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 Ben no perdió de vista al ciervo en ningún momento, y desde luego este no parecía querer desaparecer de la vista del chico. Era curioso, pues no solo andaba como guía, sino que paraba, girando su esbelto cuello hacia donde Ben y sus amigas se encontraban para comprobar que aún estaban tras él. El chico, inmerso en la figura del animal y en que solo él pudiera verlo, pudo percatarse de la conexión que ambos parecían tener, como si pudiera sentir el ciervo el miedo que hacía el corazón de Ben palpitar con fuerza.

A pesar de que era recién por la mañana, el cielo estaba cubierto por nubes grises y por un frío gélido que traspasaba los huesos de los vivos, y hacían tiritar la carne de los muertos. Cuando avistaron el bosque, la oscuridad fue cada vez mayor, y la única luz presente era la que procedía del ciervo, aunque solo Ben podía ser testigo de ello. Irina y Olivia parecían estar sumergidas en un miedo que no les permitía pararse a pensar más allá de Maya y de cómo se encontraría.

Ya adentrados en el bosque, el ciervo se mantuvo a un lado, proporcionando luz pero siendo secundario a los sucesos que las chicas y nuestro protagonista vivían. Los ojos de los tres se clavaron en la chica de pelo rizado que, de rodillas en suelo, cavaba con sus manos un pequeño agujero. Se podían oír sus sollozos y la torpeza a la hora de excavar.

—¿Maya? — La voz de Ben era indecisa pero tranquilizadora, como si quisiera que Maya le reconociera, pero esta parecía no haber oído su voz, ni siquiera los pasos.

—Maya, somos nosotros —Intentó Irina dando un paso al frente.

Ben pudo notar la contradicción de sus palabras. Eran fuertes pero delicadas, como si cualquiera que sonara demasiado directa pudiera crear más distancias que todos. Maya paró un momento de cavar, para alivio de todos, aunque no duró mucho, pues esta se levantó con una pistola vieja y oxidada que colgaba de su mano derecha. La respiración de Ben pareció cortarse en aquel momento.

—Os dije que iba a irme con mi hermano —Su voz decía aquello, pero todos notaron como su mirada, sumida en lágrimas, gritaba por salir de aquella situación.

—No tienes que hacer esto, Maya —Comenzó Irina de nuevo, manteniendo la calma y sin apartar la vista de su amiga, la conexión de ambas era suficiente para ganar tiempo mientras Ben pensaba que podían hacer.

Entonces las oyó.

Eran las voces, las mismas que ayer le habían instado a doblegarse ante ellas, a ceder su consciencia a almas sin vida. Se dirigían a Maya y Ben miró a Olivia e Irina, pero al igual que su complicidad con el ciervo, parecía el único capaz de atender a los sombríos murmullos que inundaban la escena.

La voz de Irina se convirtió en un ruido de fondo, pues los árboles se movían al son de un viento hueco, y fue cuando Ben comprendió que las voces procedían de estos. Era como si cada uno hubiera adoptado a los caídos en aquella batalla que su abuela había mencionado hacía horas atrás. Volvió su vista al ciervo, buscando ayuda, pero este solo miraba, inerte pero con una poderosa presencia. Sabía que se les acababa el tiempo.

— Irina, insiste, necesita oír tu voz por encima del viento.

Irina asintió y se tragó las gotas de tristeza que empezaban a formarse en sus ojos, los cuales no perdían de vista los de Maya.

—Maya, sé que estás ahí, sé que quien me está mirando eres tú y que quieres salir de aquí. Necesito que sigas mi voz y sueltes esa pistola. No quiero perderte —Esto último le hizo romper en un llanto silencioso.

—Necesito volver....volver con mi hermano...me necesita —Entrecortadamente, Maya justificaba casi sin darse cuenta su intento por desaparecer del mundo de los vivos, y eso le erizó los pelos de la nuca a Ben. Sentía como los árboles empezaban a apoderarse de Maya, alejándola de ellos y convirtiéndola en una parte más de aquella arboleda maldita.

Ben miró de nuevo al ciervo y negó con la cabeza, necesitaba su ayuda, que lo volviera a guíar y decirle qué hacer.

Vamos, tienes que tener una solución. No sé qué hacer.

El ciervo descendió su cabeza y sus cuernos, en una especie de reverencia. Ben sintió el calor de otra presencia, más similar al aura del ciervo que a la suya propia, pero suficientemente viva como para prestarle atención.

La figura de un niño con rasgos extremadamente similares a los de Maya, había parecido al lado del ciervo y daba pequeños pasos hasta estar en el campo de visión de todos los presentes. Los árboles seguían reclamando a Maya, pero Ben pudo notar el descontrol en las voces, ante dicha aparición.

— Lucas —Susurró Maya, quien contenía la pistola apuntada a su sien.

— ¡Maya! — La voz risueña del pequeño fue seguida de un correteo silencioso hasta llegar a su hermana mayor, a la que abrazó.

El cuerpo de Lucas era translúcido, por lo que se podía ver borrosamente a Maya a través de él, rodeándolo con sus brazos temblorosos.

—¿Por qué estás aquí y no en casa con papá y mamá? —Lucas parecía extrañado ante la presencia de su hermana, lo cual resultaba irónico, pues era él el ente fallecido.

—He venido a reunirme contigo —Maya seguía llorando, aunque su voz, casi imperceptible para las chicas y para Ben mismo, sonaba más calmada.

—¿Por qué? ¿Es que quieres estar muerta?

La situación era tensa y todos allí querían volver a la normalidad, pero todos sintieron una leve calidez en sus cuerpos al presenciar una conversación tan profunda tratada con una inocencia infantil que ellos parecían haber perdido hacía mucho.

— Yo...quiero estar contigo...No tendrías que haber muerto.

—Y tú tampoco tienes que morir, tienes amigos y a papá, y a mamá, ¡y mis juguetes! Yo no tengo eso, estarías muy triste si te quedas en el bosque conmigo.

— Pero...tú estás solo, y triste, ¿no? — La pistola parecía no moverse, pero el agarre de Maya era mucho más flojo.

—Bueno, antes sí, pero ahora tengo un amigo, Gael. Ha venido a jugar conmigo. Estoy muy contento — Ben notó cómo las voces del bosque habían callado, y el aire, que en principio pretendía devorarlos, estaba apaciguado y escondido entre las sombras de los abetos.

—Mamá y papá te estarán buscando —dijo Lucas separándose de su hermana y mirando a Ben y compañía —Y tus amigos parecen preocupados, ¿por qué no te vas con ellos?

—Pero...tú —Maya poco a poco fue dejando la pistola en el suelo, casi sin acordarse de lo que pretendía hacer.

—¡Yo siempre voy a estar aquí! —Dijo vivamente y orgulloso —Os cuido desde aquí —Esto último lo dijo en susurro vociferado, como si solo quisiera que Maya lo oyera.

Maya sonrió aliviada, como si las palabras de su hermano hubieran hecho desaparecer una carga que arrastraba encadenada a sus pies. Lucas sonrió con la misma ingenuidad con la que se había presentado, pero cuando este se giró, mirando a Ben, su rostro apareció mucho más serio.

—No es seguro que estéis aquí, en el bosque hay gente muy mala, ellos fueron los que me llevaron. No puedo daros mucho tiempo más, pero ellos saben que estáis aquí y que sabéis su secreto.

Antes de que Ben, con la boca abierta y llena de preguntas, pudiera decirle algo, Lucas se había acercado al ciervo y juntos caminaron entre los árboles, hasta desaparecer.

Todo quedó en silencio, y la luz dorada del día, digna de un día de otoño, estaba recuperando su fulgor a través de los huecos que los árboles dejaban entre ellos, iluminando los rostros de los chicos.

—Chicos... —Maya miraba aturdida a sus amigos, y el resto acudieron a socorrerla para saber si estaba bien.

Mientras que Irina y Olivia comprobaban que se acordaba de quién era y alejaban la pistola aún dudosas, Ben miró en la dirección en la que el ciervo y Lucas habían desaparecido.

Ben comprendía que el pueblo había quedado bajo la custodia de seres cuyas vidas habían sido arrebatadas años atrás, y que, en venganza, dedicaban su eternidad a causar estragos que nadie era capaz de explicar. Pensó que, tal vez, la razón por la que sus padres habían muerto, tenía relación con aquella villa incomprendida. 

Las voces del bosqueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora