Katniss

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Melanie sabia que tenía una elección. Hubo un tiempo en donde ella habría perseguido a Luc y la seguridad que este le proporcionaba. Y en otro pasado más distante, Brock habría parecido ser la respuesta a todas sus preguntas que todavía la despertaban por la noche, con el corazón acelerado, preguntándose como había llegado ella hasta aquí. La elección era clara y aún no tan clara del todo. Cuando Melanie se subió al tren que tomó en la estación de Paris, escogió un compartimento que daba a la ventana y se hundió en el asiento, presionando una mano contra el cristal. El campo pronto pasaría, reemplazado por las preciosas líneas del horizontal que serían el telón para tantas cosas de su pasado. Ella tenía el viaje entero para comprender lo que debería ser su siguiente paso. Y cuando el tren arrancó, ganando velocidad, se recostó en su asiento, saboreando solo el movimiento hacia delante, como si esto la arrastrara hacia su destino. ¿Katniss? Alcé la vista para ver a mi compañera de cuarto Ángela, que estaba de pie en la puerta abierta de nuestra habitación. ¿Si? -El correo. Se acercó y se sentó a mi lado repartiendo sobres en dos montones, Porquería de la escuela, Oferta de tarjeta de crédito, Algo de los Testigos de Jehovah... esto debe de ser tuyo...

—Por fin dije. He estado esperando esto desde hace una eternidad. Ángela era de L.A. daba clases de aerobics a media jornada y nunca hacía su cama. No era una compañera perfecta para mí, pero nos llevábamos bien.

—Ah, y esto grande es tuyo dijo ella sacando un sobre grande de Manila de debajo de su libro de cálculo que ella llevaba encima. ¿Cómo esta el libro? Esta bien, dije marcando mi pagina y cerrándolo. Solo era un borrador de lo último de Barbara Everdeen, La Elección, pero ya tres chicas en mi pasillo me habían pedido que se lo prestara cuando lo acabara. Estaba pensando, creo que ellas se sorprenderían por el final, tal y como lo hicieron el editor y el publicista de mi madre. Me había quedado un poco sorprendida, leyendo el manuscrito en el avión de camino a la salida de la escuela. Quiero decir, en las novelas románticas tú esperas que la heroína acabe con un hombre algún hombre, al final. Pero Melanie, en cambio, hizo la elección de no elegir, recogiendo sus memorias en Paris y encaminándose a recorrer el mundo para empezar de nuevo sin amores persistentes cargando sobre su espalda. No era algo malo para un final, pensé. Era, después de todo, lo que había planeado para mi misma, no hacía mucho. Ángela se marchó de la habitación, dirigiéndose hacia la biblioteca, cuando recogí el sobre Manila y lo abrí, vertiendo su contenido en mis rodillas. Lo primero que vi fue un montón de fotos, atadas con una goma: la que estaba encima de todo era de mí entrecerrando los ojos, el sol brillando en mi cara. Había algo que estaba mal en la foto, pensé: parecía estar fuera de balance. También había una esquina borrosa por arriba y una especie de imagen consecutiva rara extendiéndose por el lado izquierdo. Todas ellas estaban un poco cortadas, me di cuenta, cuando las hojeé. La mayoría de ellas eran de Peeta y unas pocas de mí, algunas con la actuación de John Miller. Algunas eran de objetos inanimados, como un neumático o un bronceador, con los mismos defectos. Al fin, comprendí lo que eran, recordando todas esas cámaras alabeadas de boda que Peeta y el resto de ellos habían estado llevando encima casi todo el verano. Así que las fotos habían salido después de todo, tal y como Peeta había predicho. No eran perfectas pensé, como yo había mantenido. Al final, como tantas otras, eran bastante buenas. Lo otro que había en el sobre era un CD envuelto en cartulina, grabado con esmero. En la etiqueta ponía RUBBER RECORDS y debajo de eso con letras pequeñas, TRUTH SQUAD. Conocía la primera demasiado bien: se llamaba. "La Canción de la Patata, Parte Uno". Conocía la segunda aún mejor. Cogí mi Walkman y me puse los cascos, metiendo el CD y haciéndolo sonar. Este hizo ese sonoro ruidito, encontrando las pistas y después presioné para pasar a la siguiente, como sabía que haría la mayoría de la gente, para traer la segunda canción. Después me tumbé para atrás atravesando mi cama, escuchando los coros de apertura y cogiendo la última foto del montón. Éramos Peeta y yo, en el aeropuerto, el día que me había marchado de la escuela. El borde de arriba estaba un poco borroso y había una extraña degradación de color en la esquina derecha de abajo, pero por lo demás era una buena foto. Estábamos nosotros dos allí parados delante de la ventana y yo tenía mi cabeza en su hombro ambos estábamos sonriendo.

Había estado triste ese día, pero no en una forma de final de fin-de-la-historia. Como Melanie, yo me marchaba a mi nuevo mundo. Pero me llevaba una parte de mi pasado y el futuro, junto conmigo por el camino. La canción empezó a sonar en mis cascos las primeras palabras a punto de empezar sobre un principio de un nuevo estilo-retro y de jazz. Le di la vuelta a la foto, y vi que había algo en el dorso. Garabateado con tinta negra, corriéndose (por supuesto), decía: D.C, Baltimore, Philadelphia, Austin... y tú.

Pronto estaré allí. Alargué la mano y subí el volumen, dejando que la voz de Peeta llenara mis oídos, suave y fluida. Y aunque ya la había escuchado muchísimas veces, aún sentía ese pequeño sobrecogimiento cuando empezaba.

Esta canción de cuna son solo unas pocas palabras.

Una simple serie de acordes Silencio aquí en esta habitación libre Pero puedes escucharla, escucharla Donde quiera que vayas Incluso si te decepciono

Esta canción de cuna sigue sonando. . . .

Sabía que no había ninguna garantía. Ninguna manera de saber lo que vendría después para mí o para él o para cualquiera. Algunas cosas no duran para siempre, pero otras sí. Como una buena canción o un buen libro o un buen recuerdo que tú puedes sacar y desplegar en tus momentos más oscuros, oprimiendo las esquinas y mirando detenidamente, esperando que aún reconozcas a la persona que ves allí. Peeta estaba a un país entero alejado de mí. Pero tenía un presentimiento de que él vendría a mí de una manera u otra. Y si no, yo ya había demostrado que podía encontrarme con él a mitad de camino. Pero por ahora, yo estaba allí sentada en mi cama, escuchando mi canción. La que había sido escrita para mí por un hombre que no me conocía para nada, ahora cantada por el que mejor me conocía. Quizá sería el éxito que la discográfica predijo tocando una fibra sensible de nuestro pasado colectivo, incitando una onda de nostalgia que llevarían Peeta y la banda en cada lugar que ellos nunca habían soñado. O quizá, nadie la escucharía del todo. Esa era la cuestión: tú nunca lo sabías. Justo ahora, pensé, no quería pensar en lo que continuaría o lo que estaba atrás sino solo perderme a misma en esas palabras.

Así que me tumbé de espaldas, cerrando mis ojos y deje que estas entraran en mi mente, todo nuevo y familiar por una vez, alzándose y cayéndose con mis respiraciones, mientras estas me cantaron para dormir. 

 F I N.

Una cancion para Katniss (Everlark)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora