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Una gruesa capa de nubes negras cubría el cielo, la luna apenas brillaba detrás de las opacidad oscura y un borrón blanquecino asomaba a pequeños ratos entre charcos de estrellas.
Sombra Diurna cojeaba pesadamente al lado de un Sendero Atronador, con las orejas gachas y los flancos delgados. No recordaba cuanto tiempo había pasado desde que se separó del resto de la patrulla, no tenía ni idea de quiénes habían sobrevivido al ataque combinado entre proscritos y perros, mucho menos sabía donde estarían.
Entre la oscuridad, el poblado Dos Patas se había vuelto mucho más tenebroso, con aquellos interminables Senderos Atronadores y construcciones Dos Patas tan altas que apenas se dibujaban contra el cielo nocturno. El arcén de piedra gris por donde caminaba esforzadamente era iluminado por la amarillenta luz artificial de los Dos Patas y su sombra se dibujó contra una alta pared de cuadros grises cuando un monstruo pasó con un lento gruñido a su lado, como si aquellos sucios ojos brillantes estuvieran cazando a sus presas escondidas entre las sombras.
Las últimas nevadas le habían calado hasta los huesos y la nieve, antes blanca y reluciente, ahora había quedado reducida a charcos de hielo amarronado y lodoso que le congelaban las patas.
Se detuvo un momento frente a un charco, mirando su desaliñado reflejo en la superficie del agua y sintió que le temblaban las patas. Tenía un feo corte en una oreja, pero no parecía que fuese a separarse y en un lado de su rostro, había manchas de sangre seca y coagulada que no había tenido tiempo de limpiar.
El día del ataque, corrió tan rápido como sus fuerzas le permitieron; dobló esquinas, salvó basureros con potentes saltos y se adentró en tantos callejones intentando perder a sus perseguidores que terminó alejándose demasiado del callejón donde habían sido atacados. Los últimos días habían sido tan difíciles para el guerrero siamés que no recordaba lo que era un lecho cómodo y calentito. Aquél poblado Dos Patas no era nada como el suyo, estaba lejos de ser una pequeña maraña donde vivieran los Dos Patas silenciosos y calmados. Aquél enorme laberinto estaba plagado de peligros y un rugido en el estómago le dijo que ya necesitaba intentar cazar de nueva cuenta, incluso si sus últimos esfuerzos no habían dado resultados.
Levantó la vista del charco lodoso y se fijó en unos cuantos Dos Patas reunidos bajo la luz de un árbol artificial.
Sombra Diurna se agazapó instintivamente detrás de una pequeña pared al acercarse a otro callejón. Aquella parte le ofrecía cierta protección del viento, pero de todas formas necesitaba atravesar hasta el otro lado del callejón si quería encontrar un lugar donde pasar la noche.
"Tú puedes, Sombra Diurna. Tienes una misión y debes cumplirla, para esto te convertiste en guerrero, ¿no?" Se dijo a sí mismo en silencio, intentando convencerse lo suficiente para continuar su camino.
Se lamió con rapidez las almohadillas rasgadas y sangrantes de una zarpa, y se sacudió de un escalofrío al sentir la calidez salada de su sangre; estaba muerto de hambre.
Tomando valor, salió de su escondite y con pasos sigilosos y silenciosos empezó a acercarse al grupo de Dos Patas, rogándole al Clan Estelar que ninguno de ellos le prestara atención.
Rozando una de las paredes, pasó como una flecha por detrás de un contenedor y erizó el pelo al escuchar a uno de los Dos Patas vociferar antes de lanzarle un objeto que estalló en cientos de pedacitos.
Aterrado, Sombra Diurna pegó un salto y huyó hasta llegar al otro lado del callejón. Los Dos Patas ya habían quedado atrás y el que le lanzó el objeto se quedó escrutando en la oscuridad con el ceño fruncido antes de volver junto a los suyos.
Con un suspiro de alivio, el guerrero continuó su camino hasta salir de entre aquellas asfixiantes paredes, soltando un gruñido pesaroso al toparse con otro Sendero Atronador. ¿Es que aquél lugar no tenía fin? ¿O había estado caminando en círculos todo este tiempo?
No reconoció nada de aquellas enormes guaridas Dos Patas así que eso calmó un poco su ansiedad por escapar, pero seguía encontrándose en territorio hostil y no había nadie que le ayudara.
Se quedó un momento pensando en qué dirección tomar, pero escuchó unos cuantos pasos apresurados crujiendo sobre la escarcha y se giró instintivamente con la cola erizada.
Sintió que se le caían las orejas al ver a tres proscritos avanzando decididos hasta él.
