IX

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Decidido a olvidar y puesto que no había sido capaz de conciliar el sueño en lo que restaba de noche, Ben cogió el móvil temprano para llamar a Olivia y así quizás quedar para salir un poco de su casa. Sentía que las paredes se le iban a caer encima en cualquier momento y, al menos, con las chicas se sentía un poco más tranquilo. Claro, eso obviando el hecho de que pasaban cosas raras en el pueblo pero que nadie quería aceptar. Sin embargo, se encontró con un mensaje de Irina que le pedía que la llamase en cuanto viese el mensaje. Confuso, cumplió con lo pedido.

—Ben, ¿dónde estás? —inquirió apurada y algo sin aliento. Ben pensó que quizás se encontraba corriendo de un lado para otro. Esa chica no sabía quedarse quieta.

—En mi casa. ¿Por? ¿Ha sucedido algo? —preguntó de vuelta a la vez que se levantaba de la cama. Intuía que tendría que salir de su casa.

—Estaba hablando con Olivia y pasó algo...todo extraño —hablaba atropelladamente —Me estaba contando algo que había averiguado en la biblioteca con noticias locales o algo así. Algo de una fecha y salidas de habitantes. Pero escuché como se asustaba y luego me dijo que me colgaba.

Ben, que había escuchado todo en silencio mientras se vestía, coincidió con Irina cuando propuso que ambos fueran a la biblioteca a reunirse con Olivia y ver lo que había averiguado más claramente. Cuando le preguntó por Maya, no supo darle respuestas porque ésta no le cogía el teléfono. Se imaginaba que aún estaría algo molesta e inquieta y querría pasar tiempo a solas.

Una vez que colgaron, con la promesa de que se verían en 10 minutos en la plaza, el chico terminó de vestirse a toda prisa y bajar. Sin embargo, no esperaba encontrarse a su abuela sentada al lado de la puerta que daba a la calle. Era muy temprano y, aún así, la mujer no era propensa a estar muy lejos del salón con su rosario.

—¿A dónde vas? —como que casi gruñó con los ojos enfocados ahora en su nieto. Ben sintió ese ya tan típico escalofrío cuando su abuela lo miró fijamente. Sentía que su mirada estaba vacía de cualquier sentimiento.

—He quedado con Irina en la plaza. Vamos a ir a la biblioteca —le expuso tranquilo sin pensar que eso sería un inconveniente para la anciana.

—Hoy no saldrás de casa, muchacho —aseguró la mujer poniéndose de pie.

—¿Por qué? Es que quedé en cinco minutos —mintió un poquitín mirando el reloj de la pared —E Irina se molesta mucho por la impuntualidad y más si se la deja plantada —siguió.

—Avísala —zanjó rápidamente —Pero hoy no es buen momento para andar por la calle —continuó insistiendo. Ben bufó molesto. Era importante que saliera pronto de su casa.

—Bueno, volveré temprano. Lo prometo. Pero déjame salir ahora, por favor —Ben miró la hora inquieto y parecía que los minutos pasaban más deprisa sabiendo que iba a llegar tarde. E Irina sí que se molestaba con la impuntualidad.

—No —gritó y lanzó el vaso que había en la mesa contra la pared. Ben se sobresaltó y la miró como si le hubiera salido una segunda cabeza. Su abuela parecía que sí que estaba endemoniada.

—Vale —susurró dando un paso atrás no fuera que lo siguiente que lanzara fuera contra él. Se cuestionó el lugar al que se había mudado y si no hubiera sido mejor quedarse en el orfanato.

—Es que tú no lo entiendes. Nadie lo entiende —continuaba con la voz alzada y Ben asentía dándole la razón, aunque no supiera de lo que hablaba. Las personas mayores estaban idas.

—Explícamelo entonces —pidió con voz calmada. Quizás ella pudiera contarle algo de lo que estaba sucediendo, o al menos, lo que le sucedía a ella. Bernadette lo observó por lo que pareció una eternidad y, finalmente, pareció acceder a la proposición del chico.

Las voces del bosqueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora