Paz

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Nota: Representación de mis sueños anteriores.

I

El sol ardiente quemaba los suelos de paja, con un cielo celeste que lo acompañaba en el paisaje solitario. Había un camino largo y llano, seco. Y al otro lado de la acera, unos grandes girasoles, amarillos y fuertes, que se acompasaban al so de la brisa.

Era verano.

La casa en donde vivía la pareja era bastante vieja, de un azul gastado con varias grietas por doquier, de tres pisos y sencillo. La casa perfecta para unos amantes. Al lado, un manzano plantado que creaba sombra, un alivio para cualquier persona que pasase por allí; y a su izquierda, un pequeño huerto.

La vida perfecta.

Cuando la luz penetraba las ventanas, un muchacho moreno se levantaba cada día con pereza, y siempre seguía la rutina de cambiarse y trabajar. Aún no era adulto, pero era una persona bastante independiente, pues se encargaba de todas las tareas del hogar: limpiar, cosechar, cazar, cocinar... Podía hacer absolutamente de todo excepto una cosa; salir más allá de cien metros del camino.

Pues, su amo, le impedía. Ambos sabían perfectamente que a lo lejos del horizonte, se encontraba una población más civilizada e inmensa, con una masa grande de gente. El único que iba cada día a dicho pueblo era el amo. El amo, un hombre alto y majestuoso, algo mayor que su sirviente y con una vida monótona.

Levantarse, esperar a que su sirviente le haga todo, e irse.

Pero había una particularidad en esta convivencia, ambos cada noche hacían un rol de pareja formal y amorosa, pero increíblemente no sabían sus nombres mutuamente. Siempre que se llamaban, lo hacían mediante nombres formales como: "amo" o "sirviente". Fue una norma impuesta por la familia del amo cuando lo dejó con su sirviente años atrás.

II

Una mañana calurosa, como todos los años, iniciaba una nueva vida entre el sirviente y su amo.

Mientras que uno hizo el desayuno, lavó las prendas y planchó el uniforme de su amo; el otro sólo se dispuso a ducharse y peinarse. Desayunaron juntos en un silencio amarillento.

—Amo, ¿qué le parece?.

—Bien.

Las conversaciones ni valían la pena para conocerse el uno al otro.

Y el resto del día fue igual, simplemente la misma rutina.

Hasta que llegó la noche.

Por las noches se olvidaban de sus posiciones y se ponían en la misma línea de importancia, daba igual sus clases o ideas, sólo el amor rompía esas barreras. Era bochornoso, el sudor era signo del cansancio por sus prácticas de pasión, y ni siquiera las ventanas abiertas compensaba. Sus ojos se unían, entre un azul mar, y un rubí brillante. 

Menudo contraste.

Usualmente al terminar, solían ir a sus respectivas habitaciones a descansar. Pero esa noche fue especial, decidieron quedarse en la misma cama, agitados con la respiración frenética.

—Amo, permíteme conocer más de usted... Todas las noches nos amamos, pero luego la indiferencia reina en nuestro día a día. —Susurró el moreno, algo cabizbajo y apegándose al cuerpo trabajado de su amo. El cual pensó unos segundos su respuesta, mirando hacia la nada.

—Me llamo Kaworu. —Volteó y aferró su brazo a los hombros de su sirviente.

—Yo me llamo Shinji.

¿Qué era esta sensación? ¿Confusión? ¿Miedo? No lo sabían, pero tenían claro que ya nada volvería a ser lo mismo. 

III

El tiempo pasó como una ráfaga de viento, la confianza se volvió más intensa, y la amenidad derrotó a la frialdad entre ambos. Ahora sabían que cuatro años de diferencia los separaba, sus apellidos, sus historias y sus vidas. Las noches pasaron a ser más románticas, pues, sólo ponían la radio y bailaban lentamente hasta cansarse. Y los días eran sólo risas y abrazos. Los findes de semana observaban el sol ocultarse debajo del manzano, acurrucados y felices.

Pero, algo iba carcomiendo más al moreno, ¿por qué no podía ir más lejos de la casa?

Sabía lo que había por lo que le contaba su ahora pareja, pero no lo había visto realmente. Estaba bien estando con Kaworu, pero a veces la soledad le mataba, no entendía porqué era verano todos los días del año, y tampoco entendía el porqué tenía que servir a su amo cuando perfectamente podría vivir con su familia.

Un día, le pidió a su amo poder ir al pueblo, pero se negó.

Al día siguiente igual

Y al siguiente.

Y al siguiente.

Hasta que un día le dijo que sí.

Pero quería que fuese una sorpresa, así que la única condición era que tenía que ir con los ojos vendados hasta dicho lugar.

IV

Viajaron al pueblo, y pudo ver a más personas, se sintió bastante angustiado al principio, pero lo sobrellevó. Estuvo bien. Su amo le acompañaba sin despegarse de él, su mirada era inquieta, cosa que no cuadraba nada con su actitud serena. Algo estaba mal. Shinji, por otro lado, se emocionó al final, y se divirtió mucho. 

Regresaron.

Pasaron más meses, como siempre, sin ninguna novedad.

No obstante un día vino un carruaje a la entrada de su casa, y dejaron una carta con un sello rojo rey.

"Para Kaworu"

"De la familia Nagisa"

Se lo entregó a su amo, y tras leerlo, no dijo nada y lo quemó en la hornilla. Luego se encerró en su habitación.

Extraño.

Un día después, Shinji se levantó, y cuando fue a revisar si su amo se encontraba al lado suyo, simplemente no estaba.

Lo buscó por todas partes, por el jardín, por toda la casa.

Pero sólo encontró una carta con una simple palabra: "Adiós".

V

Pasaron cinco años desde aquel día. Un adulto albino y alto, con prendas que le marcaban su figura varonil, se acercó a la casa. Lo miró con nostalgia, pasando sus dedos por las imperfectas paredes. Entró y sólo se encontró con polvo y oscuridad, parecía que nadie había residido allí desde hacía siglos. Pero todo estaba tan desordenado y alborotado, ropas por todas partes, y platos rotos cubriendo el suelo.

Kaworu, ya era un hombre de veintiocho años, pero cuando entró a la habitación que solía compartir con su sirviente, sintió que volvió a sus veintitrés.

Pero, un mal presentimiento le inundaba. Algo estaba mal, lo sentía todo muy solitario, ¿dónde estaba aquel muchacho moreno?

Bajó al jardín, vio una silla debajo del manzano, sobre la silla, una carta debajo de una roca, y debajo del manzano, unos esqueletos esparcidos. 

"Cuando se fue, mi vida perdió su significado. Fui a buscar uno más allá de este solitario campo de trigo, y me encontré con la devastación".

Se sentó en la silla y con la carta en sus manos, observó por última vez el sol ocultarse.

Nací para conocerte (Kawoshin)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora