"¿Podemos regresar el tiempo? ¿Donde tú y yo nos amábamos sin control?"
Yang Jungwon era un chico que fue obligado a casarse a una temprana edad con Lee Heeseung, iniciando así una unión que estaba destinada a ser más complicada de lo que él podría...
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Ring, ring, ring, sonaba el teléfono fijo de la sala. Era la segunda vez en el día.
—Jay para... Olvídate de mí —me escondí en mi cuarto.
—¡Jungwoonie háblame por favor! ¡Él te hizo algo! ¡LLEVO DOS SEMANAS SIN SABER DE TI! ¡Solo quiero saber si estás vivo! —grito desde fuera de la ventana.
Mi corazón dolía, pero me negaba a hablarle y mucho más a verlo a los ojos.
Después del viaje no le escribí ni una sola vez, tampoco pensé si estaba haciendo lo correcto —Vete por favor...
—Te amo Jungwon —Volvio a gritar, pero está vez solo fue uno, al parecer ya no tenía voz para seguir.
Al asomarme lo vi sentarse en la entrada y con delicadeza limpiar las lágrimas que caían por sus ojos.
—¿Debería escribirle para decirle que estoy bien? —Negué con fuerza.
Mis ojos se posaron al rededor de toda la habitación, según yo buscando "algo", no entendía muy bien, pero se posaron él la caja que Jay me dejo un mes atrás, que aún no abrí.
—ummm mejor no la abriré hasta un tiempo — suspiré y caminero nuevamente hacia la ventana.
Él seguía ahí parado, buscando respuesta a de mí, pero no me atrevía a hablarle y decirle que esto había acabado.
—Globos... Comida... Local...Regalos... Invitados y Heeseung —Escribí en una hoja color amarillo con mucho desespero.
Esas cosas serían necesarias para el cumpleaños de Heeseung, sonreí y comencé a imaginar cómo sería las cosas el día de su cumpleaños.
¿Qué tan lindo podía llegar a decorar un lugar yo?
—¿Luces en la entrada de la fiesta? —La puerta se tocó levemente y no se escuchó nada más.
Algo triste baje las escaleras quedándome parado en el último escalón de esta, me senté y abrace mis piernas con fuerza.
¿Cómo podía quitar este dolor?
Pasaron diez minutos y caminé hacia la puerta, la abrí levemente para encontrar a los pies de esta una carta y dos rosas blancas en la vereda.
—¿Dos? —Las tome entre mis manos y las tire al suelo para luego patear las —¡O no! Rositas —me di un sentón en el suelo tomándolas con desespero entre mis manos.
Tan lindas... Y fueron destrozadas por mí.
Rápidamente las lágrimas no tardaron en aparecer dejando mi llanto ahogado, el silencio se vio interrumpido por mi culpa.
Un líquido rojo se deslizó por mi nariz, dejando ver una gota de sangre sobre un pétalo de la rosa blanca.
