Capítulo dos

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❝ Y es que sólo una, tan sólo una, una persona, una persona estará y aquí me encontrará. ❞

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Los azules de París siempre le parecieron encantadores, por un tiempo estuvo tan enamorado que tuvo la idea de vivir entre el cerúleo, zarco e índigo estético. Hace tiempo ésa idea esfumó, volátil.

El mundo humano tenía una paleta de colores siempre nuevos y vibrantes, pero con facilidad fueron perdiéndose y quedando carentes de todo encanto, como un cuadro de museo al cual le arrebataron las pinceladas de color.

En realidad el mundo seguía siendo tan colorido como siempre fue, nadie había raptado los colores de su alrededor. El problema radica en que las orbes purpúreas comenzaron a ver todo con discromatopsia, daltónicas esferas, que ya no distinguía los colores, todos eran igual de insulsos desde que dejó de existir el color sol que tanto amaba.

Noé suspiró con exasperación, negando de un lado para otro con su alborotada cabeza blanquecina, deseando espantar los pensamientos del azabache con ojos dorados, aunque nunca había sido demasiado bueno manteniendo sus ideas y recuerdos fuera de su mente; era un archivero de memorias.

El movimiento del esponjoso gato acurrucado entre sus brazos, lo expulsa de su ensimismamiento, regresando a la realidad en la que caminaba por las tranquilas calles parisinas. Un maullido ralentiza sus pasos acelerados, para no incomodar mucho al amargado animal que comenzaba a caer presa de la somnolencia.

-Murr no duermas -acaricia con la voz al esponjoso minino, como si en realidad entendiera sus palabras-. Es tu primera vez aquí en París, disfruta la vista.

París se mantenía tan exquisita como todos las veces que la visitó en el pasado, justo como lo recordaba, agradable a la vista y con un inolvidable aroma a flores. Ya no le parecía tan maravilla aunque nada hubiera cambiado. Al estar vagueando por sus enclaustrados callejones evocaba una no tan agradable reminiscencia.

En matices blancos y negros, su mente mente reproduce una película sorda, basado en los desagradables tratos que había olvidado y comida para nada deliciosa, personas malas y el encuentro con su maestro. En palabras más o menos, su maestro siempre sería su salvador y estaría en deuda con él, por lo que estaba algo cansado de decepcionar con su obstinada actitud y sus riñas sin sentido. Agobiado por sus pensamientos suelta un suspiro al cielo repleto de nubarrones y cuando su caliente vaho entra en contacto con el gélido aire, se torna blanquecino, regalando la ilusión de ser tangible.

Su mirada quedo cautivada por lo incoloro que era su aliento, la maldita falta de color que perseguía con insistencia su vida, pero entonces le vio;

Había alguien sentado en el suelo y recostado contra las imponentes e inmutables paredes blancas. Su cuerpo era cubierto por una zarrapastrosa túnica que seguramente en algún momento fue blanca, con las mangas sueltas y acentos azules en todo la cintura, la capucha levantaba tapaba su rostro, pero por debajo de ella podía observarse una trenza de cabello, negro matizado notablemente por azul. [¹]

Podían verse unas pequeñas manos por debajo de los dobles de las mangas, con brazaletes en cada uno de los brazos, también podía percatarse de que debajo de la capucha resaltaba un arete, un pequeño reloj de arena azul que hacía juego con la ignota persona.

Y lo más curioso, eran las cadenas en su cuello, también el bastón sostenido por sus manos, hecha de hueso que se separa en sus puntas de hilo atado, con un patrón entrecruzado entre ellos.

☂ 𝕖𝕧𝕖𝕣𝕓𝕝𝕦𝕖 ─「ⱽᵃⁿᵒᵉ | ⱽᵃⁿⁱᵗᵃˢ ⁿᵒ ᶜᵃʳᵗᵉ 」Donde viven las historias. Descúbrelo ahora