Capítulo X: Shizune

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Al tercer día, se lavó la cara y miró al espejo solo para decir: «fue suficiente». No iba a seguir llorando sobre la leche derramada; sí, era triste que le quitaran la opción si decidir ser o no madre biológica, pero después de pensar y pensar y pensar y seguir pensando... Estaba viviendo el luto que debió vivir Suzume en caso de haber estado en sus zapatos, pero ella era Shizune, quien jamás se había planteado ser madre. Sus reales problemas eran otros, unos más mundanos y efímeros. Era impresionante como en poco tiempo, sus preocupaciones hubiesen escalado tanto y tan rapido. Desde el sofá de la Quinta, solo estaba pendiente de la rubia y del cerdito, solo cuando había tiempo se miraba al espejo y tomaba aire para seguir. Así que esa misma mañana, mirando su reflejo, sonrió y no se reprendió: no iba a ser dura consigo misma si no estaba acostumbrada a sentir sus propias cosas y sufrir por ellas. Tomó un bolso, sus llaves y salió del apartamento. Extrañamente se sentía tranquila por su decisión de dejar de llorar por cosas que aún no le hacían sentido.

Tomó desayuno en un pequeño puesto de dulces y revisó el diario matutino. Nada que reportar y terminó por suspirar aburrida en su asiento. Tomó su té y empezó a mirar lo invariante que era la villa para ella. Necesitaba algo y no sabía qué. Pronto, sintió la urgencia de comunicarle algo a alguien, cualquier pequeñez; después de todo, ella no se presentó a trabajar por aquellos tres días de compleja abstracción social. Había encontrado diversión en apoyar la mejilla en el suelo y ver pasar las motas de polvo en su apartamento desierto. Infinitas llamadas en su puerta las dejó pasar. Escuchó varias veces que clavaban algo en su puerta, lo hacían ruidosamente, así que se imaginaba que trataban de llamar su atención por encargo de Tsunade de esa forma. Y sin más, decidió estar mejor, pero no le informó a nadie.

Suspiró sonoramente.

—Disculpe, señorita. ¿La conozco?

Shizune miró al hombre promedio que se paró frente a ella con una sonrisa. Abdomen amplio, barba crecida y, para compensar, unas entradas que estaban por llegar a la nuca y ser la extensión del cuello. De todos los detalles que acababa de precisar, por más llamativos que fuesen, ella no lo recordaba. La morena se permitió sonreir, quitó los papeles que tenía en la silla contigua y esperó la reacción del hombre amistoso que llegaba a su vida. Quién sabe, quizás lo había atendido en el Hospital o era padre de alguno de sus alumnos en la Academia, puesto a que no creía haberlo conocido en la Morgue si el hombre estaba tan contento de verla, y en el caso de la Torre, creía trabajar con la misma gente uniformada de siempre como para olvidar un rostro, y él no parecía ser parte ostentar un título en aquella rama.

Su mente divagó más de lo normal y le mostró una escena de una película romántica en que la protagonista conocía al amor de su vida de esa forma, divagó más aún, y dio con otra película que terminaba con la bestia transformandose en un príncipe. Shizune quiso sonrojarse por pensar tonterías. No era más que un civil que la confundió con otra mujer y era un posible candidato para absolutamente nada.

—No lo sé, lo siento. No se preocupe: estas cosas me pasan, usualmente atiendo a mucha gente en mi consulta médica y en mis otros trabajos.

Habló un tanto avergonzada de su estilo de vida. No recordaba la últimas vez que se tomaba una mañana sin absolutamente un plan sin sentirse a morir. Yamato la vio ahogarse en la ansiedad del tiempo libre y ni siquiera era tan temprano como ese día.

—Enserio, señorita Shizune. ¡Soy yo! Solo era mi típica entrada con un toque de misterio.

Una neurona dentro de ella hizo el ademán de saltar, pero no lo logró, aún necesitaba un pedazo de información. Abdomen prominente, calva insipiente, barba espesa. Algo en sus ojos verdes la hizo dudar, pero seguía sin ser suficiente. Aclaró la garganta y le sonrió, no estaba acostumbrada que la gente la forzara a recordarlos. ¡Había estado gran parte de su vida viajando! Nada de lo que recordaba era tan estable como la juventud de Tsunade como para que la sinapsis se diera tan fácil. El hombre hizo una mueca, pero no dejó de sonreírle, finalmente tomó asiento frente a ella, pero llevó todo su peso en la punta de la silla, como si estuviera listo para saltar sobre la morena apenas lo recordara. Shizune temió descubrir quién era.

La Reina de los FracasadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora