Mi Última Página

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First Love · BTSWINGS· ℗ BigHit Entertainment · Released on: 2016-10-10


Jueves 12 de noviembre de 1992


Cuando era niño, me deleitaba oírla cantar. Amaba su voz, acarició y reconfortó mis oídos, descendió a lo profundo de mi corazón hasta rodearme con su calidez.

En ese entonces podía dejarme caer frágil y sensible como un copo de nieve. Cerrar los ojos sin miedo. Esbozar una sonrisa en el rostro, con las mejillas sonrosadas en inigualable paz infantil.

No importaba dónde, cómo ni cuándo; mientras oyese su voz, todo estaba bien.

Torpe e ingenuo, decidí escribir una canción para ella. Quería oírla cantar algo especial, de ambos, sin saber que aquel pequeño gesto marcaría mi identidad. Ella estaba tan orgullosa de mí que sus ojos brillaron mostrándome un camino. Sus dedos finos y cubiertos de líneas danzaron sobre las teclas del piano con suavidad hipnotizante. Compuso una melodía única para mí.

Aquella era su magia, algo que llamaban "talento musical" corría por sus venas como por las mías.

Mi abuela era mi alma gemela, separada de mí por el subestimado e implacable tiempo.

Mis primeros versos fueron hilarantes, monótonos y predecibles, felizmente olvidables para mí. Ella los atesoró sin que yo entendiera a qué se debía su profunda emoción. Los recitó con deleite año tras año.

—Eres un artista, Hangi. —Solía decirme—. Significa que tu alma es hermosa, especial y sensible; puede tocar la de los demás con una palabra, una tonada o un simple gesto, desatando emociones maravillosas... Hazla brillar. No dejes que tu llama interna se extinga jamás.

Pero heme aquí ahora... la más patética definición de "apagado", en un entorno frío, gris y lluvioso.

¿Qué alma podría yo tocar?

—Me aceptaron —confirmé sonriendo despreciablemente. Mi papá no era capaz de verme a través del teléfono, supongo que era a mí mismo a quien trataba de engañar simulando sentirme orgulloso.

Me encontraba en la cabina telefónica al pie de un edificio, tras mi tercera entrevista de trabajo. "La tercera es la vencida", decía papá. Sé que trataba de animarme, y de alguna forma funcionó; me fue asquerosamente de maravilla en aquel tercer intento. El contrato estaba firmado y la copia en una carpeta en mi mochila, yo estrechándola contra mi pecho con fuerza, arrugándola disimuladamente, como si romperla fuese a solucionar algo en mi vida.

Oí las felicitaciones de mis padres y hermanos. No sé qué les dije, la verdad. Mi cerebro apenas procesaba el repicar de las gotas de lluvia contra el techo de la cabina, taladrando mi mente. Soné emocionado, supongo.

Qué Hipocresía.

Estaba bien así; todos felices. Me esperarían con una cena especial, yo en tanto deseaba aprovechar el largo viaje para pasar al cementerio, siquiera unos minutos.

—Le daré la buena noticia a la abuela. Nos vemos al rato.

«Lo logré; llega el momento de ser feliz», me dije por millonésima vez. Mi sonrisa seguía congelada dentro de la cabina tras colgar la llamada. No me moví por un rato, mi mano fija sobre el aparato, los ojos quién sabe dónde.

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