BAÑO DE SANGRE

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Un grupo de caballeros pasó al trote, con sus resplandecientes armaduras reflejando la luz del sol. El ogro bufó enfadado y se obligó a apartarse. Volvió su mirada hacia la compañía que formaba a sus espaldas; de inmediato sus brillantes ojos se toparon con los del elfo, y Garks gruñó con enojo. Se habían encontrado en el camino, y Saturos le había convencido para unirse aquel grupo de mercenarios, y mantener la fachada. A Garks poco le interesaban esas sutilezas; lo único que le importaba era cimbrar a los cuatro poderes oscuros con la destrucción de su señor. Tocó con su mano la horrible cicatriz que surcaba su rostro, y recordó como la había obtenido, cuando los ogros mucho mas grandes de su tribu hacían mofa y abusaban de el. Todos le habían hecho creer que había nacido por un chiste de las Grandes Faces; pero Garks sabía ahora que su destino había sido convertirse en paladín de Malal.

Un gigantesco jinete de roja armadura se desprendió del ejército enemigo. Cabalgaba sobre un enorme corcel de 25 palmos menores de altura; el animal parecía andar fácilmente, como sino sintiera el peso del caballero y su portentosa armadura con oscuras runas inscritas que parecían herir todo ojo que se posara en ellas. El magnífico casco, labrado a usanza de un cráneo con cuernos, parecía brillar con el sol desprendiendo un aura flamígera roja. Garks reconoció al instante su color rojo oxidado como el de la sangre derramada y secada infinidad de veces. Avanzando hasta la mitad del campo de batalla, y elevándose sobre los estribos, el jefe de guerra habló con voz estridente.

-Soy Velrak, elegido de Khorne. Y todos morirán esta mañana. Personalmente cortaré sus cabezas, y usaré sus cráneos para elevar una torre aún más alta que la legendaria de Asavar Kul.

Aunque no pronunciaba en un idioma comprensible, todos en el campo parecían entenderle. Era como si la gutural voz entrara directamente en el pensamiento de los presentes.

-Sangre para el dios de la sangre; cráneos para el trono de cráneos- gritó el jinete, y la masa a sus espaldas le coreó, mientras hacía chocar sus armas entre si, en una marea de sonido ensordecedor. El caballo de Velrak relinchó parándose en dos patas, y el guerrero del caos sacudió en lo alto su espada. Al ver la señal, sus guerreros comenzaron el avance.

Garks gruñó audiblemente, y ansioso dio unos pasos al frente; una perlada mano le sujetó con firmeza, y el ogro bajó su mirada hacia Saturos, bufando con enfado en la cara del elfo, quien se limitó a negar con la cabeza. La tierra comenzó a temblar cuando los cañones y morteros del imperio abrieron fuego. Los enormes proyectiles causaban grandes daños en la formación de bárbaros, y el suelo saltaba por los aires con cada impacto recibido.

-¡Por Sigmar!- el potente grito de guerra se elevó desde la línea imperial, y fue recibido por un coro extasiado.

Una aullante ola de pieles y trozos de armadura chocó contra el muro de acero imperial, iniciándose el combate cuerpo a cuerpo. La enorme hacha de Garks se alzaba y descendía constantemente, cegando vidas cual grano a cada movimiento; las armas de los bárbaros rebotaban inofensivamente en su armadura, sin siquiera arañarla. Los cañones continuaban su lanza de salvas contra la retaguardia enemiga, y los fusileros y arqueros abrieron fuego en los flancos. El combate era sangriento; muchos no morirían inmediatamente, sino tiempo después, producto de las heridas; otros sobrevivirán, pero con sendas mutilaciones. En el apretado amontonamiento de cuerpos apenas y había espacio para mover un arma y todo aquel que caía terminaba aplastado por la ingente masa de cuerpos que avanzaba y retrocedía.

En medio de la trifulca, el ruido era ensordecedor, y apenas fue audible el cuerno que anunciaba la carga de caballería. Con lanzas en ristre y pendones en lo alto, los jinetes del imperio cargaron sobre las líneas enemigas. Empalaban con las jabalinas, y aplastaban bajo los cascos de los caballos. La carga fue tan potente, que muchas lanzas se rompieron con el impacto; los caballeros entonces sacaban sus sables, dirigiendo sus tajos a diestra y siniestra.

Un enorme surco se abrió con la carga en la formación enemiga, justo enfrente de Garks. El ogro estaba bañado en sangre, y decenas de cuerpos mutilados se encontraban a sus pies. Garks alzó la mirada, y sus ojos se toparon con los de Velrak. El jinete le reconoció como Hijo de la Malicia, y cargó montado en su caballo. Garks permaneció plantado en el suelo, inmóvil, mientras la mole de carne y acero se acercaba peligrosamente. Velrak se paró en los estribos, lanzando un tajo descendente. Con velocidad pasmosa para su tamaño, Garks se hizo a un lado, golpeando hacia atrás con el hacha. El arma impactó en los cuartos traseros del caballo, y las dos patas volaron por el aire, cercenadas.

El jinete del caos se levantó después de caer pesadamente. Desde las cuencas de los ojos manaba un abrasador fuego. Con un rugido de desafío, cargó ejecutando un barrido de espada, y el arma demoniaca pareció encenderse en llamas. Garks detuvo el impacto, e hizo girar su hacha para golpear con el mango del arma. El señor de la guerra tambaleó, pero se negó a caer; volvió a rugir, con sonido lleno de cólera. Una enorme hacha cayó en un tajo descendente, pero Velrak logró desviarla. El ancestral arma apenas y perdió impulso, elevándose con el movimiento de retorno. El poderoso señor de la guerra cayó de rodillas, con las piernas colgando laxas de su cuerpo, casi arrancadas.

Con el rostro iluminado por el fuego de los ojos del demonio, Garks se encumbró frente a él. Velrak elevó su espada, en una estocada ascendente; pero el ogro había previsto el ataque, y eliminó la amenaza cercenando el brazo del señor de la guerra. Garks hundió su mano grande como jamón sobre el caso en forma de cráneo, y su hacha hendió el aire. Levantando el sangriento trofeo, sintió su armadura vibrar cuando el ícor del cuello cercenado cayó sobre ella, alimentando al demonio. La batalla pareció detenerse, y tanto imperiales como bárbaros miraron la cabeza que el ogro sostenía en lo alto. Con un chillido de asombro y miedo, la masa de guerreros del caos emprendió la retirada.

La noche caía cuando una enorme figura se alejaba por el camino. Para Garks la batalla había sido muy corta, pero al menos logró cosechar el alma de un campeón de Khorne. Caminaba pesadamente, sin importarle a donde le llevasen sus pasos; sabia que cualquier camino que tomara, sería siempre guiado por su señor Malal. Ni siquiera se percató que, a lo lejos, un elfo de brillante ojos miraba su avance, con ceñudo interés....
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Warhammer - Los Hijos de la MaliciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora