EPÍLOGO

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BILLIE

La lluvia golpeaba con fuerza contra los cristales mientras entraba en mi habitación. Me quedé apoyada, agotada, sobre la puerta observando mi habitación, la cual había añorado como nada, pues era mi refugio contra todo lo externo y, sobre todo, era mi refugio de creatividad, impregnado del aroma dulce de las acuarelas y la música a la que me dedicaba.

En una esquina de mi habitación, un caballete sostenía un lienzo medio terminado, donde los colores de las acuarelas danzaban en armonía sobre un hermoso fondo azul. Pinceles de diversos tamaños descansaban en tarros de agua, esperando ser sumergidos en mi próximo proyecto artístico, que seguro iba a ser un rostro conocido para mis sentimientos.

Frente a mi ventana, colgaba un hermoso atrapasueños morado que fue un regalo de Nate en una de las pocas salidas que tuvimos, y más allá de este, un pequeño escritorio albergaba un teclado electrónico rodeado de hojas de partituras. Un micrófono se erguía en un soporte cercano, listo para capturar todas las melodías que se me ocurrían de vez en cuando, cuando estaba inspirada. Aunque a estas alturas de la vida, cualquier cosa me inspiraba; mi vida me inspiraba a crear canciones profundas que sabía que, al menos a alguien, le haría estremecer.

En las paredes frente a mi cama llena de almohadas, tenía un espacio con guitarras y otros instrumentos musicales, mientras que estanterías repletas de casettes y discos de vinilo rodeaban la habitación.

Sí, mi habitación era lo suficientemente grande como para poder vivir allí para siempre y sin problema. Tenía todo lo que creía que necesitaba.

Me dejé caer en la silla frente a mi escritorio, sintiendo el peso de todas las emociones que me habían abrumado en los últimos días.

En un intento de Maya de hacer que salga de mi cueva y vuelva a ser la Billie de antes, salimos a tomar algo al bar de sus padres. No era un plan muy divertido, pero de todos modos, tuve la oportunidad de respirar con comodidad, de sentirme libre de mis emociones y de los recuerdos vividos hace unas semanas.

Apoyé los codos sobre el escritorio con ambas manos perdidas entre las hebras de mi cabellera, tratando de saber qué hacer. Minutos antes había recibido un sinfín de llamadas de Ashley y luego de eso me envió un mensaje que me desestabilizó por completo: "Joshua está muy mal".

No me había comunicado con él desde ese día. Habían pasado varias semanas, para no decir meses, y dolía menos de esa manera. La universidad estaba a punto de empezar y yo seguía estando igual o peor. Todo se debía a que necesitaba sacar el peso de mi corazón. Y lo hice, o al menos lo intenté, escribiendo todo lo que no pude decirle a Joshua.

Solté un gran suspiro antes de abrir el primer cajón de mi escritorio. Saqué esa hoja con aspecto de pergamino que tanto me daba miedo volver a leer. Lo tomé entre mis manos, sintiendo el corazón latiendo con una fuerza alarmante, porque él sabía perfectamente que esa carta nos desnudaba y que su destino no era ese cajón que mantenía cerrado, sino que lo debía tener otra persona que vivía a miles de kilómetros.

—Tú puedes, Billie —susurré, temblando. Mi reacción y mis sentimientos ante esa carta no eran ni mínimamente normales. Cerré los ojos, conté hasta tres y empecé a leer lo que escribí:

Querido Joshua,
...

Las lágrimas no se detenían, por mucho que lloraba no conseguía detenerlas y quedarme seca. Me ardía el corazón y el alma. Me sentía la peor persona del mundo, pero de todos modos no podía volver y abrazarlo. Porque necesitaba su tacto, sin embargo primero necesitaba sanar por mucho tiempo que tardara.

TAN IMPERFECTOS COMO LA LUNA •1•  ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora