Honestamente, no tuve ningún motivo crucial por el cual entre al bosque. Tampoco tenía algún motivo en particular para continuar mi vida tal y como estaba, por eso no me acobardé cuando los enormes árboles que se alzaban ante mí juzgaban mi final.
Mi único interés en ese momento estaba en el hermoso paisaje que se desplegaba para mí. Los árboles estaban atestados de hojas amarillas, naranjas y marrones; lo extraño era que no estábamos en otoño, era plena primavera. Borré ese pensamiento de mi cabeza y me permití disfrutar de su belleza. Un camino marcaba la ruta a quien sabe dónde, sin embargo, era mi única opción y tampoco me iba a poner quisquillosa así que opté por seguir adelante y no mirar atrás...no tenía nada que perder.
El musgo trepaba y se adueñaba descaradamente de los troncos, y si te fijabas bien, unos pequeños hongos proclamaban su terreno descomponiendo todo a su paso. El bosque estaba desprovisto de animales, lo que en parte era un alivio porque no podría haberme defendido de un animal salvaje; el único sonido que alcanzaba a oír era la melodía que componía el viento, sonaba melancólica, sonaba rota. Respiré hondo y me relajé, podía notar a kilómetros como mi entusiasmo quería escapar por los poros de mi piel, no podía esperar a cruzarme con la primera historia ¿Cómo sería? ¿Me despojaría del aburrimiento que cada día se hacía más pesado? En cualquier caso, tenía fe de que me ayudaría.
Caminé y caminé...y caminé...y caminé... habían pasado exactamente diecisiete horas y todavía no divisaba nada interesante, mi estómago clamaba por algo comestible y mis piernas rogaban descanso. Me preguntaba si estaba yendo en la dirección correcta, pero, no había otra dirección; mis opciones eran: seguir el camino de ensueño, o adentrarme entre los frondosos árboles. Creo que en ese momento no estaba pensando con claridad, porque decidí abandonar el camino para introducirme en la enmarañada arboleda.
Unas horas más tarde encontré un pequeño claro tropical, a su alrededor había únicamente unos árboles de gran tamaño, con ramas y tronco provistos de una corteza grisácea; hojas ovales y brillantes, flores blancas y estaban repletos de frutos color amarillo anaranjado.
En ese momento, mi estómago dio un rugido como diciendo "¿vas a tomar un par o tengo que hacerte un esquema?" pero, mi intuición me decía que no era muy buena idea. Me acerqué cautelosamente hasta el tronco y tomé uno de los frutos, su aroma no parecía peligroso; pero todo mi cuerpo me decía que no lo ingiera. Lo analicé meticulosamente y repasé mentalmente un libro de herbología que había encontrado en la biblioteca de mi casa alguna vez.
¡Claro! ¿Cómo lo había olvidado? No quería desarrollar demasiado de mi vida ya que considero que no tiene importancia, sin embargo, me encuentro en el sudeste asiático -no voy a dar más detalles- lo que quiere decir que es muy probable que me pueda topar con un Strychnos nux-vomica, una especie de árbol de la familia de las Loganiáceas. Sumamente tóxico. Contiene estricnina, un estimulante medular que provoca hiperreflexia y convulsiones a cualquiera que consuma 1mg/kg o más. Morir asfixiada era lo último que quería, por lo que lo dejé en el suelo y seguí mi camino, mi estómago no estaba contento.
A estas alturas del día, por no decir casi la noche, no tenía idea a donde me dirigía; pero estaba a gusto con el camino. El problema es que tenía que conseguir refugio para pasar la noche. Me dispuse a tomar varias ramas y troncos de todos los tamaños para formar una especie de techo entre las ramas más bajas de un Cedrus libani, claramente esto no me iba a resguardar de una tormenta, pero serviría. Con un último suspiro, el ocaso dio paso al anochecer. Es extraño que todo en el bosque se vea tan diferente. En el cielo las estrellas resplandecen como las luces de una enorme ciudad, hay cientos, miles, millones de ellas; acrisoladas por la negrura del firmamento. De repente me sentí vacía, un extraño sentimiento de angustia amenazaba con salir a la luz. Lo único que me acompañaba en mi triste pesar eran los inveterados astros. Quería alcanzarlos; pertenecer a ellos, pero no aceptaban patéticos mortales. Era normal, todas las noches pasaba por la misma situación, no podía dejar de pensar en el final de esta vida, ¿para qué me esforzaba tanto si al fin y al cabo moriría? Quería hallar mi propia felicidad, pero ¿cómo? ¿Qué debía hacer? ¿Qué me hacía feliz? Respiré profundo y mitigue de mi mente todas esas preguntas, un poco fastidiosas para mi gusto, y cerré los ojos.
Era una noche cálida. Si me concentraba podía escuchar un arroyo no muy lejos, ese podría ser mi siguiente destino. El flujo del agua no era constante, en definitiva, debía haber algo allí. Lo sé porque sonaba como un chapoteo en vez de una corriente tranquila, aunque, podría ser una simple roca; no obstante, el ruido sonaba metálico. Una inconmensurable curiosidad se apoderó de mi ser. Hasta el momento no se había manifestado ningún tipo de criatura en mi camino, por lo que no corría ningún tipo de peligro; podía ir a echar un vistazo rápido.
De un salto me dispuse a emprender marcha hacia el susodicho, aunque esto provocó que me dé un golpe en la frente con los troncos de mi improvisado refugio; si, a veces era medio torpe.
Amaba sentir curiosidad. Es un sentimiento tan hermoso y peligroso, pero muy natural después de todo. Se siente como una chispa que encandila todo tu ser, lanza corrientazos que te hacen vibrar y no se puede aplacar con nada salvo que satisfagas tu deseo de conocer; lo que más me gustaba es que apagaba cualquier malestar. En ese momento mi atención solo se ubicaba en la escasa masa de agua que se desplegaba como una serpiente.
Volviendo a mi burda definición, la curiosidad es hermosa, eso es evidente. No obstante, es peligrosa porque nunca se sabe lo que te deparará una dosis de conocimiento con tal de amenguar ese anhelo. El conocimiento puede ser bueno como puede ser malo.
El bosque estaba muy oscuro, pero la menguante luna alumbraba lo suficiente para poder ver la materia que lo constituía a mi paso. En el camino encontré un Morus nigra, un árbol de deliciosas moras que no dudé en engullir. Para mí suerte, estaban maduras.
El arroyo debía estar a unos quinientos metros, así que me apresuré para no perderme lo que sea que lo estaba perturbando. Ya estaba acostumbrada a mi asidua caminata, el viento se inmiscuía entre mi ropa causándome escalofríos ¿O era la ansiedad que azotaba mi cuerpo con condescendencia? Entre los arbustos pude percibir luciérnagas, después de todo los insectos cumplían con su parte en el ciclo de la vida, estaban presentes en todos lados.
Finalmente atisbé la orilla del arroyo, era más angosto de lo que imaginé a juzgar por el imperioso caudal que tronaba a lo lejos. Al acercarme, noté que el agua era muy oscura así que con mis manos formé una especie de cuenco para recolectar un poco de ésta; atónita la solté abruptamente y volví a tomar otro poco, esto debía ser una broma de muy mal gusto. Horrorizada noté que el agua era igual de roja que la sangre, no podía ser pues, el aroma no era el característico olor metálico. A pesar de mis sospechas no pensaba probarla. Examiné el resto del lugar, nada parecía salirse de los estándares normales así que opté por dirigirme hacia el excéntrico sonido que avivó la llama de mi curiosidad. No está de más decir que el arroyo incrementó esa curiosidad ¿Por qué era roja el agua? ¿Cómo podía ser eso posible? ¿Era agua?
Alrededor de unos cinco minutos llegué a mi destino, un artefacto efectista que turbaba la corriente de agua rojiza; tenía una base redonda verde azulada, en su centro se desplegaba una vara metálica de la cual salían dos alas gigantes. Realmente no tenía idea de que era esa cosa, o para que la pudiese utilizar, o qué rayos hacía ahí; por lo que tenía que examinarla. Con cautela acaricié el ala derecha del artilugio, era extrañamente suave ¿estará hecha con plumas de verdad? De repente, empecé a escuchar el ruido de un mecanismo muy complejo ¡Las alas se extendieron muchísimo más! Si antes eran grandes, ahora son enormes. Deben tener al menos unos dos metros.
La máquina dejó de chillar y de moverse frenéticamente, esperé unos segundos a que su azorado corazón de metal se apacigüe y continué analizándola detalladamente. Por la aerodinámica del aparato podría apostar a que era capaz de volar. Una vez más mi curiosidad hizo una diligente aparición, eclipsando toda lógica común; y una vez más dejé que tome el control de la situación. Me subí a la base del dispositivo, agarrándome firmemente de su baricentro. Al principio no sucedió nada, no era más que una absurda situación, era obvio que esa cosa no iba a volar, era muy pesada. Me moví un poco en mi lugar y cambié la posición de mis pies para poder bajar; pero súbitamente, el mecanismo se activó como por arte de magia y las alas comenzaron a moverse de arriba hacia abajo. Me sostuve fuerte y cerré los ojos, sentí como me elevaba hacia el cielo nocturno.
ESTÁS LEYENDO
El bosque de las historias
Fantastik¿Sabías que en lo oscuro de un bosque se esconden las más hermosas historias jamás contadas? Dicen que, en este bosque, se encuentran todo tipo de historias; de corazones rotos, de héroes, de villanos, de amores no correspondidos, fantasías y hasta...