Capítulo 5

27 1 0
                                    

No sé por qué no me lo había imaginado, pero traté de calmarme y recobrar la postura. Traté de que no me afectara esa palabra, esa maldita palabra que se reía en mi cara, que me miraba y se burlaba porque estaba esperando, porque sabía que nos íbamos a encontrar de nuevo.

"Morgue".

La infortunada coincidencia de que el inspector me hubiera dirigido a la misma Morgue en donde tenían a mi hermano era casi graciosa. De todos modos no tenía idea si había otra Morgue en la ciudad. No era importante. No debía distraerme, ni con hechos ni con sentimientos.

Zapata entró y yo entré con él. Un hombre calvo y bastante bajo empezó a dirigirnos a nuestro destino. Aguanté con todas mis fuerzas de no pensar en el camino que ya había recorrido hace ocho meses. Con cada paso que daba, mis recuerdos retornaban. De pronto estaba ahí, caminando a través de los pasillos, pero sin las personas que me acompañaban. Estaba caminando con la mente en blanco, las paredes parpadeaban de forma tétrica, mi objetivo se acercaba cada vez más. Había una mujer junto a mí. Ella fue la que abrió la caja. Ella fue la que me mostró el cuerpo. Jamás mencionó una palabra. Yo tampoco le hablé en ningún momento. Sólo miré lo que se recostaba en la camilla con los ojos hinchados por la negación. Con la cabeza oscurecida por la visión que estaba teniendo. Estaba irreconocible, podría haber sido cualquier persona.

Por supuesto, después de tanto tiempo, el nombre de aquel cadáver seguía persiguiéndome.

Benjamín.

El sonido de una puerta abriéndose me despertó. La calva que iba delante de nosotros nos dio pasada hacia un cuarto oscuro, celeste, metálico. El ambiente del lugar era frío, no había pensado hasta el momento lo extraño que era estar entre tantos cuerpos sin vida. Todo en ese maldito lugar era extraño e incómodo. Empezaba a parecer cada vez más atractiva la idea de irme y abandonar todo. Aunque cuando esa calva nos mostró lo que buscábamos, cambié de parecer.

Ahora veía por qué este caso era especial.

-Gracias, Jorge –dijo el inspector, y el hombre salió de la sala.

Luego se dirigió a mí:

-Te dije que era distinto.

Frente a nosotros se encontraba el cadáver del que hablaba Zapata, siniestramente blanco como el mármol. Estaba lleno de marcas que hacían notar su violenta muerte, se podían contar unas quince puñaladas más o menos, pero eso no era lo que más me llamaba la atención:

-Siete firmas –dije en voz alta.

Su cuerpo parecía tatuado con adornos sádicos, las firmas se esparcían tratando de abarcar toda la piel que podían, haciéndose paso por las heridas secas.

-Así es –dijo Zapata mirando a la difunta, haciendo una pausa –El cadáver, como dije, fue encontrado en su hogar, por una vecina que dijo no haberla visto hace unos días. Podrás entender que quedó un poco perturbada.

Sacó un pequeño cuaderno de su chaqueta y siguió hablando:

-Al principio quedamos perplejos al pensar que quizás El Notario estaba amenazando con realizar una masacre, pero al buscar los dueños de las firmas dimos con esto.

Me mostró lo que tenía escrito en el cuaderno, eran siete nombres: Irene Poblete, Sergio Muñoz, Andrea Ponce, Felipe Galaz, Orlando Riquelme, Rosa Sepúlveda y Víctor Silva.

De inmediato noté algo extraño, pero Zapata fue más rápido que yo.

-Los cinco primeros nombres pertenecen a víctimas previas del Notario, las únicas personas que respiran son los dos últimos, Rosa Sepúlveda y Víctor Silva.

El Vuelo De Las MoscasWhere stories live. Discover now