—¿Qué crees que haces en nuestro territorio? —bufó uno de ellos; un enorme atigrado gris con blanco.
—¿Es que no sabes que estos callejones no son transitables sin pagar? —gruñó otro de ellos, un sarnoso gato de pelaje negro y voz chillona—, ¿crees que puedes andar tan fácilmente por aquí? ¿Eh? ¿Deshaciendo nuestras fronteras e irte de rositas con tu apestoso olor?
El tercer proscrito —un gato blanco tan mugriento que parecía marrón— no había dicho palabra alguna, pero sus ojos le miraban ceñudo y receloso, aunque pareciese estar respondiéndose preguntas en silencio al ver tan fijamente a Sombra Diurna.
Entonces, Sombra Diurna cayó en cuenta que tal vez aquellos proscritos eran del grupo de Sombrío, ¿habrían estado siguiéndolo?
"No, estos cerebros de ratón son demasiado flacos y desorganizados como para ser de su grupo." Se respondió a sí mismo.
—Sólo estoy de paso, nada más —contestó Sombra Diurna con cautela, pasando la mirada de un proscrito a otro—, no he venido a robarles presas.
—¡Además de un ladrón, eres un mentiroso!
El proscrito más grande se acercó con las uñas desenvainadas y una expresión amenazante.
—¡Debería despellejarte aquí mismo por faltarnos el respeto así! —bufó.
Sombra Diurna sabía que jamás podría ganar una batalla contra aquellos tres proscritos, mucho menos en el deplorable estado en el que se encontraba después de días de hambre y cansancio; tenía que encontrar una manera para huir ileso.
—¡Yo no sabía que estaba prohibido el paso por este lugar! —replicó Sombra Diurna—. ¡Si supiera, ni siquiera habría atravesado este territorio! 
El guerrero retrocedió con las orejas pegadas al cráneo al ver que el otro proscrito se le acercaba blandiendo las garras, pero el último del grupo se arrimó con un salto y lo empujó ferozmente a un lado.
—Conozco este olor —gruñó.
Volvió la mirada hacia el siamés y Sombra Diurna tuvo que hacer un esfuerzo para no amilanarse ante el frío fulgor de odio puro que emanaban sus ojos azules.
—Este gato huele a clan, no es un forastero común. Miren sus zarpas —añadió, señalando las manchas de sangre que habían dejado sus almohadillas sobre el hielo blanquecino y enlodado—. No sé qué haces aquí, carroña. Pero no quiero nada que ver contigo —continuó, acercándose tanto que Sombra Diurna lagrimeó ante su apestoso aliento.
—¿Por qué? No es nada más que otro cerebro de ratón que cree en gatos de las estrellas, deberíamos darle una tunda para que aprenda a no meterse donde no le incumbe —gruñó el más grande de los tres.
—No, Calavera. Sombrío está buscando a estos gatos.
Los otros dos proscritos erizaron la cola al instante y arquearon el lomo, como si el siamés oscuro fuese a salir de repente de cualquier rincón del poblado Dos Patas solo por haber mencionado su nombre.
—¿Sombrío? ¿El mismo Sombrío qué...?
—El mismo. —interrumpió Calavera al sarnoso gato negro, con los ojos dilatados de espanto.
Sombra Diurna sintió un picor de tenebrosa curiosidad al ver la reacción tan aterrada de aquellos proscritos y de la furia con la que siseaba sus palabras el gato blanco.
Estuvo a punto de responder, pero los dos gatos que antes lo habían amenazado, lo interrumpieron con bufidos rabiosos.
—¡Lárgate de aquí, gato de clan!
—¡No quiero volver a sentir tu hedor por estos lares, fuera!
El gato blanco entornó los ojos y se acercó de nuevo hasta que estuvo a un ratón del guerrero del Clan del Trueno.
—Vete de aquí antes de que nos traigas problemas que no necesitamos, Clan del Trueno. —le gruñó.
Sombra Diurna se agazapó instintivamente; ¡el gato blanco reconocía incluso el aroma distintivo de su clan! Con el pelo erizado, el siamés empezó a avanzar en reversa sin quitarle la mirada a los tres proscritos, dando media vuelta y huyendo en cuanto se sintió a una distancia segura.
Alejándose de aquél callejón, el siamés se quedó pensando seriamente en el miedo tan infundado que sentían aquellos gatos por su padre, ¿de verdad Sombrío era tan temido dentro y fuera de los clanes? ¿Cómo se suponía que se enfrentaría a alguien que provocase un terror tan intenso en aquellos que escuchaban el susurro de su nombre? 

Los Gatos Guerreros: La Estrella del Alba - 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora