MANJIRO

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La oscuridad que reina en tu corazón un día logrará matarte, Manjiro.

DEPRESIÓN Y ANSIEDAD

Manjiro era un niño feliz.

Alegre, fuerte, cálido y nada podía cambiar eso.

Pero él había nacido con algo extraño.

Una sensación que lo separaba de los demás.

Era fácil ignorarlo mientras era niño, hacia amigos, sus trabajos, entrenaba en el dojo de su familia.

Pero mientras crecía, este sentimiento parecía crecer con él, haciendo más fuerte cada vez.

Venía de una familia de alfas, era algo seguro que él también sería uno, aún así se esforzaba por su familia, entrenaba fuerte y duro, aunque no le gustaba mucho la escuela, trataba de no aplazarse o arrastrar una materia.

Esperaba su marca de Alfa desde que cumplió los 13 años, pero al parecer está iba a tardar más de lo planeado, no le tomaba mucha importancia al retraso y continuo con su vida, con su vida y su reputación del Invencible Mikey, aquel pequeño rubio que podía mandarte al cielo de una sola patada, el ojinegro al que ni siquiera podrías tocar.

Alrededor de su cumpleaños número 14 empezaron a notar que el pequeño empezaba a tener un aroma.

Las feromonas se estaban haciendo presentes denotando un delicioso aroma a chocolate y a todos parecía gustarles.

Cuando por fin cumplió los 14 se dio cuenta que era un omega.

Esa fue la primera vez que lo escucho — Un maldito Omega, que chiste.

Un pequeño murmullo muy débil, pero que aún así, se logró escuchar.

A su familia no le importó mucho, igual le daban su apoyo y amor incondicional, así que él siguió con su vida, como siempre.

Que grande error.

Debió imaginarse que la vida de un Omega no era tan fácil, muchos alfas e incluso betas lo empezaron a rondar, le coqueteaban y cortejaban, molesto muy molesto para él, pero nada que una de sus poderosas patadas no pudiera arreglar.

Más no todos huimos del asqueroso plan que tiene el destino para nosotros.

Ese día fue relativamente normal: clases, almuerzo, periodos libres y la esperada hora de irse a casa.

No pudo preveer lo que pasaría a continuación.

.

.

.

La luz de luna era lo único que alumbraba ese oscuro y tenebroso lugar.

La sangre bañaba sus manos.

Su ropa, su pelo... su cuerpo, todo en él estaba manchado en un brillante rojo vivo, marcando lo por completo.

Sus ojos reflejaban el vacío que sentía su alma.

Ese día sus inocentes ojos perdieron su brillo.

Ese día él perdió su brillo.

Miró a la gran luna que se alzaba encima de él, mientras las lágrimas se acumulaban en sus ojos.


La luna ya no brilla como antes.


Fue lo único que pudo pensar.

Sus metas, sus sueños, sus anhelos fueron arrebatados ese día.

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