4: Hanae Shinohara se ahoga

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Ahogarse.

Uno de los tormentos más crueles que alguien podría sufrir, mezclando dolor, desespero y terror.

—¡Vamos! ¿No tenías sed?

Contra su propia voluntad, Hanae fue presionada hacia el fondo de lo que para ella era un estanque de miseria.

Trató de mantener la respiración, pero solo lo pudo lograr por un par de segundos. Desesperada, y por impulso de supervivencia, abrió la boca para inhalar un aire inexistente.

El agua inundó sus pulmones, fue como si los estrujaran con tallos espinosos, donde cada púa era un martirio singular que complementaba a otro. Tosió. Una y otra vez, intentando conseguir oxígeno, solo para que más del vital líquido entrara y repitiera el proceso.

Abrió los ojos: Oscuridad, estaba sola.

Lágrimas amargas se confundían con su entorno.

Un pitido incesante le indicó que el agua fastidiaba sus tímpanos.

Intentó gritar, pero ya no fue capaz.

Sin visión, sin voz, sin respirar. Era como si el cuerpo ya no le perteneciera, como si su alma fuese arrancada de su cuerpo en vida, dejando con ella no más que las sensaciones de máximo suplicio.

Ayuda... por favor...

Agitó sus manos con desespero. Logró aferrarse a una superficie sólida, algo de lo cual apoyarse para salir.

—¡Ah, no! ¡Todavía no!

La mano de la muerte presionó con más fuerza. Esta vez incluso sintió como su cabeza golpeaba con la estructura de cerámica. Por unos momentos vio pequeñas lucecillas en la oscuridad.

Su cuerpo se aflojaba, como un trapo viejo flotando en un lúgubre pozo. Todo al fin terminaba.


Juega conmigo~


Abrió los ojos, asustada por aquella voz de ultratumba.

Al mismo tiempo tiraron del cuello de su camisa y la luz volvió a ella. Cayó de bruces para luego resbalar; Su quijada sufrió un duro golpe contra el elegante mosaico. Sin importarle, comenzó a toser, ansiosa por un poco de aire.

No podía, era imposible y moría poco a poco.

¡No!

Sin escuchar las risillas a sus espaldas, se llevó un dedo a lo más profundo de su garganta. El vómito fue inducido y solo así, liberando de tajo sus vías respiratorias, fue libre. Todo lo vertió allí, en el mismo inodoro en el que había sufrido la cruenta agonía.

—¡Que sucia! —gritó su verdugo—. Oye, Shinohara, baja la palanca. ¿No te lo enseñaron en casa?

Temblaba, sin poder moverse. Hanae usaba el resto de sus fuerzas para evitar llorar.

Eso solo las enojaría más...

—Oye, ¡te estoy hablando!

Sus cabellos, de un hermoso tono cristalino, fueron tomados de manera violenta. Hanae gritó, presa del pánico. Fue obligada a acercar de nuevo su cabeza al "caldero de tortura"; Chilló, balbuceó, negó con la cabeza como una desaforada, suplicando por piedad. Recibió otro empellón, cada vez más cerca de su fatal destino.

—Ya déjala, Sayacchi —ordenó una voz, tan calma como la brisa de verano—. ¿No la ves? La pobre necesita limpiarse un poco, ¿quieres que llame a un profesor?

Sanashigawa [Pausado]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora