Prólogo

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"¿Quién rayos es ella?", pensó Arata Kagurazaka confundido al ver a una chica desconocida sentada a la mitad de su sala.

—¿Eh?

Ella volteó su cabeza e hizo una expresión asombrada al escuchar su voz. Quizá no contaba con que apareciera otra persona.

Sus miradas se cruzaron. En ese momento, él sintió como su ritmo cardíaco aumentó de golpe. Fue una taquicardia tan repentina que, por reflejo, se sujetó el pecho, como si su corazón quisiera salir a la fuerza.

—¡Aahh-! —intentó gritar, pero la presión en su pecho lo detuvo.

♦ ♦ ♦

Retirándose de uno de los hospitales más grandes y modernos de su ciudad, Arata Kagurazaka se encontraba ubicado en la entrada principal de este.

De su bolsillo, sacó una pequeña caja de cartón y retiró la tapa. En su interior se encontraba un collar con una delgada cadena de metal color plata. De él colgaban 3 dijes: pequeñas esferas cuyo material se asemejaba al vidrio.

Una de ellas era de color negro la cual resaltaba a diferencia de las otras dos transparentes.

Arata hizo un gesto extrañado.

—¿Esto es algo... que les dan a sus pacientes? —exclamó acomodándolo en su cuello sin tomarle mucha importancia.

"No se ve tan mal. Aunque no sé si podré considerarlo un buen recuerdo.", pensó desencantado.

Volteó para mirar al hospital una última vez, hizo una cara de fastidio y se alejó caminando esperando no tener que regresar a ese lugar.

Aceleró ligeramente el paso para poder tomar a tiempo el autobús y regresar a casa. Después de todo, tenía que descansar y reanudar mañana a primera hora sus clases en la escuela.

Cruzó la calle ignorando a un hombre de avanzada edad quien también quería cruzar. Usaba un bastón, por lo que probablemente se le dificultaría llegar al otro lado. Al llegar al lado opuesto de la pista, encontró a un niño en el paradero. Tenía los ojos vidriosos y se encontraba inquieto. Quizá se había separado de su madre.

"Que fastidio.", dijo en su cabeza.

El transporte público que esperaba no demoró en llegar. Vaciló por un momento, pero subió sin prisa. Pagó con unas monedas y caminó por el centro del casi vacío autobús. El transporte avanzó y observó a través de la ventana a las personas que había ignorado.

Arata pudo sacrificar su oportunidad de subir al bus y ayudar a ambas personas. Claro, también estaba la otra opción: no ayudar a ninguno y evitar inconvenientes para sí mismo.

"Lo siento, pero ese no es problema mío."

Arata no era una persona perversa ni mucho menos alguien que disfrutara ver los infortunios ajenos. Solo era alguien egoísta, la mayoría del tiempo solo se preocupaba por sí mismo y por nadie más.

Mientras miraba las calles por la ventana, algo extraño pasó: sintió una brisa pasar a través de todo su cuerpo que despeinó ligeramente su cabello. Era imposible que hubiera una fuerte corriente de aire y mucho menos dentro del bus. La ventana junto a él estaba cerrada.

Arata miró desconcertado alrededor haciéndose varias preguntas que intentaban explicar la sensación que acababa de sentir, pero solo recibió miradas confundidas de las otras pocas personas sentadas en el autobús.

"No, eso no fue solo mi imaginación.", pensó al darse cuenta de que solo él sintió la misteriosa brisa.

Justo después de eso, comenzó a sentir un malestar en el costado derecho de su abdomen. No era un dolor en su estómago, pero se sentía muy cerca de ahí y no era tan intenso como para preocuparse por ello. Bajó la cabeza para intentar no llamar mucho la atención hasta que, repentinamente, el malestar se fue.

Arata & las FantasmasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora