Capítulo VII: Namiashi Raido

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—Por favor, no entres —advirtió Kotetsu, estaba sentado en su escritorio improvisado en el pasillo. Shizune no habría notado que estaba ahí de no haber hablado, ya que estaba detrás de una inmensa pila de documentos. Si miraba con más detalle, podría notar las puntas de cabello apiñado sobresalir de las torres de papel—. Está de muy mal humor.

—¿Enserio? —preguntó Shizune.

Tsunade debía estar llevando el rompimiento peor de lo que ella pensaba.

—Sí, ha trabajado tanto este día. ¡Ya no le queda papeleo! Ha sido tan difícil seguirle el ritmo... Si llega a salir y no he terminado con todos estos documentos, seguramente moriré.

Kotetsu tenía miedo y la morena podía olerlo. Frunció la boca y miró el reloj sobre la cabeza del uniformado solo para comprobar que tenía tiempo. ¿La señora Tsunade trabajando con una eficiencia alarmante? Eso sí era un rompimiento horrible.

—¿Hay alguien adentro?

—Sí, entró Kakashi. Llevan al menos una hora juntos.

La morena suspiró, ojalá no intentara seducir al amigo de Iruka porque, en ese caso, el maestro se retiraría definitivamente y moriría con un dulce atascado en la garganta. No, Tsunade no iría a hacer eso. Era un acontecimiento prácticamente imposible el que la rubia y el maestro se unieran en una relación clandestina, no ocurriría otra vez.

—Supongo que puedo ayudarte con eso, todavía tengo tiempo.

—Sí, sí, muchas gracias —dijo el hombre al borde de la emoción—. Siéntese, por favor. Yo puedo estar parado. ¿Quiere una taza de té?

—Sí, por favor. Nada de azúcar.

Al ver la cantidad que Iruka ingería le había bastado para el resto de su vida, ahora se declaraba como una persona con gustos salados.

Tomó un documento al azar, uno firmado por la mismísima Quinta y listo para despachar a... Veamos, al País de la Roca. ¡Bien! Tomó un sobre delicadamente y lo dobló como a la princesa de las babosas le gustaba. Otro documento dirigido al Hospital, leyó un poco de lo que se trataba y supo que le estaban destinando más dinero a los insumos médicos. ¡Qué gran noticia! Tomó la hoja y para dejarla en la canasta que próximamente Izumo despacharía. Otro documento, y otro y otro. La organización era parte de ella y para cuando Kotetsu llegó haciendo malabares para ninguna gota del té amargo se derramara, probablemente por la infinidad de regaños que le llegaron de su jefa, ya iba en la mitad del desorden. Si las gotas se mantuvieron en la taza, su quijada rodó por el suelo y desapareció por las escaleras hacia la calle.

—¡Señorita Shizune, la adoro!

—No es nada —replicó avergonzada—, me gusta organizar, eso es todo.

—No sé porqué la señora Tsunade dejó que se fuera.

—Probablemente porque me mudé —lo dijo como una broma y Kotetsu se echó a reír.

—¿Puede enseñarme unas cosas? ¿Tiene tiempo?

La morena se dio vuelta para observar el reloj.

—Sí, tengo tiempo —resolvió con una sonrisa.

Una vez organizado y despachado el desorden de la pequeña oficina de Kotetsu, lo acompañó a archivar las copias a la biblioteca privada. A la morena le encantaba el olor a los pergaminos y libros viejos, al mejor amigo de Izumo simplemente le daban alergia. Si bien él le había pedido que le traspasara todo su conocimiento como asistente, ella no era buena enseñándole. ¿Cómo podía hacerlo? Simplemente era poner algunas cosas por aquí y por allá, y eso hizo que se preguntara si realmente era una buena maestra después de todo, ya que las niñas —y los pocos niños— de su clase no estaban mejorando lo esperado. Bufó y sopló un mechón de cabelló de su frente que la estaba molestando, levantó polvo haciendo que Kotetsu estornudara y levantara más polvo hacia ella. Terminó estornudando con los ojos llorosos y decidieron que era suficiente organización por la mañana.

La Reina de los FracasadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora