2: Kai Ogawa desayuna con la familia

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Las lluvias de los últimos días no habían tenido consideración alguna. Tranquilas mañanas se convertían en tardes encapotadas, enfriando el ambiente otoñal de la ciudad.

Triste gris en el firmamento coincidía con el humor de Kai. Ojos cansados miraban su reflejo a través de anteojos gastados. Cepillaba sus dientes con parsimonia, como si cada movimiento le costara mucha energía.

Antaño un miembro del consejo estudiantil ejemplar, ahora sus cabellos alborotados delataban su nula disposición para ofrecer una buena imagen. Tenía tres meses sin cortarlo, complementando un uniforme ligeramente descuidado que derivaba en la imagen de un chico de dieciséis años que atravesaba la fase rebelde.

Sin embargo, no era el caso del chico.

No tenía siquiera motivación para rebelarse. ¿Rebelarse contra qué?, se decía cuando más ensimismado se hallaba.

Conforme se acercó a la cocina pudo escuchar más claramente a su familia, así como las noticias matutinas que su padre solía ver.

Esa mañana al parecer las lluvias habían provocado el deslave de un gran trozo de montaña en la zona noreste de la ciudad. Lodo volcando todo como una avalancha, arrasando con algunas casas y provocando varios heridos. Un desafortunado accidente.

—Esos idiotas tienen lo que merecen —masculló el señor Ogawa—. Saben que esas zonas son pésimas y siguen allí. Ah, y la policía... ¿qué hace allí? ¿Por qué no fueron antes para ofrecer refugio? Es lo mismo que los estudiantes que desaparecieron esta semana. ¡Nunca hacen nada por los marginados!

Como siempre era el primero que destacaba en la cocina. El señor Ogawa era un hombre muy grande, heredando esa estatura en su hijo, pero no los enormes músculos, producto de años de entrenamiento o quizás (como sospechaba Kai) de una juventud turbulenta. Vestido con un traje para la oficina, no tardaría en marcharse.

La señora Ogawa, sentada a su lado, se veía más pequeña de lo que en verdad era. Muy afable, tenía una gran paciencia para su esposo y sus hijos.

Kai era el mayor de tres: Su hermana Kaori asistía a la secundaria de la zona y era la más cercana a la actitud recia de su padre, aunque no conservaba la costumbre de quejarse e insultar todo lo que se moviera. Por otro lado, Masao era solo un pequeño de cinco años que asistía al jardín de niños. Siempre cuestionando todo, siempre lleno de energía, imparable, tal como el mismo Kai era tan solo unos meses atrás.

—Hermano —saludó Kaori tan pronto reparó en su presencia—. Buenos días.

—Mmm —murmuró el chico con su voz grave. Tomó asiento en la mesa junto a ella.

—Oye, saluda bien en el desayuno —regañó su padre, y Kai murmuró un "buenos días"—. Mira nada más que pinta traes, ¡pareces un vago! ¿Y esas ojeras? Espero que estés estudiando. ¿Lo estás haciendo?

Kai asintió. Por supuesto que estudiaba, pensó con amargura, era la única manera que tenía de distraerse. Pese a su malhumor, sus calificaciones perfectas no habían flaqueado en ningún momento.

—Déjalo un poco, cariño —intervino su madre—, Kai siempre está estudiando. Nunca te ha dado un motivo para preocuparte, ¿verdad?

—Eso espero, quiero que al menos me des un motivo para sentirme orgulloso, chico. Pero eso cada día parece más imposible.

No tenía nada que responder. Kai comió en silencio, con la misma motivación con la que hacía cualquiera de sus actividades.

Su hermana lo miró fijamente.

—Yo creo que te ves bien con ese cabello —dijo con vacilación. Su sonrisa mostró uno de sus dientes ligeramente chuecos—. Como esos chicos geniales de las películas. Solo deberías sonreír más y dejar de ser tan... tan...

Sanashigawa [Pausado]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora