Capítulo III: Yamanaka Inoichi

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El olor a polen la despertó. Abrió los ojos con lentitud, sentía escozor allá abajo y arrugó el entrecejo al acordarse por qué tenía esa sensación. Se cubrió la cara con una almohada, totalmente avergonzada pero, debajo, se permitió una tímida sonrisa. Con que de eso se trataba todo, nunca se había sentido tan cansada y tan satisfecha como esa mañana. Movió sus pies bajo el edredón para desperezarse y notó el peso de Tonton sobre ella. Seguía dormido, gracias al cielo. Y entonces, su rostro denotó duda, no recordaba haber vuelto a la cama. Ni mucho menos acomodar al cerdito sobre ella; cosa rara, ya que él gustaba dormir bajo las sábanas, no sobre éstas. Fue en aquel momento en que el polen volvió a llamar su atención, las flores que Ino le había dado ya se habían marchitado, y con una sonrisa buscó las flores frescas que las habían reemplazado.

Estaban a un lado de su cama, sobre la pequeña mesita de noche, eran de color blanco. Veraniegas y repletas de polen. Soltó una risa encantada y las admiró embelesada. Algo había cambiado en ella luego de que Inoichi la visitara en estado de ebriedad. Adoraba sus brazos, su pecho; sus manos experimentadas y cómo la había hecho sentir.

No logró reprimirse y saltó de la cama con un grito divertido. Tonton finalmente despertó y la observó extrañado entrar en la ducha con una sonrisa extasiada. El agua tibia relajó sus músculos adoloridos y se tentó jugar un poco con el jabón para tratar de imitar las caricias de Yamanaka. No lo logró, pero no estaba desanimada, las sensaciones que la habían embriagado seguían teniendo réplicas en su todo cuerpo. Seguía sintiéndose enormemente feliz y extasiada, como si por fin hubiese despertado de un letargo que había durado treintaiún años.

Corrió hasta su armario y se vistió, ciñéndose el obi más de lo normal. Fue hasta la cocina, picó fruta para ella y el cerdito, y revolvió unos huevos porque esa mañana moría de hambre. Comió con una sonrisa y Tonton seguía observándola extrañado. Al recoger los trastos y dejarlos en el fregadero, su mirada oscura dio con el libro pervertido sobre su bolsa de papel discreta. Se llevó las manos a sus mejillas sonrojadas como un vago intento de detener su vergüenza, Inoichi debió toparse con eso en la noche. Lo devolvió a la bolsa de papel y lavó los platos con la mente atormentada.

—Vámonos, Tonton, es hora de trabajar —dijo una vez que hubo terminado, se secó las manos y caminó rauda hasta la puerta. Dejó pasar al cerdito y luego cerró tras de sí.

En ese mismo instante salía el maestro de la Academia.

Shizune le sonrió mientras le echaba llave a su puerta e Iruka, al no ver ninguna señal de los otros vecinos hostiles, le devolvió el gesto. Ambos cerrojos se levantaron y sonaron al unísono. El maestro se veía relajado y con el pecho inflado, Shizune se sentía menos vergonzosa de lo normal.

—Buenos días —dijo él.

—Buenos días a usted —respondió a ella. Se guardó las llaves al bolsillo y se echó andar escaleras abajo, con el cerdito siguiéndola de cerca, con la espalda encorvada y el ceño fruncido, visiblemente molesto con la presencia de Iruka—. ¿Cómo van los preparativos para las clases del ninjutsu médico?

—Excelente, con la señora Tsunade queremos empezar con las clases el mes que viene. —Umino estaba demasiado contento con las noticias, y por un instante, Shizune se sintió apartada, aun si sería ella la que impartiría las clases por orden de su superiora.

Tonton cerró el hocico alrededor del tobillo del maestro y la morena lo tomó en sus brazos de inmediato.

—Discúlpelo, está huraño. No ha visto tanta gente como ahora que vivimos acá, creo que está estresado.

Umino Iruka asintió, no le gustaba el cerdito. Se despidió de ella y apuró el paso escaleras abajo. La morena negó con la cabeza y reprendió silenciosamente al porcino, pero claramente él no se arrepentía de nada y dio por terminado el asunto con el molesto y ruidoso maestro de la Academia. Con algo de suerte, Iruka impartiría sus clases de hoy con una cojera, y recién en ese momento, Tonton estaría más contento que Akamaru, si éste tuviera dos colas.

La Reina de los FracasadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora