Genio incomprendido

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El fantasma de la ópera era mundialmente famoso. El del popular club de Jazz en el barrio antiguo de la ciudad, menos que un suspiro. No obstante, compartían tres cosas: un cuerpo exánime, la pasión por la música atando sus almas entre los vivos, y un lugar reservado para ver el espectáculo.

El permanente letrero de "mesa reservada" en el rincón olvidado del salón fue puesto por el dueño del local, con esperanza de que su amigo fantasma regresara. A Hangi le encantó la presentación en el bar, que regresara a aquel lugar era una posibilidad bien estudiada por Jacob, el maestro de danza que, de pronto, se había vuelto todo un ocultista.

Hangi había desaparecido siete días atrás, durante la madrugada que Jacob, por más que trataba, no conseguía recordar a causa del alcohol.

Se lapidaba duramente por ello.

«¿Se desvaneció definitivamente? Él no se hubiera ido por ahí a vagar por su cuenta, estoy seguro de que dependía de nuestra compañía... ¿O me fié demasiado, y lo perdí?».

Un infierno de posibilidades atravesaba su cabeza cada mañana y atardecer. Su intuición decía que el espíritu seguía atado a ellos, podía sentir su efímera presencia, ¿o era simple sugestión? Visitó a la señora Celine sin hallar respuesta. "Sabes todo lo que debes saber. Haz caso a tu intuición", insistió la señora, pero él no confiaba en sus propias corazonadas.

 Haz caso a tu intuición", insistió la señora, pero él no confiaba en sus propias corazonadas

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Viernes 20 de noviembre de 1992


El viernes por la tarde era el momento ideal para charlar de hermano mayor a menor. La principal responsabilidad de Jacob se hacía presente sin que lograra entrar en su habitual entusiasmo.

Al llegar a casa sostuvo la llave contra la cerradura, tratando de mentalizarse. «Sonríe y sigue con tu vida. Gabi debe tener mucho de qué hablar», se dijo. No esperaba que la puerta se abriera antes de girar la llave.

Gabriel lo recibió con angustia, visible en el brillo de sus ojos. Algo malo pasaba.

—Teo no ha llegado —informó el menor—. Mierda. ¡Creí que estaría contigo!

«La mala suerte persigue a ese niño con maldad psicopática», pensó Jacob. No quería alterar a Gabriel, pero tampoco podía disimular como si su intuición no dijera nada. Su rostro se desfiguró buscando número telefónico del trabajo del castaño.

No estaba.

¿Por qué su sobrevalorada intuición no podía darle buenas noticias alguna vez? ¿Por qué sólo las desgracias podían ser así de fuertes y claras en su cabeza?

¿Y por qué la tarjeta con el número telefónico del trabajo de Teodore desapareció de su lugar cuando más la necesitaba? No era una casualidad. Teo estaba maldito de nacimiento, y Gabriel hervía como una tetera: su paciencia era... No. No tenía tal cosa.

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