Capítulo 13: Los hijos

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MARY MARGARET

Un hombre enamorado es un idiota, y David era uno; él creía que estaba haciendo lo correcto, pero solo estaba jugando a ser un adolescente hormonal. Me importaba muy poco si él tenía una crisis de la mediana edad, el problema es que había decidido humillarme al elegir a Regina como su amante, no había terminado de salir de mi cama que ya estaba en la de ella, y paseándose por la ciudad delante de todos mis amigos. Ni si quiera podía comprender lo que pasaba por su mente.

Emma estaba por completo segura que todo era parte de algún tipo de maldición, y que Gold era el responsable, no sería la primera vez que estuviera detrás de todo moviendo los hilos; el problema era que esta vez me sentía en extremo perjudicada, al menos en el Bosque Encantado su ayuda me había servido para ir en contra de Regina. El simple recuerdo me llevó a pensar que quizá era eso lo que necesitaba otra vez para solucionar las cosas.

—Yo cuelgo por gusto el letrero de cerrado —dijo Gold al ver entrar a Mary Margaret en su tienda de empeño.

—No estaría aquí si no fuera importante.

—Soy un hombre tranquilo que intenta tomar un descanso para almorzar, y nosotros no tenemos ningún trato.

—Pero lo podemos tener, como en los viejos tiempos.

—No hay nada que me puedas ofrecer, y yo tampoco tengo nada para darte, soy un hombre muy simple ahora.

—Emma cree que eso es lo peor que ha podido pasarte, y yo también.

—Agradezco los buenos deseos.

—David no puede estar con Regina, no la odio, ni nada, pero que ellos dos se queden juntos es imposible. Ese no puede ser mi final feliz.

—No es mi problema, querida. Creo que tienes un hada al cual puedes acudir para lloriquear.

—No cuando se trata de Regina. Has sido tú el que me ha terminado ayudando cuando nadie más puede.

—Una clara señal de lo equivocados que están los cuentos de hadas en este mundo.

—¿Qué tengo que hacer para volver las cosas a la normalidad?

—Yo creo que todo es más normal de lo que jamás ha sido.

—Solo hagamos un trato, es todo lo que te pido.

—¿Traerías la daga para mí?

—Emma tiene razón entonces. Solo quieres recuperar tu poder.

—Todos queremos algo en esta vida, por eso estás aquí.

—Pero yo no puedo darte la daga, jamás lo haría.

—Entonces no tienes nada que ofrecerme —dijo alejándose de mí—. Cierra la puerta al salir.

Debía irme, sabía que debía alejarme de allí para no caer en sus sucios juegos, pero me era imposible, al igual que me era imposible aceptar que después de todo lo que había pasado terminaría sola, sin mi amor verdadero y con una hija que ya no necesitaba de mí. Así que contra mi buen juicio fui tras él, siguiéndolo hasta la parte trasera de la tienda.

—Tiene que haber otra cosa que desees. Pusiste este hechizo para que David y Regina te entregaran la daga, ellos lo harán.

—Y por eso no tenemos nada que negociar.

—No me iré de aquí hasta conseguir lo que quiero, no puedes ir simplemente maldiciendo personas a tu antojo para que hagamos tu trabajo sucio.

—Pero no he maldecido a nadie, jamás lo he hecho. Regina lanzó la maldición.

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