Hay historias de terror en este lugar. Lo puedo saber por la clase de elementos y lo antiguo de la construcción, no es difícil suponer que este templo antes se utilizaba para otra clase de situaciones. Mis manos tienen un ligero tembleque mientras debo echar ayuda de los elementos que yacen alrededor, donde lo primero que termino por reconocer es una fusta para latigar, cosa que he probado antes con mi propio cuerpo, que conozco de primera persona, aunque sé que sería la opción más básica que podría tener en estos instantes respecto de mi propio poder de decisión.
—Vaya—farfullo—, creo que...
Heist traga saliva en un claro gesto de disgusto y me observa.
—Yo empezaré por esto.
—No—dice, tajante, pasándome una vela.
¿Qué se supone que haré con una vela? En este momento la sala está iluminada, ya tuve oportunidad de estar a oscuras y ser sometida de esa manera, sin embargo era evidente que quien me sometía conocía el lugar a la perfección, asunto que ahora mismo no estaría siendo mi caso.
El Padre Heits se dirige hasta un lateral donde extrae un camastro de cuerina, esos que pueden desarmarse y lo tiende con experticia a un lado de la sala, indicando a la persona que será castigada y bendecida que ya puede acostarse ahí.
Encuentro en la despensa una caja de cerillos y tomo uno para poder encender la vela.
—¿Dónde coloco la base? ¿Hay alguna?—le pregunto a mi mentor.
—No la necesitamos—me indica él, sujetándome de un brazo y llevándolo para iluminar desde cerca el cuerpo de la persona a nuestra merced.
Es un chico atractivo, de aproximadamente veinte años, con su musculatura joven cercana a mi edad muy definida, no tan corpulento como un hombre de verdad, pero con un bronceado que le queda de maravilla. ¿Qué fue lo que sucedió tan malo que debe estar en este sitio ahora?
—Por favor—suplica él—, prometo que no volverá a suceder, lo prometo, fue todo un error llevado por mi impulso, nada más que eso.
—No volverás a dudar de tu fe—le dice Heist en tono acusatorio.
Y aguarda con su mano sosteniendo la mia, la mía sosteniendo la vela y la vela encendida con la llama titilando junto a una gota de cebo que se desliza.
Cayendo.
—¡Aaaah!
Justo a la altura de los pectorales de él con el cebo ardiendo quemando su piel.
¡Oh, demonios! ¡Le está haciendo daño!
Mi mano se tensa.
Heist me observa con suspicacia.
—¡Por favor, por fav...!
Una nueva gota de cebo cae sobre el cuerpo del muchacho, a sabiendas de que mi lugar aquí está fallando, no lo puedo creer, realmente me creía lista para poder desplegar mi interés de demostrar mi devoción sirviéndole al dios correcto.
Heist me aparta, apaga la vela y la deja a un costado, sobre la despensa del lugar donde yacen elementos que parecen de cocina, pero claramente no lo son.
—Ven—me dice, saliendo de la sala—. Afuera. Ahora.
—Puedo hacerlo—le digo.
—¡Afuera!—me ordena.
—¿Qué...qué harás?
Él sale como un rayo, dejando al muchacho en su posición. ¿Qué consecuencias traerá el cebo de vela secándose sobre su piel?
Una vez en el exterior, él pasa hasta la habitación subsiguiente y le acompaño con mi ruego de disculpas en reiteradas ocasiones.
—No quiero que me expulses—le explico.
—No será eso lo que haga—me contesta, y descubro que estamos dentro de otro cuarto de tortura completamente vacío.
Él se quita los hábitos, desabrocha su pantalón y lo deja caer a la altura de sus muslos, liberando una enorme erección.
Me señala un camastro a un costado y mi corazón ya comienza a sentir la devoción verdadera.
—Para que entiendas—me explica—lo que hay en tu verdadera fe, es necesario que vivas el fuego de tu espiritualidad en carne propia. Luego regresaremos.
Le hago caso.
Entonces, mientras estoy lista para recibir de su pureza, en su lugar un durísimo latigazo me toma desprevenida llevándome a soltar un grito desgarrado.
Ya lo entiendo.
Va a torturarme antes de cogerme y hacerme sentir merecedora del lugar que se me ha asignado.
Carne por carne.
Y un segundo azote corta mi respiración.
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Líbrame del mal (+21) | COMPLETA
General FictionCuando el Padre me acarició la nuca e hizo descender mi cabeza, quedé asombrada por la sabrosa sensación. Venía acumulando ganas desde hacía tanto tiempo que la culpa y el morbo hicieron añicos mi sentido común. En lugar de confesarle mis malos acto...