El recuerdo del amor de una judía. Parte 1

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Miro mis manos, están ya arrugadas y con manchas, pues el tiempo ya ha hecho efecto sobre aquel cuerpo que un día fue joven.

Y encuentro en mis manos la última carta del hombre que amé, que aún amo.

Les contare una historia de amor, porque tal vez y está es la última carta que dejo contando la historia por la cual todos ustedes han preguntado.

En aquel valle de algún lugar de Alemania, corría una chiquilla que era libre como el viento, era joven y risueña. Sus cabellos dorados y ojos miel, eran parte de una niña que juraba ser una hermosa mujer cuando está creciera. La brisa caía en su rostro y su cabello particularmente desordenado.

En aquel valle conoció a un joven, cabello miel y ojos verdes, muy buen mozo. Al principio ninguno de los dos se hablaban, pero transcurridas las tardes que se veían en aquel valle empezaron a compartir palabritas, después que el sombrero de la niña se escapara con el viento y él lo atrapara en pleno vuelo. Ella se lo agradeció con una sonrisa traviesa y pronto estaban viendo el atardecer y jugaban a quererse. Ninguno tenía mala pretenciones, ni los tontos prejuicios de la sociedad. Cuando llegaban aquel valle solo eran ellos dos, y cuando llovia, se escondían en una cueva que se perdía entre los árboles; bailaban con la melodía de los pajarillos y encontraban en el otro, un nuevo tema para conversar, y la galaxia de pronto se veía pequeña, y cuestionada por dos jóvenes con ganas de comerse el mundo en un beso sabor a mora.

Aquellas primaveras fueron testigos, como dos niños se enamoraron, pero la sociedad no perdona a un amor tan fuerte, que supo sobrevivir en medio de varios inviernos y miro el florecer de las rosas, y el caer de las hojas. Dos amantes que vieron el alba, y estuvieron en tormentas que parecían no tener fin.

Pero todo cambió en una primavera, ella lo estaba esperando en aquel vestido color vino en la cueva de siempre, pero él no llegó, al día siguiente volvío y tampoco llego.

Ella no entendía, se juraron verse siempre de en aquel valle pero él parecía haberlo olvidado. Pasó la primavera, el verano, el otoño y finalmente llego el invierno, aquel invierno donde todo cambio.

¿Recuerda aquel amor no perdonado por la sociedad?

Muchos sufrieron aquellas consecuencias, por ser de una religión, por ser de rasgos diferentes a la sociedad. Los nazis dictaminan quién era digno de vivir y quién no.

Y aquella niña tenía ascendencia judía. Ya se imaginarán su trágico camino.

Ella corrió y luchó para que no se la llevaran pero su esfuerzo sería en vano.

La atraparon en medio de su huída.

Cortaron sus rizos de oro, y su belleza fue abusada por mucho tiempo hasta que en busca de una esperanza sus ojos se encontraron con aquellos ojos que jamás volvió a encontrar en el valle.

Cuál fue la sorpresa de verlo portar el uniforme de los verdugos del tirano, sus ojos llovieron de tristeza al saber que él era el verdugo de muchos amigos inocentes.

—¿An...Anne?

—¿Wi...William? Tu...

Aquel hombre trató de acercarse a la reclusa, pero ella a pesar de su debilidad encontró fuerza para esquivar su roce.

—Eres el verdugo de a...aquel, no me toques. No sabes lo que muchos de los tuyo me han lastimado.

—Puedo explicar...

—No soy tu superior, no me debes ninguna explicación, de repente tu recuerdo amable que me mantenía viva se desvanece, tu voz suena a traición y tus manos su dagas con filos asesinos.

Los ojos de aquel capitán eran lagunas desbordantes, él miraba con horror que el cabello que algún día fue largo y con hermosos rizos ya no estaban, y los ojos brillantes de lo que se había enamorado solo se apreciaba tristeza, pero no perdía su singular brillo.

Cada palabra de la mujer de su vida dolía.

—No tuve otra opción, nos fuimos a la quiebra y mi padre no me dejó otra opción, te lo aseguro. No estoy aquí porque quiero. Te amo, y quise despedirme de tí.

—Te esperé tanto, pero que tonta fuí en ver colores en una pintura de blanco y negro. Claro, todos tenían razón, que los de tu clase jamás se tomarían en serio a una mujer como yo, judía. ¿Que esperas a fusilarme o meterme en aquel lugar en donde nadie sale? Le he faltado al respeto...

La prisionera identificó en su uniforme la insignia de capitán, con los días ya sabían identificar quien era quien.

—Cápitan.

Salto con asco, y él negó con la cabeza pero su conversación no siguió, habían llegado nuevos presos y él debía atender su deber.

Ella continuó con su trabajo pero aquel hombre cual gozaba su belleza se le antojó volver a torturarla con sus caricias insultantes.

La tomó de un brazo, antes ella luchaba para que no lo hiciera pero era más herida si se resistía, ahora prefería dejarse para que no la matara. Aquel asqueroso hombre la llevó a una de las habitaciones, la empujó hasta tirarla en la cama, rasgó su ropa, que era ligera de capaz pues no las proveían de ropa.

—Vamos a disfrutar, niñita.

Ella lloraba en silencio, mientras sentía las caricias sucias de ese hombre, pero su tormento fue mas cuando sintió que entraba en ella, el asco por sí misma era grande. Escuchaba los gemidos de placer de aquel hombre aprovechándose de la belleza de ella, hurtando su dignidad. Este no se remordío en cachetear,pegar y una vez usada la dejó tirada en el cuarto.

Justo en el momento cuando salía el bastardo, pasaba el capitán.

—¡Hey! ¿No debería estar en las casa de vigilancia?

Preguntó al militar frente suyo, eran amigos, pero no sabía de su vicio de jugar con las reclusas mas hermosas.

—Vine a divertirme, ya sabes.

—No deberías dejar tu puesto, te van a llamar la atención.

—Como digas, si quieres entrar tú también a divertirte un rato, ahí sigue.

Aquel hombre siguió su paso sin mostrar algo de remordimiento. Aquel capitán negaba con la cabeza pero en medio de sus pensamientos escuchó unos sollozos, tenues pero desgarradores.

Camino hasta la habitación y cuando entró se horrorizó al ver que su niña de ojos dorados yacía en el suelo, apoyada en una pared tratando de arreglar su ropa desgarrada. De inmediato supo atar cabos.

Sus miradas se encontraron pero ninguno supo actuar.

Cartas sin remitenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora