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—¿A dónde vamos?

Jungkook rodó los ojos fastidiado de escuchar la misma pregunta por novena vez en lo que iban del viaje.

—Te dije que lo sabrías al llegar.

El chico rubio a su lado bufó cansado, llevaban casi media hora caminando hacia algún lado desconocido para él. Se preguntaba si no era más fácil ir en coche o en bus considerando que el viaje a pie indicaba que el lugar quedaba bastante alejado de la zona donde vivían.

Pasaron otros diez minutos de silencio donde Jungkook mantenía una sonrisa en su rostro que a medida que avanzaban otros quince pasos, se ensanchaba más. Al contrario de Jimin que a cada minuto que pasaba, su expresión decaía más, y antes de poder preguntar a dónde iban en modo de queja por décima novena vez en lo que iban del viaje, llegaron al destino final.

Jimin miró la entrada del lugar extrañado.

—¿Qué...? —No pudo terminar de procesar el hecho de que estaban frente a un parque de diversiones cuando Jungkook le colocó unas orejas de gato sobre su cabeza y él se colocó unas de conejo. —¿De dónde sacaste estas orejas y qué diablos hacemos en un parque de diversiones?

El chico conejo se rió de la incredulidad del contrario.

—¿Qué más? ¡Divertirnos!

Jungkook tiró de la muñeca de Jimin para arrastrarlo a la boletería, y por más de que quería negarse rotundamente a pasar tiempo con él debido a que le recordaba su primer y más grande pecado, las ganas de divertirse en los juegos de atracción fueron más fuertes que cualquier otra cosa, y menos pudo negarse al ver la emoción que destellaban los ojos de Jungkook a medida que la fila avanzaba, como si fuese un niño pequeño ansioso por entrar a jugar.

Cuando aceptó ser su lacayo, nunca se le pasó por la cabeza que sería obligado a ir a un parque de diversiones. Se había creado escenarios más dramáticos como limpiarle los zapatos, pagarle el almuerzo, comprarle ropa exclusiva, dejar que usara su espalda como silla, cubrirlo de los golpes de las pelotas en educación física, pasarle todas las tareas de todas las materias: o peor, lavarle los pies y cortarles las uñas.

Jungkook tenía el poder absoluto sobre Jimin, ¿Entonces por qué no lo usaba como su sirviente o su tarjeta de crédito personal?

Jimin quiso creer por un segundo que tal vez Jungkook no era tan malo cómo creía, y que tal vez, solo tal vez, podían ser amigos.

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—¡No puedes ser tan malo en esto!

El rubio suspiró volando un mecho de cabello de su frente al perder nuevamente en el juego de llenar el globo con una pistola de agua, quizás porque tenía una mala puntería y porque nunca había sostenido un arma de plástico. De niño prefería jugar con sus carritos de juguete y plantar flores en el patio trasero de casa antes que jugar con soldados y armas.

—¡Inténtalo tú entonces!

Con aires de grandeza Jungkook apartó suavemente a Jimin del lugar, y se acomodó frente a la pistola de agua. Jimin le pagó al hombre barbudo del puesto para que le diesen otra oportunidad.

Jungkook tronó sus dedos, y a penas presionó el gatillo, empezó a inflar los globos con agua hasta que reventaron, logrando ganar el peluche de gatito más grande que había a un costado. Al recibirlo, se lo extendió a su acompañante, el cuál se encontraba perdido en el espacio de su mente preguntándose cómo es que Jungkook hizo ver el juego como algo tan sencillo cuando se necesita tener mucha habilidad para ganar.

—Mira, se parece a ti, ¡Hasta tiene el mismo color! —El rubio tomó al gato y lo miró. Era blanco con manchitas anaranjadas al igual que las diadema sobre su cabeza. —Quédatelo, es un recuerdo de cómo tuviste que venir a un parque de diversiones para salvar una materia.

Sucio favor [Kookmin].Donde viven las historias. Descúbrelo ahora