida no pudo ser mejor. 

La compañía de vida es un tesoro cuando nos acercamos más y más a la línea del final. Algo que ambos compañero habían entendido hacía mucho tiempo, sin embargo Cordelia no veía tan cerca esta línea.

En tanto pasaba el tiempo, Fermín y Julián se pusieron a cuentas. Los secretos y las dudas no fueron más. El amor tomó un lugar y se acompañaban en todo. Como flores y abeja, como sol y campo, como luna y noche de estrellas. 

La paz de la verdad fue el cierre de tan larga travesía. 

Julián había empeorado, su salud se volvió tan frágil que pronto ya no salió de su habitación. Fermín le contaba las noticias, despacio, porque no era el mejor lector. Pero si la mejor de las compañías. 

Abría las ventanas de par en par y observando el cielo le describía el día, las tardes, las noches y le contaba a Julián que estaba preparando un viaje para ellos, al lago más bonito que conoció cuando eran niños para que lo visitaran junto a Cordelia cuando él se recuperara.

Julián reía. Aunque era evidente que su brillo se apagaba a cada día un poco más.

Cordelia volvió a Ciudad Solares, necesitaba una excusa para volver allá. Allí fue dejando su corazón enamorado para Raúl. Fermín se sentía orgulloso de ella, porque era la hija que nunca tuvo y que la vida le concedió de una manera tan poco convencional. Sabía que algo se traían esos dos. 

Julián lo sospechaba también. Se sentía feliz de ver a su hija en esas misteriosas idas y venidas. Dejó de hacerle venir, sentía que era hora de que ella se instalara en su propia vida, que viviera su propia historia. La veía tranquila.

Una noche apareció la dulce Cordelia de la mano con Raúl. Llegaron con vino para Julián, un jugo de uvas para su padre, canapés y flores. Fermín arregló una mesita dentro de la habitación de Julián.

Esa noche Raúl la pasó en casa de ellos tres.

Julián y Fermín estaban muy felices. El amor sigue la traza. Ahora eran Cordelia y Raúl, viviendo una historia de amor a tiempo y sin restricciones. Era la reivindicación de amar. Subsiguieron días de felicidad para los cuatro. Cenas, historias, planes, anécdotas nuevas. Flores, estrellas. Un nuevo integrante ponía alegría y emoción. Cordelia estaba tranquila, estable y en su propio camino.

Julián brindó aquella noche con Fermín. Le agradeció por ser él. Por existir al mismo tiempo, por no perder el valor de seguir. 

Cordelia y Raúl estaban pasando a una etapa tan sólida como la verdad del tiempo.

La vida es así.

Una tarde de abril con los cielos bordados en oro por la puesta de sol más hermosa, Julián finalmente se despidió de este mundo. Dejó la casa de carne y huesos, en la que había habitado con mucho dolor. A su lado estaba Julián, tomando de su mano con fuerza aquella realidad, la despedida entre los dos. 

Cordelia observaba con dolor a su padre en medio de una escena salida de novela. Su amor, otro hombre, de corazón puro y mente limpia, sosteniéndole en su último aliento, mientras ella pensaba en su madre, que ahora estaría de nuevo junto a él recibiéndole en esa transición que solamente podemos anhelar con todas nuestras fuerzas sin una real certeza de ello. Besó la frente de Julián y en ese momento, como si hubiese tenido de nuevo la venia de su hija, exhaló el último rescoldo de vida.

Un silencio siguió a ese momento, un vació nacía desde el centro de la habitación y alcanzaba como ola expansiva todo a su alrededor. La luz de aquel hombre, amigo, padre, hijo, mentor cesó finalmente.

Fermín se derrumbó.

Cordelia sacó fuerzas de su propio vacío y sostuvo a Fermín, no ha despedidas fáciles, pero Cordelia era como su madre, única!

Trajo dos copas y las rellenó de vino. Sus labios al igual que su corazón temblaban. Poniendo una copa en la mano de Fermín, alzó la de ella y brindó por el amor, la conquista más relevante en la vida de cualquier ser.

Bebieron un sorbo y se abrazaron y luego se fundieron junto a Julián en un abrazo familiar.

-A tu salud papá.

-A tu salud Julián.

Las copas se acercaban más y más mientras los brazos de ambos se estiraban para el brindis final.

Un chin de cristales sería el digno final de una vida sin igual.




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