Capítulo 1: Dreams

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DAVID

Al abrir mis ojos, fue como abrirlos por primera vez, algo en mí se sentía diferente. No me encontraba en mi cama, ni en mi habitación, ni en mi casa. Al otro lado de la ventana, en el exterior, la ciudad completa debía estar despertando también, listos para empezar otro día más, mientras que yo estaba sentado desnudo en una cama extraña. Toqué las suaves sábanas blancas, toqué la piel de mi abdomen pero mis manos se sentían demasiado frías.

Aparté las sábanas, dejándolas caer en el piso, descubriendo mi virilidad y exponiendo el cuerpo desnudo que yacía a mi lado. Toqué su espalda y baje mi mano por la curva elevada de sus nalgas. Un instinto primitivo en mí me dominaba, guió mis dedos entre sus piernas y toque sus labios vaginales.

Ella se sentía cálida.

Froté mis dedos hasta que sus pliegues se humedecieron y ella despertó. Me llevé los dedos a la boca y la probé como si me perteneciera, y como si yo fuera un ser salvaje.

—David —dijo somnolienta. Hubo un breve destello en sus ojos que me hizo creer que ella recordaba, pero tan rápido como llegó se esfumó—. ¿Qué pasa?

—¿Recuerdas lo que pasó anoche?

—No lo sé —se incorporó, utilizó la sábana para cubrirse y se frotó los ojos con la mano libre—. No lo sé... yo... ¿qué día es?

—Es sábado.

—¿Quieres que prepare el desayuno? —Sonrió, como si ni siquiera importara la ausencia de sus recuerdos.

¿Lo había olvidado todo? ¿Cuáles eran exactamente los recuerdos que ahora llenaban su mente?

—No tengo hambre —Eso era cierto, porque nada de lo que ahora deseaba era tan simple como eso. Solo quería dejar de pensar, ser yo otra vez, despertar de la pesadilla en la que me encontraba, porque no podía ser real, ni siquiera en una realidad alternativa podría haber elegido voluntariamente algo así.

Me levanté de la cama, intentando poner distancia entre nosotros, alejarme de su piel perfecta y su mirada intensa. Me vestí y salí de la casa, huyendo junto con mis pensamientos... esos terribles pensamientos que no podían ser míos.

Yo era simplemente David. Una buena persona. Nunca jamás podría dañar a alguien intencionalmente. Solo era un pastor con sueños simples, iba a permanecer toda mi vida en el mismo lugar, mis hijos nacerían en el lugar donde yo nací... era un pastor. Mis manos se apretaron en puños al recordar la forma despectiva en que esa mujer decía mi nombre, había jugado conmigo más de una vez. Todo era su culpa.

Me detuve en mitad de la calle y volví.

El ligero olor de café recién preparado me recibió, subí las escaleras, consiente del sonido de la ducha, entré a la habitación y el sonido de la ducha se detuvo. Esperé pacientemente, mirando fijamente la puerta hasta que ella salió, su cabello goteaba, estaba envuelta en una toalla blanca y descalza.

—Volviste —dijo con una ligera sonrisa.

Sus hombros estaban mojados. Me acerqué a ella y lamí las gotas de agua de su piel.

—David.

Podía matarla. Debía hacerlo. Poner mis manos alrededor de su cuello y apretar hasta extinguir su vida, pero no era eso lo que quería hacer. Era como ser otra persona y al mismo tiempo ser uno mismo, porque podía sentirlo todo: la rabia, el deseo, y esa pequeña parte de mí que luchaba por aferrarse a la luz. Tiré su toalla al piso dejándola desnuda frente a mí.

—Súbete a la cama.

No era real. Solo en una pesadilla ella obedecería mis órdenes, y sin embargo, en lugar de hacer lo que le dije se acercó a mí y me ayudó a quitarme la ropa. Se arrodilló para terminar de quitarme el pantalón, y entonces envolví mis dedos en su cabello sedoso y la hice llevar su boca a mi pene. Sus labios gruesos y húmedos envolvieron mi punta hinchada. La sensación fue electrizante, era lo que había deseado desde que la conocí.

Abrí los ojos ante el impacto de mis propios pensamientos. No fue eso lo que sentí cuando la conocí. La odiaba. La levanté del piso y la empujé sobre la cama, estiré sus piernas abiertas y lamí su centro. El deseo era lo único que sentía corriendo por mis venas, chupé su clítoris un par de veces y froté mi pene erecto. Ella se retorció y arqueó su espalda. Sus gemidos solo me enloquecieron más.

—David —gimió mi nombre y escuchar su voz me detuvo—. No te detengas —suplicó abriendo los ojos.

—¿Quieres esto? —Pregunté contra su boca.

—Sí —dijo abriendo un poco más sus piernas, tomó mi erección en su mano y me guió a su entrada—. Te deseo.

Me dejé llevar, deslizándome despacio en su interior cálido, observando embelesado la forma en que su boca se abrió dejando escapar un gemido. Me moví un par de veces, mirándola fijamente, fascinado al ver una mezcla de dolor y placer en su rostro, y fue en ese momento que descubrí que no sabía qué parte de mí quería hacerle daño y qué parte deseaba hacerle el amor.

Toqué sus labios con mis dedos mientras aceleré el ritmo.

—Regina —besé sus labios y ella me miró con intensidad—. Esto no es real.

Un dolor atravesó mi pecho y una luz blanca estalló delante de mis ojos. Sentí como si me ahogara, como si mi pecho fuera a explotar y estuviera a punto de perder el sentido, entonces abrí los ojos y desperté.

REGINA

David despertó al fin. Después de pasar cuarenta y ocho horas sin presentar ningún signo de conciencia, conectado a una máquina que nos mostraba que su pulso era estable y su actividad cerebral normal, sus gritos llenaron la habitación y seguramente todo el hospital. Me quedé lo más alejada posible, sin saber si podía sentirme aliviada; si él moría, todos me culparían. La oscuridad había ido por mí, debí ser yo quién se convirtiera en la oscura.

Tuvieron que sedarlo, y tras esperar ocho horas más, David al fin parecía ser él mismo, como si la oscuridad no tuviese ningún efecto en él. Mantuve a Henry conmigo, pero cuando vio a su abuelo sonreír tranquilamente mientras hablaba con su hija y su esposa, no pude contenerlo, corrió junto a él y le dijo que estaba seguro que ser el oscuro no lo afectaría, porque los héroes estaban repletos de luz. Sus palabras no debían herirme pero lo hicieron, y todo lo que pude hacer fue ocultar cómo me sentía, afortunadamente tenía demasiada experiencia en eso.

—Lo que hiciste fue estúpido —dije acercándome a la cama.

—¡Regina! —Me regañó Mary Margaret.

—Lo fue, y voy a hacer todo lo posible por quitar tu nombre de esa daga.

—No tienes que preocuparte por eso, como Henry dijo, la oscuridad no va a afectarme. No es como si uno se convirtiera en un villano de la noche a la mañana ¿no es así?

—Puedes preguntarle a Gold cuando despierte —contesté, me resultaba difícil no sentirme aludida.

—Mientras yo tenga guardada esa daga nada malo va a sucederte —Mary Margaret se inclinó y besó la frente de su esposo.

Estaba segura que no sería tan fácil.

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