Capítulo 2

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Fuerzas Armadas, 2014.

Mi vida durante el servicio no fue como la imaginé. Lo experimentado por siete años me había convertido en una persona completamente distinta. Y la última esperanza para mi actual yo de veintiséis años era encontrar un nuevo motivo al cual aferrarme.

Tenía dieciocho cuando me alisté en el servicio militar de Corea del Sur. No era un requisito obligatorio por ser mujer, pero logré pasar mis pruebas de manera eficaz obteniendo un grado 2 en examen físico. El mismo es asignado a aquellos cuya constitución física y psicológica alcanza los estándares requeridos para permanecer activo.

Ocho meses después fui enviada a ocupar otro cargo dentro de la Marina. El nuevo monto de responsabilidades giraban en torno a supervisar toda correcta realización de operaciones navales, y atender la protección de los derechos marítimos nacionales. Para ese entonces no sólo se construía un futuro más en forma dentro de mi panorama, sino que habría demorado poco en percatarme de que fui capaz de forjar una de las amistades más sinceras y profundas. Su nombre era Su-jin. Una cadete de mi unidad. Aún recordaba su nombre y hasta su apellido, pero su rostro aparecía frente a mis ojos como una difusa visión de hacía décadas. Y una vez más, como todas las historias que comienzan repentinamente, existían partes de la nuestra que prefería omitir por completo.

—Aquí es donde dormirán ustedes.

La sargento acababa de dirigir a todas las chicas recién admitidas hacia su nuevo dormitorio. El olor de los cuarteles de hormigón no era para nada agradable.

—Los colchones están hechos de cascarilla de arroz —comentó una de ellas sintiendo la textura del mismo.

—Ese es el motivo por el que se guardar el aroma a sudor —mencionó en voz baja otra cadete.

—Al menos tendremos agua para ducharnos, ¿no es así? —pregunté.

—¿Creen que aún se encuentran en la casa de sus padres? —la sargento cuestionó con tono impaciente—. Todo el agua de las duchas está helada. Si quieren algo mejor, deberán conectar la manguera al arroyo de la montaña. Pero no se los recomiendo, en ocasiones salen serpientes de ahí.

Todas guardaron completo silencio. Era evidente nuestro inconformismo, pero no podíamos atrevernos a levantar una sola queja.

—Es tiempo de que empiecen a darse cuenta de la clase de lugar al que acaban de ingresar. A partir de esta noche todo será diferente. Deberán mantenerse alerta las veinticuatro horas del día —nos escaneó con la mirada—. Ya que compartimos el mismo campo de entrenamiento junto a los hombres, suelen ocurrir todo tipo de abusos por parte de ellos. Las duchas es el lugar más frecuente.

Me sorprendió la naturalidad con la que había mencionado ese detalle.

—Sargento, el comandante no permitirá que eso ocurra... Lo escuchamos en su discurso de esta mañana —comentó la chica a mi derecha.

—El comandante y sus famosos discursos —bufó en respuesta—. Piensen lo que quieran. Después no digan que no se los advertí.

Finalizó con las indicaciones y después abandonó el dormitorio. No sabíamos cómo reaccionar ante aquella "cálida" bienvenida. Pero fue cuestión de tiempo para que todo comenzara a cobrar sentido.

Las siguientes dos semanas tuvimos que soportar el hecho de que todos los soldados nos llamaran "ttukong unjeongsu", que se traduce literalmente como "conductoras de tapa de olla de cocina". Sus intenciones eran claras. Hacían referencia a que nuestra única obligación era quedarnos en la cocina, donde pertenecemos. 

No tardamos en identificar la desigualdad en las tareas asignadas para cada género. Nosotras teníamos que preparar la comida de todos. Limpiar las cocinas y los baños. Revisar el correcto funcionamiento del armamento y organizar las formaciones. Pero eso sólo era el comienzo de todo.  

●~Caught Up~● ○△☆☂Donde viven las historias. Descúbrelo ahora