9: Llamadas

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Con el viento nacido de ningún sitio, las veladoras se apagaron al unísono. La penumbra derivó en negrura total, y ninguno de los presentes fue capaz de ver nada más que pequeños puntos de luz titilando de modo irregular.

Trataron de agruparse, de moverse, de hacer cualquier cosa que no fuese sentirse incómodos con el acontecimiento.

—¿Qué pasó?

—Les dije que cerraran bien las ventanas —regañó Momoka.

—Todas están cerradas —aseguró Chisato—. Las revisé dos veces. ¡Auch! Hikari, no me jales el cabello.

—Yo estoy acá.

Cada uno de ellos encendió la pantalla de su celular. La luz que impactó en la parte baja de sus rostros les ofreció un aspecto peculiar; más de uno sintió un escalofrío al ver a sus compañeros. Era perfecto para (vivir) contar una historia de terror, para jugar y divertirse en una hermosa noche.

Hikari iluminó en dirección a las puertas: Dos de ellas, corredizas, permanecían cerradas y cerca de una se encontraba el interruptor. Camino hacia él y lo accionó varias veces sin obtener resultados.

—¿Se fue la luz? —preguntó—. ¿Por la tormenta?

—Tenía que ser —replicó Kai, sentándose en una de las mesas—. Dijeron que habría un tifón. Masuzu, ¿no quieres sentarte?

La Azalea no respondió.

—¿Masuzu?

—¿No escuchas? —Masuzu pidió silencio con un ademán; mantenía la vista fija en su celular—. ¿Nadie lo escucha?

Guardaron silencio. Agudizaron sus sentidos, concentrándose en cuanto los rodeaba, en la respiración de sus compañeros, en el zapateo nervioso de Chisato, en los pequeños intentos de ocultar la tos de Hikari y en el gruñido del estómago de Fuyu.

—No escuchó nada —expresó la presidenta—. ¿Quieres asustarnos?

—Ajá —aceptó Masuzu—, no se oye nada, ¿verdad?

Momoka lo entendió. Corrió hacia las cortinas y, con un movimiento más violento de lo que hubiera querido, deslizó una de ellas. Solo pudo ver una superficie completamente negra devolviéndole a medias su reflejo. Ni una luz en los jardines, ni más allá. No había rastro del exterior, como si toda la ciudad hubiera sufrido por el apagón.

¿Causado por la tormenta?

—¿Cuál tormenta? —dijo—. Dejó de llover. No hay agua, no hay gotas en la ventana, no hay nada allá afuera.

Saaya chasqueó la lengua.

—¿Y qué? Se detuvo y ya. ¿Podemos irnos?

El celular de Hikari comenzó a sonar; la melodía pop sobresaltó a los presentes y de pronto el foco de atención se volvió hacia ella.

—Es mi mamá...

Duró muy poco.

Un segundo celular se sumó, luego otro y uno más: Una canción desenfrenada brotó del aparato de Chisato; una sonata de violín nació de las manos de Masuzu. Reizo, Kai, Saaya, Hanae, Fuyu. Todos a excepción de Momoka recibían llamadas persistentes; algunas terminaban para enseguida volver a sonar, complementándose en una desaforada sinfonía.

Hikari vio con incredulidad como de la nada las llamadas se volvían setenta y siete perdidas. Su padre, su madre, otros números que no conocía la habían llamado. El aparato volvió a sonar y sin esperar más, respondió:

—¿B-bueno? ¿Mamá?

—¡¡¡Hikari!!! —El gritó la desconcertó—. ¡¡POR DIOS, HIJA!! ¡¿DÓNDE ESTÁS?! ¡¿DÓNDE?! ¿HIKARI? ¡¡POR FAVOR, CONTÉSTAME!!

Sanashigawa [Pausado]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora