31: Madurar por dolor y no por edad

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Joshua

—¿Nos puedes otorgar algo para el comienzo de la noche? —preguntó mi abuelo, mientras me servía un vaso de agua.

—¿Cómo qué? —pregunté sin mirarlo.

No me respondió así que lo volteé a ver. Tenía la guitarra que solía usar en ese entonces, cuando creí que la felicidad era eterna.

—No, abuelo —negué—. Dije que aún no estoy preparado.

—Dijiste que empezaste a tocar. El canto nunca lo dejaste.

—Abuelo...

—Puede ser cualquier canción. No tiene porqué ser las que compusiste.

—De seguro tienes las partituras allí guardadas aún cuando dije que las quemaras.

—La música nunca puede ser borrada ni de tu mente ni de tu corazón. Se que pensaste que quemando esas partituras que compusiste con Bryan y Hugh el pasado desaparecería, pero algo me decía que te ibas a arrepentir si lo hacías, por eso las escondí.

—No sé de qué estás hablando.

—Más sabe el diablo por viejo que por diablo.

—Y de nuevo con el bendito refrán —suspiré.

Realmente mi conexión con la música cada vez se hacía más grande, pero aún era incapaz de tocar aquellos acordes que significaban tanto para mí. Hice una mueca y al final me rendí.

—Dijiste que iba a ser un karaoke, no un solo acústico.

—El karaoke no nos sirve a nosotros sí tenemos nuestra propia música.

Negué con la cabeza como si estuviera decepcionado.

—Lo haré si tocas tú.

—Mejor eso que nada.

Bufé con cansancio antes de seguir a mi abuelo al salón.

—Buenas familia, notición: pude convencer a Joshua que nos cante algo, así que como éstas oportunidad hay pocas así que disfrútenlo.

Cogí una silla y me planté en medio del salón, con todos los pares de ojos sobre John y de mí, y más aquella chica con ojos llamativos.

Cerré los ojos, al empezar a escuchar los acordes y sentir un tipo de evocación gratificante por todo mi cuerpo. Sentí como se me comprimía el estómago por cada nota que salía del instrumento, aunque era algo bueno. Me imaginé unos segundos, tan solo unos pocos, que nada de lo sucedido hacía dos años, había pasado. Que Bryan tan solo se había ido a un viaje sin despedirse de nosotros y que al fin y al cabo iba a volver, como siempre. Siempre volvía.

Abrí los ojos y encontré a Billie, a un lado de mi padre con una pequeña mueca en sus labios. Su mirada era curiosa y muy atenta a la canción que salía de mi boca. Billie en cambio, parecía estar inmersa en otro mundo. Reflejando un centenar de emociones a través de sus ojos.

Me sonrió y desde allí pude dejar que mi voz empezara a vibrar por toda la casa cantando Get You The Moon. Esperaba que se diera cuenta de que se la estaba dedicando.

En ningún momento aparté la mirada de ella y ella tampoco de mí. Sentí que todos desaparecían y que solo ella y yo nos encontrábamos en el salón, con las luces apagadas y con un solo foco iluminando nuestros cuerpos unidos por algo que latía en nuestro interior.

Me encantaría tener el poder de otorgarle la luna y que ella hiciera con ella lo que se viniera en gana. A ser posible, la pintaría o a ser posible la dejaría tal como está porque las cosas simples son las mejores. Las cosas simples llaman la atención del porqué son de esa manera y no de otra.

TAN IMPERFECTOS COMO LA LUNA •1•  ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora