Capítulo V: Mitarashi Anko

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Pasó todo el domingo vomitando en el inodoro, tirada en su cama y tomando agua y antiácidos cada vez que tenía las fuerzas de levantarse. Ya entrada la noche, sintió que el alma le volvió al cuerpo y pudo ingerir uno que otro alimento. Luego del beso con Anko, ambas se habían puesto a beber porque, de pronto, el alcohol las hacía reírse de las tonterías que hacían. La morena ya había perdido la capacidad de sentirse ridícula con el licor corriendo por sus venas y, lo poco que podía recordar, era que había bailado con hombres que le doblaban o incluso le triplicaban la edad. Las imágenes de su sábado en un punto empezaron a ser recuerdos sin conexión alguna: se veía a sí misma en la barra sirviendo licor café en demasiados vasos que terminaba sorbiendo entre risas con su autoproclamada amiga; en el baño sintiéndose a morir al verse al espejo cuando todo le daba vueltas; junto a su pareja canosa de baile y caminando penosamente sujetándose entre sí con Anko. La dejó en el cuarto piso, pero no pudo subir más de uno.

Con horror, Shizune recordó que se había quedado dormida en el suelo al sentirse incapaz de seguir, siendo más tarde rescatada por alguien que no recordaba, puesto que una nebulosa alcohólica se había cernido sobre ella. ¿Quién había sido? Ese desconocido vecino suyo le había sonreído mientras la recogía del suelo y se la llevaba al último piso. Se llevó las manos al rostro, avergonzada, ¿por cuántos bochornos debía pasar para que estos se detuvieran? Ahora, el rumor más suculento de los pasillos del Complejo de Veteranos serían respecto a la médica que vivía en el departamento 60. Shizune, la solterona tímida y descarriada, amante de Genma y Yamanaka, y quien no podía mantenerse de pie.

—Estúpida —se dijo a sí misma y corrió hasta su cama para ocultarse bajo el edredón.

La mañana siguiente llegó sin avisar. Su cuerpo se había recuperado un poco más por lo que se envolvió en su edredón y caminó hasta la cocina con una cara espectral, debía comer algo y prepararse para el examen médico anual. Comió de la caja de cereal y bebió de directamente de la botella la leche de soja, sentada sobre el mesón de la cocina, para ella, jamás había llegado tan bajo. Tomó una ducha eterna en la cual se durmió unos segundos bajo el chorro caliente, cuando por fin estuvo vestida, alguien llamó a la puerta. Oh, cielos, ¿sería su salvador que quería asegurarse de que estaba bien?

Volvieron a llamar a la puerta y ella se dirigió temerosa a recibirlo.

—Buenos días, señorita Shizune —dijo Aoba desde el pasillo, su salvador no llevaba gafas oscuras como él por lo que fue descartado inmediatamente. Sonreía saludándola con un gesto con la mano, demasiado fresco y enérgico para ser un lunes en la mañana. La morena apoyó la cabeza en la madera de la puerta y bostezó—. ¿Durmió bien?

—No mucho, ¿qué te trae por aquí?

—Vengo por usted, señorita, la señora Tsunade está preguntando por su ausencia en el Hospital.

Shizune abrió los ojos como platos y verificó la hora en su muñeca, pero el reloj que hasta el sábado estaba allí, y que siempre se quitaba y volvía a poner luego de la ducha, no estaba. Mierda, su mente hizo sinapsis y le recordó que su bailarín canoso le había preguntado por su reloj tan bonito y que si podía regalárselo. Ella aceptó sin dudar. Cerró los ojos, odiaba esos recuerdos que aparecían a goteo.

—¿Qué hora es?

—Hace media hora debía estar allá.

—Vuelvo enseguida —dijo inmediatamente y, sin preocuparse de cerrar la puerta, se fue directo al cuarto de baño.

Aoba se sintió extrañamente invitado y admiró lo que la mujer había hecho con el apartamento horrible y descuidado que Iwashi poseía previamente, lo conocía, muchas veces había subido a beber. Sorprendido, miró el orden pulcro y femenino del lugar. Dentro del baño, Shizune se cepilló los dientes mientras se apretaba las mejillas para no verse tan espectral y enferma. Escupió, se enjuagó y corrió hasta la salida.

La Reina de los FracasadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora