Robando a la muerte

14 2 0
                                    



Abrigada con un poncho de lana negra con capucha, perfecto para la ocasión, la tía abuela de Teo salía del supermercado con una pequeña bolsa y el aspecto de la mismísima muerte... Una bajita, ancha y de largo cabello blanco.

Jacob la reconoció al instante.

Hangi prestó atención al supermercado con naturalidad al pasar por ahí, momento en que la mujer alzó la mano llamándolo, como si fuera un viejo conocido. El fantasma detuvo el paso en su espera, ignorando el sutil tirón de Jacob en su brazo; quería sacarlo de ahí, fingir demencia y llevarlo a casa consigo.

—¡Niño! Hola, tú debes ser Hangi. Qué gusto conocerte —La risueña anciana agradó inmediatamente al quisquilloso espíritu. Sólo percibía buenas intenciones en ella, ¿por qué habría de temer?, la saludó sonriendo curioso.

Jacob estaba pálido, sus manos sudorosas, deseaba evitar lo que presentía venir.

—Jacob me habló de ti —comentó la señora.

—Ya vas de chismoso —rió Hango. Rodó los ojos hacia su amigo, aún molesto por no haberlo escuchado antes.

—Ha hablado maravillas de ti —corrigió la mujer viendo profundo en los ojos del vivo, como si pudiera leer su mente. Jacob se volvió paranoico, arrimándose a su fantasma en aire defensivo—. Le agradas mucho, niño. Quizás demasiado...

—Te salvaste —dijo Hangi jactancioso. Como imaginó, Javob no había hablado mal de él.

La mente del difunto estaba demasiado distraída con los estímulos del fascinante lugar atiborrado de gente, colores, luces y carteles, como para caer en cuenta de la guerra de miradas diciendo mil cosas de ida y vuelta bajo sus narices. La vitrina de la panadería era apabullante por sobre cualquier otra cosa.

Jacob volvió a tirar de su brazo sutilmente, sin recibir respuesta.

«No te pierdas ahora, Hangi, por favor, ¡vámonos de aquí!», suplicaba internamente.

—Tenemos que irnos. John llegará a casa y...

—Te vi, Jacob —La sabia mujer cortó sus palabras. Lo estaba acusando directamente, congelando la sangre en sus venas.

—¿Qué? Yo... —Sus erráticos titubeos confirmaban lo evidente.

Jacob entraba en pánico bajo los orbes verdes de la amable señora, a la que hasta hace segundos le hubiera confiado cualquier cosa. Era él mismo el culpable; sentía estar haciendo algo malo, exponiéndose torpemente cuando ella sólo buscaba cuidarlo de sí mismo.

—Puedo ayudarte, Jacob —Su voz certera y compasiva era sincera—. Debes detener esto ahora... No eres el único involucrado.

—Lo sé... —Admitirlo se clavaba en su pecho. Debía hacerle caso, «pero...». No podía.

—Él está tranquilo, hiciste bien; ya está listo. ¿No es lo que querías?

Los labios del vivo se sellaron entre sus dientes. Posó la mirada sobre el espíritu distraído... Su silencio otorgó la razón a Celine, haciéndola asentir apesadumbrada, conmovida por el brillo en los húmedos ojos del joven que, con todas las buenas intenciones del mundo, no supo manejar la situación. Fue una tarea muy difícil para un joven inexperto como él.

—Hangi, ¿me acompañas? —pidió Celine amablemente. El espíritu volteó al instante al oír su invitación, hipnotizado por su gentileza; ella sabía lo que hacía.

—No. —impuso Jacob abruptamente, bajando al espíritu de su nube con un brusco tirón.

¿Qué pasaba?, ¿por qué Jacob reaccionaba así de pronto?, encendiendo incertidumbre y miedo en los ojitos negros.

Mi Última PáginaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora