Capítulo 6

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Dejó la taza de té sobre la mesita que estaba justo en frente de ellos. Kagome lo miró y le sonrió tristemente. Se había preocupado luego de haberla visto de aquella manera. Debía admitir que no le gustaba el lado vulnerable de aquella mujer, que se mostraba siempre segura de la vida y de su decisión

Tomó asiento a su lado, siguiendo atento a cada movimiento, tomando un pañuelo desechable y hasta que por fin ella se animó a beber el té que preparó con esmero.

No quería hacerle preguntas, podía ver en sus ojos todo el dolor reflejado en ellos. Incluso quería hasta abrazarla una vez más, como si con eso pudiera amortiguar todo el dolor que sentía. Pero esperaría paciente a que ella decidiera hablar.

En cuanto el líquido caliente pasó por su garganta comenzó a sentir tranquilidad, como si algo la abrazara y la consolara por dentro. Era como ser abrazada por alguien en su interior.

― ¿Estas bien?

Kagome levantó la cabeza y medio asintió. Miró hacia la ventana que daba a la terraza, afuera comenzaba a llover y se cubrió un poco mas con la manta. Dejó la taza nuevamente sobre la mesita, colocó un cojín entre las piernas de Inuyasha y se acotó.

Con una mano acariciaba sus brazos, con el otro su cabello largo y ondulado. Mirando su perfil y sus largas pestañas. Pero era inevitable no detenerse a ver sus ojos húmedos.

― Solo necesito estas así.

Él asintió, le dio un beso en la mejilla y continuó acariciando su cabello. Kagome se relajó y cerró los ojos. Esperaba encontrar una vez más la calma, pero era evidente que tras el sueño y la llamada de su madre que no iba a recuperar nada.

A su mente vinieron esos fantasmas del pasado que pensaba haber desechado, y no era así, seguían ocultos en algún oscuro rincón y solo era tiempo de esperar para salir a la luz nuevamente y seguirla atormentado.

En un tiempo, cuando estaba sola y la ansiedad la acosaba, solía salir a correr hasta muy entrado el amanecer. Era como estar en un rincón y sentirse sofocada por las pequeñas paredes. Pero ahora, en cambio, el chico que le acariciaba el cabello, lograba apaciguar todo.

Era el rayito de luz que esperaba en su vida.

Abrió los ojos y sollozó un poco.

― ¿Segura que estas bien?

― No – negó.

Porque era la verdad, no estaba bien. Su vida era un completo desastre, si, su futuro lo había construido a base de dolor, por el impulso de querer demostrarle a una mujer que decía ser su madre, como es que si pudo salir por si misma adelante sin su ayuda.

― ¿Quieres hablar de ello? – preguntó preocupado, la verdad deseaba saber que era lo que esa hermosa mujer tenía.

Kagome se acostó boca arriba y vio sus ojos dorados. Ella le sonrió con tristeza, alzó una mano y tocó sus mejillas, nariz, cejas, todo lo que tenía a su alcancé. Quería recordar aquel rostro cuando todo esto que ambos tenían terminara en algún momento.

Bajó la mano y miró un punto fijo, buscaba el valor para contarle de sus fantasmas de aquel perturbador pasado que la atormentaba y esperaba que, con eso, él no saliera huyendo una vez que lo supiera.

Suspiró y se armó de valor, aquí iba, ya no había marcha atrás. La única que lo sabía eran sus amigas y por supuesto, sus tías. Pero jamás se lo había contado a algún chico, bueno, no es que conocía muchos, solo era que nunca mesclaba algún sentimiento.

― Cuando eres niña, cuando tienes la tierna edad de cinco años... ― y con solo recordar esa niña, un nudo se formó en su garganta, casi impidiéndole respirar – Piensas que todo el mundo es bueno. Conservas siempre esa inocencia.

QUIÉN TE DIO PERMISODonde viven las historias. Descúbrelo ahora