Yoongi
Sus labios bailaban al compás de los míos con sabor a cereza y lágrimas. Me invitaban a perderme en el camino umbrátil de su belleza y serenidad, a caer por el abismo anfibológico de la pasión.
La profundidad de los constantes besos otorgados con hidalguía asolaban completamente el espacio y el tiempo en mi mundo, dejándome a merced de un cuerpo que yacía inerte para los ojos mortales.
Sus brazos me rodeaban cual boa que estrangula a su presa inocente. Sus piernas tenían el mismo destino. Mi ser ya no se deslindaba del suyo, tampoco discernía entre amor y deseo. Tal vez fue un simple arrebato naciente en la necesidad afectiva que un esclavo como yo tenía latente.
Entre el sabor y la sensación me preguntaba el porqué de su confesión, de su llanto, de su esplendorosidad ante el caos y la crisis que marcaban nuestras pieles. Él decía que no podía ver nada, pero yo estaba seguro de que era la persona que más había conocido en toda la faz de la tierra.
Seguí sus indicaciones (las que me dio para distinguir el arte verdadero del arte hipócrita) y, con la yema de mis dedos, recorrí famélicamente su lienzo vacío, el que se encontraba por debajo de la tela, por debajo de la idiosincrasia y del pudor.
Asia me obsequió una infinidad refulgente de experiencias y vitalidades, pero ninguna de ellas (ni siquiera la más sublime) podía compararse con la belleza de ese rostro, de esa blancura. Su espalda era como un trozo de pureza que irradiaba la más benevolente historia jamás contada. La calidez que me brindaba su cuerpo sobre el mío era casi tan indescriptible como el aroma de mil rosas, casi tanto como el dolor que desprendía el accionar caballeroso de la imposición social, o la ira brutal ante el engaño, o la penetración de una bala en lo más profundo de la úlcera del alma, o incluso el respirar humo enlatado para asegurar nuestra propia muerte.
Encontraba la cura, la libertad y la incólume salvación terrenal en sus caricias significativas, quienes heladas conocían lentamente mi cuerpo ya enmarcado en el enardecimiento de la situación.
Y es que eso era lo que sentía: incandescencia ante la cercanía de su ser desnudo. Me apoderé de sus actos, tomando el timón en ese mar de desborde adornado por sábanas blanquecinas. Me deshice de la claridad, quería sentirme como él iba a sentirse.
En eso pensé: en el afán de volver, característico de un tigre cebado. En la metamorfosis clandestina del cuerpo escondido entre los mantos de la virginidad.
Lo frágil de un niño se reflejaba en sus ojos perdidos: dos esferas cubiertas por un telón gris, polvoriento y opaco, poseedor y amo del oculto incidente blasfemo, llamando con desesperación, en clemencia, a algún alma en pena que haya cometido la misma atrocidad.
¿Quién hubiera imaginado... (me decía a mi mismo) quién hubiera imaginado, alguna vez, que encontraría la mórbida estrepitud humana atrapada en la gracia de un cuerpo angelical?
Su voz resonaba con lentitud en la cavidad de mi corazón. Llenaba con calor el vacío en mi tiempo, en mi felicidad. Terminé entendiendo exacerbadamente que la pasión se guarda, se esconde en un rincón del alma y se mantiene joven y jovial hasta el momento en el que está destinada a aflorar, a relucir, o a matar.
En mi caso fue la simplicidad del amor, la incapacidad de convertir en palabras todo ese torbellino de sentimientos que brotaban desde lo más profundo de mi ser al encontrarme con esas cejas tupidas, esa nariz respingada, esa finitud en sus labios y esa honestidad en su caminar.
Era consciente de que se trataba de algo mucho más fuerte que un deseo carnal.
Me enredaba entre sus piernas buscando enmarañar nuestras almas. Anudarlas tan violentamente para nunca jamás volver a separarlas.
Lograr sentir juntos el placer del cuerpo y del corazón, llenándonos la vida (nuestro pasado y nuestro presente) de cálidas bandadas de besos y caricias.
Cuando escampó, escuché mis latidos a la par de los suyos. Discerní, identifiqué y me cercioré: aquel muchacho era arte verdadero.
—Te siento —susurró —Nunca antes había sentido tu esencia.
— ¿Qué es lo que encuentras en mi interior?
Respiró hondo, recuperando el aliento. Aumentó la cercanía entre nosotros y, adormecido, entre abrazos y suspiros me dio a entender que yo también era verdadero.
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𝐂𝐄𝐆𝐔𝐄𝐑𝐀 | Yoonmin
Fanfiction- ¿Qué podré darte si lo que hacen mis manos es para ojos que ven y no para corazones que sienten? -Tus obras de arte no han de ser más que un poco de color en un lienzo insignificante. Sin embargo, el poema de tus labios me revuelve el corazón. Me...