II

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La llegada a ese pueblo perdido, en la mismísima nada, no fue lo que esperaba Ben en un comienzo. Quizás hubiera esperado que esa extraña anciana hiciera el viaje con él, después de todo, llevaban toda su corta vida sin verse y querría tratar de recuperar el tiempo perdido. Sin embargo, la anciana encontró algo mejor que hacer. Quizás se imaginaba que el pueblo estuviera un poco más... no sé, lleno de vida con gente charlando animadamente. Descubrió que las calles estaban vacías. Se esperaba ver a niños jugando en las plazas o a ancianos sentados en las puertas de sus casas, como le había contado uno de sus profesores cuando se enteró de que se mudaría a un pueblo, o a personas paseando a sus mascotas. Pero nada. No había nada. Solo se escuchaba el motor del coche y los pequeños saltos que pegaba por los adoquines del suelo. No obstante, quizás lo que más le sorprendió fue que ya estaba a punto de anochecer. No era tan tarde para ello, pero se imaginó que sería por la localización o algo así.

El coche al fin se detuvo después de varias horas frente a una vieja casa. No tardó mucho en quedarse solo, frente a sus puertas, con sus pertenencias en mano. El silencio se le hacía hasta ensordecedor acostumbrado a escuchar siempre las voces de sus compañeros. Y a la casa se le podía echar, a simple vista, perfectamente un siglo. La pintura exterior estaba descascarillada casi al completo, se podía ver rastros de humedad en las esquinas e incluso algunas tejas se habían desprendido y reposaban rotas en los bordes de la casa. Se podía venir abajo enteramente de un momento a otro mas contuvo la esperanza de que por dentro estuviera en mejores condiciones.

Cuando pulsó el timbre, notó que tampoco funcionaba, así que hizo uso de sus nudillos para aporrear la vieja madera de la puerta. La anciana fue la responsable de abrirle y vestía exactamente igual que el día que la conoció, con la excepción de que el suéter era blanco. Sus ojos seguían siendo igual de negros, le parecían vacíos, y ese olor que le hacía arrugar la nariz con desagrado también seguía estando ahí. No volvería a probar una nectarina en lo que le restaba de vida. No fue de muchas palabras y simplemente le enseñó en dónde quedaba el cuarto de baño, por si necesitaba asearse, y su habitación.

Su habitación se encontraba entre una pequeña salita de costura, por lo que pudo observar al pasar, y una habitación de invitados. La de su abuela quedaba justo en la otra punta de la casa y eso, en cierta manera, lo reconfortó. Le daba una mala sensación el estar cerca de ella. Los pasillos estaban decorados con imágenes religiosas que le daban mal rollo, sobre todo por la penumbra en la que se encontraban estos al no tener ventanas. Su habitación no era muy diferente. Esta constaba con una cama individual con una colcha blanca de flores de crochet, una silla de madera con unas muñecas de trapo y una balda de madera con más muñecas y un altar de figuras religiosas. Un escalofrío le recorrió de pies a cabeza al notarlo. Desde luego nunca había sido fan de la religión y cada día, lo iba a ser menos. Dejó sus pertenencias en el suelo y se acercó a la pequeña ventana para ver lo que veía desde ella. Tenía la esperanza de ver el pueblo y escuchar ruidos en la mañana para que la casa no fuera tan tenebrosa, sin embargo, se decepcionó al darse cuenta de que daba a un pequeño jardín y que detrás sólo había árboles.

Estaba oscuro fuera y él obviamente no era amante de la oscuridad, así que decidió acostarse de una vez. El viaje también había sido cansado, así que ignorando la Biblia y el crucifijo de la mesilla que había al lado de la cama, se tumbó sobre la colcha y se quedó mirando el techo. Se podía ver la suciedad en la pintura del techo y se preguntó cuánto haría que no hacían una reforma en la casa. Y seguido, le atravesó otra cuestión: ¿por qué aparece ahora esa mujer? Habían pasado muchísimos años desde su nacimiento y ella tendría constancia de ello, ¿por qué hacerse cargo de Ben ahora si obviamente no se le notaba interés en hablar con él? Pero quizás es poco habladora, quizás no sabía de su existencia, quizás mañana sería todo diferente.

Las horas de sol en el pueblo no parecían durar mucho y eso era algo que en el fondo, comenzaba a irritar a Ben. Había salido a dar una vuelta para ver si encontraba algún tipo de entretenimiento y había acabado más aburrido de lo que ya estaba.

Sin saber cómo, acabó en un camino que lo introducía en el bosque que había alrededor de la localidad. Acaso era el sitio entretenido que estaba buscando, rodeado por naturaleza. Los árboles eran altos y frondosos, se escuchaba el ruido de los animales salvajes dentro de ese espacio natural reservado para ellos. Todo era verde, demasiado verde, y lo único que se podía diferenciar en todo el paisaje y que destacaba eran los troncos anchos rojizos y los espacios de tierra que se iba encontrando por el camino. La luz del sol apenas se colaba entre las hojas, ya estaba anocheciendo y pronto aparecería la luna. Hacía un poco de fresco, y de humedad provocando que las palmas de sus manos estuvieran pegajosas al igual que sus brazos al descubierto.

Mas todas sus distracciones quedaron olvidadas cuando el ciervo de su llegada apareció de repente delante de él. No sabía porqué lo reconocía, pero sabía que era el mismo. Posiblemente era a causa de su rareza, de su pelaje gris perla, o de que parecía que lo miraba fijamente a los ojos y trataba de leerle el pensamiento. En el coche le había parecido más pequeño de lo que era en realidad y había que admitir de que a Ben le impuso bastante. Le mostró los dientes y el joven no dudó en tomarlo como una amenaza, quizás de haber entrado en su bosque, en su territorio.

Y justo cuando se iba a abalanzar sobre él, se incorporó en la cama. Todo había sido un sueño. Un sueño bastante extraño. Cuando miró por la ventana, vio que la noche había caído completamente y que sería de madrugada, así que tratando de olvidarlo, se volvió a recostar tratando de conciliar de nuevo el sueño. Mañana sí que sería un nuevo día y mejor. 

Las voces del bosqueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora